En vísperas de Navidad, época en que el restaurante de Andy suele estar más concurrido, el chef habrá de vivir una larga noche plagada de desventuras. La primera de ellas es la inesperada visita de un supervisor sanitario, misma que concluye con la reducción del nivel de categoría del local a partir de pequeños descuidos en la higiene general y en la preparación de los platillos (lavar las ostras sin guantes, utilizar el fregadero equivocado, entre otras faltas al protocolo de limpieza). A este inconveniente, pese a todo negociable, se añade, como nueva sorpresa incómoda, la visita al restaurante del antiguo jefe de Andy, el reconocido chef Alistair Skye (Jason Flemying), acompañado por su novia, crítica gastronómica muy influyente, cuyos veredictos suelen ser implacables. La idea de ser negativamente calificado por Alistair, esa estrella culinaria que con fineza irónica le señala que casi todas las recetas en el menú le han sido plagiadas, lo coloca en una situación de estrés insoportable que pronto se transmite a sus colaboradores en la cocina. A esa tensión creciente se añade la presencia protagónica en alguna de las mesas de un comensal patán y prepotente, de corte muy trumpiano, que con racismo inocultable maltrata a una mesera afrodescendiente, o el grupo de jóvenes influencers insufribles que en otra mesa obliga al servicio a echar mano de habilidades diplomáticas para satisfacer sus caprichos. A estas alturas y con el jefe de cocina vuelto un manojo de nervios, orillado también por tantas presiones al punto de ebullición o exasperación a que alude el título original de la cinta, el restaurante semeja ya una nave de locos sin un verdadero capitán a bordo.
Todo este caos a puerta cerrada, de cacofonía indescriptible en un ambiente crispado y claustrofóbico, el director lo ilustra a partir de un diseño sonoro notable y una apuesta técnicamente brillante y arriesgada que consiste en filmar toda la acción en un solo plano secuencia. A esto se añade la solvencia histriónica de un reparto donde destacan la estupenda Vinette Robinson en el papel de Carly, segundo a bordo en el manejo de la cocina, y su compañero laboral Freeman (Ray Panthaki), quienes procuran compensar, de modo ya desesperado, el vacío de poder que ha ocasionado el paulatino colapso anímico de un chef atribulado por los chantajes de su antiguo patrón, por su irrefrenable desprestigio profesional y por su propia situación familiar en crisis, de la cual la cinta no brinda grandes detalles, pero que permite intuir una gravedad suficiente para que esta comedia ácida se encamine hacia un desenlace trágico y por lo demás un tanto abrupto. La propia saturación de situaciones dramáticas que se encadenan de modo aleatorio y a un ritmo endiablado, hace que aparezcan cabos sueltos en la narración y algunos personajes claves, como los expertos culinarios de visita, insuficientemente desarrollados. Nada que reste, en realidad, mayor fuerza dramática al relato. Sería interesante poder apreciar el corto homónimo (autoría de Baratini y su guionista James Cummings), origen en 2019 de esta película que es sin duda, en estos momentos, una de las propuestas más novedosas y atractivas en la cartelera no comercial.