Su ubicación, entre la calzada México-Tacuba, el Rancho de Santo Tomás, el río de los Morales y el de los Areneros, le brindaban una posición privilegiada para un fraccionamiento.
En el siglo XIX la finca pertenecía a Julia Gómez de Escalante, quien en 1894 se asoció con el empresario Eduardo Zozaya para fraccionarla con manzanas de 200 metros de largo por 140 de ancho y calles de 15 de anchura. Se contemplaban espacios para mercados, templos y escuelas. Las calles se bautizaron con nombres de personajes y deidades mexicas como Axayácatl, Tláloc y Tonantzin.
Así, en 1902 nació la colonia llamada Santa Julia, que posteriormente cambió por Anáhuac. Las viejas familias la siguen llamando con el apelativo original, que se ve por todos lados bautizando comercios.
El sitio guarda gratas sorpresas, a pesar de la leyenda negra que le ha dado fama sobre el ladrón de profesión
José de Jesús Negrete, conocido como El tigre de Santa Julia. Bueno para su oficio, despojó a muchos vecinos de sus bienes, pero su crimen mayor fue el asesinato de dos gendarmes que estuvieron muy cerca de capturarlo.
Se cuenta que finalmente lo detuvieron defecando en el Callejón del Nopalito, cerca del mercado. Lo encarcelaron y fusilaron en el patio de la prisión de Belén. También hay la versión de que robaba a los ricos para dar a los pobres. Sea cual fuere el fondo del asunto, el hecho es que dejó para la posterioridad la frase popular: Lo agarraron como al Tigre de Santa Julia
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En ciertas calles se diseñaron elegantes esquinas achaflanadas y sobreviven algunas casonas de inicios del siglo XX que, a pesar del deterioro, dejan ver su belleza, que con una buena restauración saldría a la luz.
Tiene dos mercados, uno de ropa que además posee varias coqueterías como un moderno salón de belleza unisex. El de comida, que se encuentra enfrente, tiene varias fonditas que ofrecen comida fresca, sabrosa y muy económica.
Al penetrar en el barrio se encuentra con una enorme construcción frente a un parque. Es el Colegio Salesiano que fundaron en 1892 los primeros religiosos de la orden que creó en el siglo XIX el sacerdote, educador y escritor italiano Juan Melchor Bosco, mejor conocido como Juan Bosco.
Los creadores de la colonia les donaron el terreno para que construyeran un colegio de artes y oficios y un templo. Con el primero no tuvieron problema, pero para el segundo enfrentaron innumerables contratiempos que hicieron que la obra tardara décadas. Entre otras, durante la guerra cristera repatriaron a los salesianos; al regresar, el gobierno de Lázaro Cárdenas les expropió los bienes que les fueron devueltos hasta 1950. Finalmente lograron terminarlo en 1992, y el resultado es magnífico.
La Parroquia de María Auxiliadora se yergue imponente con su portada de estilo neogótico, con arcos ojivales bellamente ornamentados y enormes vitrales; en el remate destaca una balaustrada formada por esbeltas columnas y un par de altas torres de campanario de forma puntiaguda.
Enfrente del colegio se desplaza el Parque Salesiano, un verdadero espacio comunitario lleno de vida; entre andadores sombreados por ahuehuetes y fresnos centenarios, aparece una zona de juegos infantiles, una de barras y pesas para jóvenes y adultos. Hay que decir que no faltaba uno que otro de la tercera edad –bastante vigorosos–; los perros también tienen su espacio y hay canchas de fut y basquet muy bien enrejadas para dar libertad a los jugadores y seguridad a los paseantes. También hay un pequeño Pilar que ofrece clases diversas, y como pilón una clínica veterinaria con precios módicos.
La comida de rigor fue en El Canto de la Sirena, en Anillo Interior esquina con Axayácatl, donde, desde hace 46 años, ofrecen una diversidad de ricuras elaboradas con frescos mariscos. Es tal el éxito, que ya tiene tres restaurantes, uno junto al otro. Los caldos y los cocteles son fuera de serie. Si es de apetito de alta gama
–como está de moda decir–, pida la bola energética: cerveza, ostiones, camarones, limón y fernet preparado; se sirve en una enorme copa Tongolele.