Volver a visitar algunas de sus joyas arquitectónicas renueva el espíritu; hay que destacar que el barroco queretano es único, con una exuberancia que difícilmente se ve en otros lugares; muchas de sus edificaciones tienen una marcada influencia árabe.
Algunas de mis favoritas: la Casa de la Marquesa, soberbia mansión pintada en el interior con figuras geométricas y florales y formas ondulantes en los arcos. La mandó construir en 1756 el marqués de la Villa del Villar y actualmente es un exclusivo hotel que tiene el encanto de que cada una de las habitaciones tiene una decoración distinta.
El exaltado barroco también se aprecia en algunos templos, de manera muy marcada en Santa Rosa de Viterbo, ya que desde el exterior nos sorprende toda pintada de colores y con los contrafuertes sostenidos por unas exageradas volutas; bien dicen que su vista nos introduce en una fábula.
El interior no se queda atrás, los retablos que realizó el maestro Francisco Martínez Gudiño entre 1766 y 1770 se consideran, junto con los de Santa Clara, una de las culminaciones del arte religioso; sin exagerar, cimbran el espíritu. El púlpito de madera con incrustaciones de plata, carey y huesos fue pieza especial en la exposición México. Esplendores de 30 siglos, que deslumbró a los neoyorquinos hace más de tres décadas.
La sacristía reserva otras sorpresas: los 12 apóstoles en tamaño natural, tallados en madera y policromados, así como el retrato de la bella sor Ana María, de cuerpo entero, uno de los mejores cuadros virreinales.
Otra alhaja es el antiguo convento de San Agustín, que aloja el Museo de Arte, cuyo claustro se considera una de las construcciones barrocas más bellas de América. Se terminó de edificar en 1736 con cantera plateada y sus cuatro arcadas de dos niveles forman un cuadrado. Cada una posee arcos que fueron diseñados a la perfección, y que envuelven a los pilares que exhiben unas originales figuras talladas en la piedra, imágenes de santos y una increíble orquesta de ángeles.
A partir de 1988 se inauguró como museo con el objetivo de ofrecer al público exhibiciones de obras plásticas de artistas queretanos, nacionales y extranjeros. Expone obras de estilo barroco, neoclásicas y modernas, además de obras manieristas, las cuales fueron donadas por artistas mexicanos y por la Academia de San Carlos.
Otra de las obras relevantes es un imponente acueducto, compuesto por 74 arcos, que alcanzan una altura promedio de 23 metros; se construyó en el siglo XVIII con piedra rosada y está magníficamente conservado. Cruza una parte importante de la ciudad y el entorno se respetó para cuidarlo y lucirlo a plenitud. En la noche iluminado es un espectáculo.
Otro sitio que no tiene pierde es el museo Museo Regional de Querétaro, que ocupa el antiguo convento grande de San Francisco que durante siglos fue el centro de la vida queretana. Se comenzó hacia 1540 y abarcó diversas etapas de construcción. La actual fisonomía corresponde a la arquitectura del siglo XVIII. Esto se aprecia en la arquería y bóvedas del claustro principal.
Enfrente, entre dos plazas, se encuentra el Gran Hotel, que fue parte del convento y conserva amplios pasillos cubiertos con unas soberbias bóvedas de ladrillo originales y a los lados las antiguas celdas que hoy son las habitaciones de los huéspedes. La ubicación es magnífica y los precios muy accesibles.
Hablando de clásicos hay que ir a La Mariposa, que desde hace 81 años elabora las mejores frutas cubiertas y sus famosos ates y duraznos prensados. Aproveche para merendar los tamales con la popular malteada de mantecado.
Otra opción de media tarde, si tuvo el buen gusto de volver a alimentar el alma con un vistazo a los prodigiosos retablos de Santa Clara, justo enfrente está Leche y Pan. Aquí se disfruta el clásico lechero en un vaso de cristal que le mezclan al gusto con su chorrito de café concentrado y un torrente de leche caliente que con habilidad sirven desde lo alto y cae con una burbujeante espuma. La compañía: una concha de chocolate rellena de nata fresca. El cierre perfecto de un glorioso paseo queretano.