En 1989, Mario Lavista creó su ópera Aura, basada en el notable texto homónimo de Carlos Fuentes, y logró uno de los hitos más importantes del repertorio operístico mexicano. Ese mismo año, realizó la Paráfrasis de Aura, una compacta reducción orquestal de los materiales centrales de la ópera, logrando también una de las más sólidas partituras sinfónicas mexicanas. La Paráfrasis de Aura, primera obra del programa de la OSN, es una apretada condensación que, como la ópera, empieza y termina con las mismas ideas y sonoridades. A lo largo de la obra, Lavista ofrece al oyente un discurso lento, parsimonioso, contemplativo, uno de cuyos mayores méritos está en su capacidad de combinar una orquestación que en muchos momentos es luminosa e iridiscente, con una expresión que es mayormente oscura e inquietante, como el texto de Fuentes y la ópera misma. Estas cualidades notables de la Paráfrasis de Aura están cimentadas en los magistrales entornos armónicos creados por el compositor, que, si bien son en su mayoría de un perfil inconfundiblemente moderno, por momentos mutan a sutiles referencias más antiguas, enfatizando los perfiles fantasmales e intemporales de la historia narrada. Y, sobre todo, el desarrollo de la música de la Paráfrasis… ocurre en un perpetuo estado de tensión que es, sin duda, uno de sus mayores atractivos.
Después de esta obra de Lavista, Carlos Miguel Prieto y la OSN realizaron el estreno en México de una muy reciente partitura de Gabriela Ortiz, titulada Tzam, dedicada explícitamente a Mario Lavista, maestro y mentor de la compositora, y cuyo estreno absoluto ocurrió apenas el 14 de mayo en Cincinati. Para el inicio de Tzam, la compositora propone un breve episodio en el espíritu de una fanfarria orquestal, de cualidades telúricas (como mucha de su música), para dar paso luego a un desarrollo basado más en líneas fluidas y expresivas que en la volcánica energía rítmica a la que nos tiene acostumbrados. (Ojo: no caer en la trampa de suponer a priori que toda la música de Gabriela Ortiz es baile, ritmo y batucada. Una cuidadosa exploración de su catálogo demostrará cabalmente que no es así.) En este contexto de impulsos motores contrastantes, Tzam es una obra de avance continuo en el que la música nunca es estática y en la que, acaso, es posible percibir ciertas referencias fugaces a gestos, colores y armonías de la música de Lavista. Más allá de que la obra se sustente en buena medida en el discurso fluido ya mencionado, hay en ella algunos episodios turbulentos en los que se perciben variados estados de ánimo; cabe destacar en el desarrollo de Tzam dos expresivos episodios en las cuerdas graves y uno, de aliento más amplio, que se antojaría etiquetar como pos-romántico-moderno. La síntesis de todas estas ideas y expresiones conduce a una coda compacta y energética que guarda una estrecha relación con el material inicial de Tzam. En suma, una obra de gran solidez, realizada con un oficio eficaz y flexible. Ojalá que, en la medida de lo posible, otras orquestas mexicanas puedan incorporar Tzam a su repertorio, por Gabriela Ortiz, por Mario Lavista, y para beneficio del público. Como conclusión de este programa postrero (en muchos sentidos) fue interpretada la Primera sinfonía de Johannes Brahms. (Pregunta técnica: ¿por qué se realizó este concierto sin la concha acústica del Teatro de Bellas Artes?) Para seguir recordando a Mario Lavista de la mejor manera posible, recomiendo enfáticamente la audición de su obra Músicas de cristal, para armónica de cristal y percusiones, cuya espléndida grabación a cargo de Tambuco se puede encontrar en la red.