La colección «Ojo de Venado» reúne a los mejores fotorreporteros de México en un abanico de imágenes

El venado en el ojo. Fotografía documental mexicana de entresiglos

Hermann Bellinghausen

 

El relanzamiento –que ojalá sea también un segundo aire– de la colección fotográfica Ojo de Venado ofrece una ventana inmejorable para observar la fotografía documental de entresiglos en México, concentrada en autores que radicaban en la capital del país pero, como fotoperiodistas, viajaron y se compenetraron con los diversos territorios del México real, y muchas veces el profundo. Algunos llegaron más lejos en el mundo.

Ideada y organizada por Omar Meneses, Cecilia Candelaria y Ernesto Ramírez, se publicó entre 2011 y 2013. Las dificultades para financiar un proyecto independiente de esta naturaleza impidieron su continuidad y quedaron pendientes más ediciones. La temprana e inesperada muerte de Omar en 2018 pareció cancelar definitivamente la serie y los librillos circularon poco, casi de mano en mano. En este 2022, con el impulso de Cecilia Candelaria y Elizabeth Dakkini, el proyecto retoma su marcha.

Se trata de ensayos individuales, es decir caprichosos, libres y no necesariamente periodísticos de algunos de los mejores fotorreporteros del entresiglo, un momento de quiebre para la creación y la difusión de la fotografía, sobre todo la documental pero no sólo ésta. Al amanecer el milenio la digitalización alcanzó, implacable, a todos los retratistas de la realidad.

Aquel Ojo de Venado alcanzó a reunir nueve fotógrafos de La JornadaProcesoMilenioReforma y otros medios impresos, activos en un período que, laxamente, va de 1990 a 2012. Todos y todas excelentes, eran ya por entonces los continuadores naturales de una escuela fotográfica determinada por Nacho López, Héctor García, Mariana Yampolski y Lázaro Blanco, que se concatenarían con los grandes trabajos de Elsa Medina, Marco Antonio Cruz, Antonio Turok, Pedro Valtierra, José Ángel Rodríguez, Fabrizio León Díez, Eniac Martínez, Francisco Mata, Martín Salas, Alberto Popoca y los que ustedes gusten agregar.

Desde el corazón de las luchas y desgracias, en ocasiones como corresponsales de guerra, por increíble que parezca siempre en la estricta línea de lo real, Ojo de Venado prodiga una ráfaga de estampas expansivas de los mencionados Omar, Cecilia y Ernesto, más Raúl Ortega, Alfredo Estrella, Patricia Aridjis, Jesús Quintanar, Germán Canseco y Víctor Mendiola. Rara vez incluyen sus fotos de primera plana, más bien oscilan entre lo sutil y lo sórdido, lo lírico y lo violento de la vida cotidiana, los espacios del espectáculo o tras los bastidores de la nota roja.

No es dato menor que estos autores sean la última generación del siglo XX. Ojo de Venado sirve de bisagra entre la fotografía que fue y la actual que se ceba en una proliferación de cámaras, manoseos, filtros y filtraciones que hacen de cada ser humano un fotógrafo en potencia, de dudosas calidad y veracidad. Dicho de otro modo, con ellos termina el siglo de oro de la fotografía mexicana (el único siglo de hecho, pero de oro).

 

Memoria reciente pero ya histórica

Tenemos las sumamente humanas fotos de Omar Meneses, algunas tan memorables como los tojolabales refugiados en la finca La Floresta de la selva Lacandona a principios de 1994, o los insurrectos en la finca Liquidámbar bajo unos cuadros de Andy Warhol en el Sierra de Chiapas. Tenemos también los delicados registros de Cecilia Candelaria, la contundencia inspirada de Jesús Quintanar, los retratos de robusta testosterona de Víctor Mendiola, la vida femenina en los márgenes captada por Patricia Aridjis.

De sorpresa en sorpresa, los volúmenes de Ojo de Venado incluyen entre cincuenta y setenta placas por autor que lo dejan a uno girando en los días y los sitios del alzamiento zapatista en 1994, la rebelión popular de Oaxaca en 2006, los gimnasios de box, las catástrofes, las inundaciones, las intimidades más cómicas o atrevidas, el circo y el mar, las danzas indígenas, los niños en los parques, las refugiadas saharauis, las fiestas del chivo en Tehuacán o ante dos cabritas curiosas.

Hay un volumen que es, en sí, un reportaje unitario, un ensayo, un callado lamento de dolor y angustia: Hecho en Ciudad Juárez (2013) de Germán Canseco, donde se muestra la vida y no vida de los adictos, los tráficos, las acciones policíacas y las condenas casi bíblicas de los seres subterráneos de nuestra frontera norte. En el nudo ciego de los picaderos, reino de las cucharitas y las jeringas en degradados “salones de opio”, encontramos seres humanos casi fuera de circulación, pasivos, cubiertos de llagas y mugre.

Vicente Leñero destaca en su breve prólogo “la maravilla artística de estas fotos sin sangre”. El viaje de Canseco a la desolación juarense resulta íntimo: “No es necesario más”, continúa Leñero. “No hay por qué asomarse a un infierno de rostros machacados y miembros retorcidos si el verdadero infierno es así: oscuro, silencioso, seguramente eterno.”

En su pequeño formato a media carta, Ojo de Venado nos obsequia una notable galería gráfica, una baraja de imágenes y símbolos mágica y concreta. Con presentaciones de los propios autores o de otros como Javier Perucho, Aurora Noreña, José Gil Olmos, el que esto escribe y el ya mencionado Vicente Leñero, Ojo de Venado pide a gritos su continuación.

Quizá sea obvio decirlo, pero la serie nos enriquece el archivo de la memoria, todavía reciente pero ya histórica. Esto es lo que hemos sido. Esto vivimos, estos nos contaron, esto fue sufrido por alguien, esto nos maravilló, esto otro ni siquiera nos dimos cuenta que estaba pasando.

 

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