“Mi formación viene de mi familia, porque siempre nos dedicamos a la pintura, la escultura y, en consecuencia, haber nacido entre pinceles y cinceles marcó mi desarrollo. Mi carrera me ha dado muchas satisfacciones como haber conocido a Renato Leduc cuando tenía yo 19 años. Le hice un busto para Pérez Verduzco, dueño de Órbita, una revista de burlesque que reunía a artistas de cine chusco o de cabaret.
“Por cariño a Renato Leduc, Pérez Verduzco le puso su nombre a la redacción y nosotros pusimos su busto en la editorial, en la calle de Yácatas, en la colonia del Valle.
“Con Renato viví una etapa muy bonita, porque me invitó a modelar su rostro en su casa, en la colonia de El Periodista; yo era un muchacho de 19 o 20 años, y lo escuché contar toda la historia de su vida, que me pareció mágica. Él era mal hablado, decía muchas groserías. El periodista y gran admirador José Ramón Garmabella lo visitaba, grabó toda su vida y publicó un libro que me pareció excelente. Me fascinó que hablara de la Segunda Guerra Mundial y de Leonora Carrington. Muchos datos los desconocía por mi edad y él, muy pacientemente, cuando terminábamos la sesión de modelado me platicaba lo que Garmabella había escrito en su libro y lo desmenuzaba para que yo comprendiera cada etapa de su vida y, sobre todo, muchos aspectos de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Con él me hice historiador y conocí la vida de personajes extraordinarios, como Churchill, De Gaulle, Atlee, Roosevelt, Stalin y, desde luego, Francisco Franco.
“Renato Leduc fue quien le puso el nombre de Geomegénesis a mi propuesta artística. Discutí con él; yo quería otro nombre, y me dijo: ‘No, tiene que ser Geomegénesis. Tú no haces cuadros, tú haces pintura; tú no copias, tú creas esculturas’. El cuadro, habitualmente, tiene una base en escuadra que todos los pintores aprovechan para dar perspectiva a su obra, y un plomo, un fiel, que nos permite que las figuras no se pierdan o se vayan de lado.”
–No entiendo…
–Seguramente ha oído del punto de oro. Mi propuesta fue pintar de tal modo que el espectador tuviera la impresión de penetrar en el cuadro. Mi visión se ha ampliado cada vez más, no voy tras un recuadro: capto la atmósfera en torno a mi modelo, su espíritu, su alma, por decir de algún modo. Otro elemento por el que Renato Leduc bautizó mi obra como Geomegénesis es porque los artistas habitualmente retratamos la historia que vivimos, y ahora la fotografía y el video son más fieles, prácticos, rápidos, instantáneos que cualquier pintura, pero he intentado captar el día a día, el espíritu, el carácter, las vivencias del personaje, su espíritu, su estado del alma y a todo eso no tiene acceso ninguna fotografía.
–¿Por qué?
–Porque la fotografía puede consignar la forma de vestir, pero el sentimiento y el instante de la creatividad son íntimos, únicos e irrepetibles.
–He visto fotografías que son tan elocuentes como una bofetada en pleno rostro…
–Sí, desde luego, pero una fotografía por su propia manufactura nunca valdrá lo que vale una pintura. Quizá las formas son socialmente más evidentes, pero nosotros, los pintores, narramos con nuestro pincel el día a día de nuestro sujeto, su vida interior, su mirada sobre el mundo.
Ahora estoy pintando cómo el ser humano empieza a adaptarse en su entorno, a través de prótesis y nuevas formas, como las inyecciones de silicio, las cremas para aguantar el sol, la transformación y modificaciones de facciones de hombres y mujeres que se operan para superar el paso de los años, el rejuvenecimiento del cuerpo humano.
–Bueno, pero la cirugía plástica tiene años.
–Sí, muchísimos, pero la evolución natural del hombre se va adaptando y entonces yo me voy al extremo y pongo figuras que empiezan a revolverse con otros reinos, como el vegetal, el animal.
–Eso lo hizo Arcimboldi en el siglo XVI que cambió narices humanas por zanahorias y cabelleras por espinacas o hojas de lechuga…
–Sí, sí, por eso, para mí un consejo de Renato era muy valioso. Lo mismo que de Leonora, por su fantasía. A ella no tuve la fortuna de conocerla. Cuando la revista Órbita salió de circulación, el busto que hice de Renato Leduc quedó en la Alameda… Mi abuelito fue escultor, se llamaba Luis Gonzaga Silva; Diego Rivera fue padrino de boda de mi tío José Luis Silva, también escultor. Toda la familia Silva estuvo cerca del gran muralista. Ya llevamos tres generaciones en la escultura y en la pintura. Los hombres de la familia Silva seguimos el mismo camino, pero yo no conocí a Diego Rivera, tengo 60 años. Elena, la invitó a Tepotzotlán a conocer mi trabajo, rumbo a Tepeji del Río, es un lugar muy tranquilo que usted va a disfrutar porque el templo de San Francisco Javier es extraordinario. Los enormes lienzos de Francisco Cabrera son parte de las grandes joyas coloniales de nuestro país.
Mi tío es el autor de la gran estatua de la Virgen de la Concepción en Chignahuapan, Puebla. Es una obra muy fuerte; tiene una altura muy por encima de la normal para una estatua de madera de cedro y estofada en oro. Nuestra iglesia ahora ostenta el título de basílica. Mi papá tuvo la fortuna de hacerle su ajuste, su limpieza, y estuvimos en las alturas abrazándola para restaurarla. Era muy bonito y emocionante estar ahí con ella, porque es una figura de 12 metros, y sólo cuando se hace su limpieza es cuando uno vuelve a tener acceso a su rostro, a sus manos. La basílica está bien cubierta y el altar dedicado a la Virgen, especialmente protegido. Es un tesoro. Allá en la zona de Puebla hubo muchos escultores religiosos, sobre todo en Cholula, imagino que por la fuerza de los españoles en ese estado. Dicen que Cholula tiene una iglesia por cada día del año y, obviamente, la producción de figuras de santos favoreció el crecimiento de escultores en la zona.