Cinexcusas
Luis Tovar
El pasado viernes 24 de junio murió el narrador, dramaturgo, director cinematográfico y, sobre todo, guionista mexicano Xavier Robles, a los setenta y tres años de edad. Ese mismo día tenía programado presentar, en el Conjunto Cultural Los Pinos, el documental ‘Ayotzinapa: crónica de un crimen de Estado’, escrito y dirigido por él, y que había venido presentando en diversos foros desde 2015. Ya no pudo ser, pero tanto el tema del filme como esta nueva exhibición de su trabajo ponen de manifiesto dos de los principales rasgos que distinguieron la trayectoria de Robles: conciencia y persistencia.
La conciencia
Al nacido en Teziutlán, Puebla, en 1949, le incordiaban muchas cosas del ámbito cinematográfico, en particular la desaprensión, la superficialidad, la frivolidad o, dicho en palabras muy suyas, la falta de conciencia social a la hora de escribir, producir y realizar una película. Más que dispuesto a manifestar sus posturas creativas y políticas en cuanto foro público tuviese a mano, muchas veces provocó la incomodidad de colegas y escuchas con convicciones menos firmes o menos dispuestas a denunciar y deplorar, así fuese mínimamente, el estado de las cosas en el medio.
No así Robles, para quien el cine estaba llamado a ser un instrumento social de denuncia, politización, debate, reflexión y concientización, y no una fuente –otra vez en palabras que usó en incontables ocasiones– de evasión alienante para el público, así como una mera fórmula para ganar dinero, por parte de la comunidad cinematográfica. Pocas cosas le molestaban más que la tendencia colectiva, ya jamás cuestionada de tan inercial, de sentirse cómodos con un sistema de apoyos oficiales a la realización de lo que él consideraba un cine desechable, tirando a bobo, ajeno a las muchas y complejas problemáticas sociopolíticas que afectan la realidad nacional.
La enjundia con la que hablaba de estos temas podía resultar, para muchos, no sólo incómoda sino inconveniente pero, en rigor y aun considerando cierta nociva inflexibilidad de su parte, no le faltaba razón. El paso de los años y la falta de apoyo financiero para la realización de muchos proyectos suyos que continúan en el tintero lo condujeron a un punto en el que, con seguridad no es lo que hubiera preferido, pero acabaron convirtiéndolo en un orgulloso representante –quizá el que más– de lo que aún puede ser llamado “cine independiente”, es decir, aquel que no cuenta con ningún recurso gubernamental.
La persistencia
No tanto las películas que dirigió –la mencionada Ayotzinapa… e Iztapalapa: la puerta del sol, entre otras pocas–, sino los guiones que escribió, ya fuese en coautoría o en solitario, son la principal aportación de Xavier Robles a nuestra cinematografía, y no son pocas las cintas esenciales en su cuenta. Por supuesto, destacan Las poquianchis, Los motivos de Luz y Bajo la metralla, dirigidas por Felipe Cazals, así como Rojo amanecer, dirigida por Jorge Fons, indudablemente el trabajo más relevante y difundido de ambos, realizador y guionista. A esta última suele reprochársele cierta inexactitud histórica, o que “no fue a fondo” en la denuncia del papel ejercido por instituciones como el Ejército Mexicano en la matanza de Tlatelolco en 1968, pero esas posibles falencias no demeritan el valor de un filme que, a finales de los años ochenta del siglo pasado, constituyó un parteaguas temático y conceptual para un cine que, voluntaria o involuntariamente y salvo escasas excepciones, en aquellos tiempos navegaba las aguas del conformismo y la vista gorda respecto de los temas urgentes y escabrosos; es decir, precisamente los que Xavier Robles siempre puso por delante.
Robles hizo escuela, y no sólo en términos formales, como lo acredita el Taller de Escritores Cinematográficos El Garfio, sino en guionistas, argumentistas y realizadores que comparten sus posturas y convicciones. A ellos corresponde tomar una estafeta que no debe quedar en el aire.