Aceptar la muerte:
La lista literaria de Nuccio Ordine
Alejandro García Abreu
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El límite de las listas
“La lista es el origen de la cultura. Es parte de la historia del arte y de la literatura. ¿Qué quiere la cultura? Hacer comprensible el infinito. También quiere crear orden, no siempre, pero a menudo. ¿Y de qué manera, como ser humano, uno se enfrenta al infinito? ¿Cómo se intenta captar lo incomprensible? A través de listas, de catálogos, por medio de colecciones en museos, de enciclopedias y diccionarios”, dijo Umberto Eco (Alessandria, 1932-Milán, 2016) en una entrevista con Susanne Beyer y Lothar Gorris para Der Spiegel en noviembre de 2009.
Eco admitió que tenemos un límite, “un límite muy desalentador, humillante: la muerte. Por eso nos gustan todas las cosas que suponemos que no tienen límites y, por tanto, no tienen fin. Es una forma de escapar de los pensamientos sobre la muerte. Nos gustan las listas porque no queremos morir.”
Nuccio Ordine (Diamante, 1958) –profesor de Literatura italiana en la Universidad de Calabria y catedrático invitado en centros como Yale, Paris IV-Sorbonne, el Warburg Institute y la Sociedad Max Planck de Berlín, miembro del Harvard University Center for Italian Renaissance Studies y de la Fundación Alexander von Humboldt, experto en Giordano Bruno y autor, entre otros libros, de La utilidad de lo inútil y Tres coronas para un rey– anima a los lectores, en particular a los estudiantes, a cultivar su espíritu de manera autónoma y a dar libre vía a su curiositas. En Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal (traducción de Jordi Bayod Brau, Acantilado, Barcelona, 2017) estableció una lista –su canon personal– y privilegió, sin límites temporales, geográficos ni lingüísticos, las palabras de los poetas, novelistas y ensayistas que lo han cautivado y que cree que cautivarán al otro.
Un homenaje a los clásicos
Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal es una reflexión de Ordine sobre la importancia de la literatura con abundantes ejemplos. En su lista incluyó Ciudadela, de Antoine de Saint-Exupéry; El mercader de Venecia, de William Shakespeare; El mercado de piazza Navona, de Giuseppe Gioachino Belli; Cartas sobre la locura de Demócrito, de Hipócrates; Orlando furioso, de Ludovico Ariosto; Banquete, de Platón; Los Buddenbrook. Decadencia de una familia, de Thomas Mann; Cartas, de Nicolás Maquiavelo, Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Johann Wolfgang von Goethe; “Tal vez mi última carta a Mehmet”, de Nazim Hikmet; Mendel el de los libros, de Stefan Zweig; El hacedor, de Jorge Luis Borges; La cena de las cenizas, de Giordano Bruno; Poesías juveniles, de Rainer Maria Rilke; Canción de Navidad, de Charles Dickens; Jerusalén libertada, de Torquato Tasso; Emblemas de Andrea Alciato; Si esto es un hombre, de Primo Levi; Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; Decamerón, de Giovanni Boccaccio; Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Las aventuras de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe; Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián; Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais; El principito, de Antoine de Saint-Exupéry; Los ensayos, de Michel de Montaigne, Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift; La escuela de las mujeres, de Molière; Volpone, de Ben Jonson; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; “Dora Markus”, de Eugenio Montale; El soldado fanfarrón, de Plauto; Odisea, de Homero; El retorno, de Rutilio Namaciano; El pobre Goriot, de Honoré de Balzac; Recuerdos, de Francesco Guicciardini; “Amor”, de Guy de Maupassant, Diccionario de prejuicios, de Gustave Flaubert; Las ciudades invisibles, de Italo Calvino; “Ítaca”, de Costantino Cavafis; La disimulación honesta, de Torquato Accetto; “Campo di Fiori”, de Czes?aw Mi?osz; Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand; Pensamientos, de Montesquieu; “El sueño”, de John Donne; “Autopsicografía”, de Fernando Pessoa; La esclavitud femenina, de John Stuart Mill y “Sobre la educación”, de Albert Einstein.
Su libro, dice Nuccio Ordine, “no quiere ser otra cosa que un homenaje a los clásicos en un momento difícil para su existencia”. Asevera: “La selección que presento […] corresponde a una serie de textos que he estimado a lo largo de mi vida y que he compartido con mis estudiantes, intentando mostrarles cómo los clásicos pueden responder todavía hoy a nuestras preguntas y revelar un precioso instrumento de conocimiento. Los clásicos, en efecto, nos ayudan a vivir.” En realidad –suscribo el planteamiento de Umberto Eco– las listas, como la elaborada por Ordine, logran que el lector acepte su mortalidad.