Mijaíl Gorbachov y la ‘perestroika’, la ‘glasnost’ y el contexto político de su gobierno

Reflexiones sobre el derrumbe soviético

El expresidente ruso y Premio Nobel de la Paz, Mijaíl Gorbachov, ofreció una conferencia magistral en el marco de la Cátedra Shimon Peres por la Paz, realizada en la Universidad Anáhuac, el 19 de marzo de 2004.

El reciente fallecimiento de Mijaíl Gorbachov (1931-2022), personaje fundamental en la historia moderna de lo que fue la Unión Soviética, hace necesaria una revisión de su papel en la llamadas ‘perestroika’ (reestructuración) y la ‘glasnost’ (transparencia) y el contexto político de su gobierno a nivel local y global.

Gueorgui Plejánov acabó mal. Murió de tuberculosis en Finlandia en mayo de 1918, exiliado y repudiado por sus antiguos camaradas que construían un país socialista en su Rusia natal. Plejánov fue un político inestable e inconsecuente, a veces pasado de radicalismo y a la postre inscrito en posturas reaccionarias y opuestas al proyecto de la Revolución de Octubre.

Sin embargo, nadie en el ámbito marxista ha negado su gran aportación como teórico sobre un asunto que da título a uno de sus libros: el papel del individuo en la historia. En ese ensayo, Plejánov desmenuzó un tema que Marx y Engels habían tratado en términos disruptivos, muy generales y de manera incompleta: la importancia de los dirigentes en los grandes cambios políticos y sociales. En contraste con los filósofos e historiadores burgueses, los dos subversivos alemanes proclamaron que las transformaciones históricas son producto del desarrollo de las fuerzas productivas y de la lucha de clases, y no de la acción de los individuos (https://is.gd/vJwHFj).

Esa aproximación dejaba un hueco en la evidente importancia de los liderazgos y Plejánov se encargó de explicarla desde el punto de vista del materialismo histórico.

En forma muy sintética y esquematizada:

sólo el grado de desarrollo de las fuerzas productivas determina la historia, no la acción de los grandes hombres, sin embargo, tampoco se puede obviar el papel de los individuos: “Los individuos pueden influir en los destinos de la sociedad. A veces, su influencia llega a ser muy considerable, pero tanto la posibilidad misma de esta influencia como sus proporciones son determinadas por la organización de la sociedad, por la correlación de las fuerzas que en ella actúan. El carácter del individuo constituye un ‘factor’ del desarrollo social sólo allí, sólo entonces y exclusivamente en el grado en que lo permiten las relaciones sociales”.

Determinados individuos también reflejan el carácter de su época y de su clase. Bush es un producto de la época actual del sistema capitalista: un líder decadente para una etapa de capitalismo decadente. No es casualidad que al frente de la Francia feudal estuviera un Luis XVI y una María Antonieta, o que al frente de la Rusia zarista estuviera un Nicolás II y un Rasputín.

Pero Plejánov continúa: “Un gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales impriman una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de particularidades que le convierten en el individuo más capaz de servir a las grandes necesidades sociales de su época” (https://is.gd/oImGFQ).

 

La derecha que no era (aunque alguien lo dijera)

Uno de los últimos académicos occidentales a los que Isaac Deutscher denominaba sovietólogos, William Taubman, sostiene que “la Unión Soviética se vino abajo porque Gorbachov debilitó el Estado en un intento por fortalecer al individuo” (Gorbachov: vida y época”, Ed. Debate, 2018). La afirmación es de alguna manera compartida por muchos añorantes del bloque soviético, convencidos de que “fue un traidor”, incluso “agente de la CIA” y el culpable satánico de la disolución de ese bloque y de la catástrofe geopolítica y social que le siguió.

Estas manera de personalizar un suceso histórico de semejante calado no sólo es profundamente antimarxista sino también desconocedora de la historia: en tanto estuvo en el gobierno, Gorbachov se opuso siempre a la liquidación de la URSS e incluso emprendió un intento desesperado por salvarla mediante el Nuevo Tratado de la Unión (enero de 1991). Quienes presidieron la liquidación fueron el ruso Boris Yeltsin, el ucraniano Leonid Kravchuk y el bielorruso Stanislav Shushkévich, firmantes del Tratado de Belavezha en el que se declaró la disolución de la unión (8 de diciembre de 1991) y que fue seguido 13 días después por el Protocolo de Alma Atá, que proclamó la creación de la Comunidad de Estados Independientes con la participación de once de las quince antiguas repúblicas soviéticas.

Otra noción falsa pero ampliamente compartida es que Gorbachov implantó el neoliberalismo en la Unión Soviética. En realidad, el último secretario general del PCUS intentó sustituir una economía planificada que se caía a pedazos por un capitalismo de Estado como el que acabaron adoptando China y Vietnam. En términos políticos, Gorbachov aspiraba a establecer un socialismo con libertades y sin la opresión, la corrupción y el burocratismo que caracterizaron al régimen soviético. La apertura al neoliberalismo más salvaje y los robos apenas disfrazados de privatizaciones ocurrieron después de la desaparición de la URSS, ya en el gobierno de Yeltsin. Curiosamente, el sucesor de éste, Vladimir Putin, reorientó la economía hacia el capitalismo de Estado y moderó los excesos más indignantes del neoliberalismo.

Los juicios a posteriori sobre Gorbachov ignoran, por otra parte, el ambiente intelectual que predominaba entre las izquierdas comunistas del mundo al comienzo de la perestroika y la glasnost: por ejemplo, a decir de un ácido crítico de Gorbachov, el comunista colombiano Carlos Lozano Guillén, fallecido en 2018, el XXVII Congreso del PCUS (1986), en el que se delinearon las propuestas reformistas:

Fue un gran acontecimiento de política exterior, seguido con interés en todas las latitudes. La dirección del PCUS divulgó las tesis, sustentadas en dos principios nuevos y renovadores: la perestroika (reestructuración) y el glasnost (transparencia), como bases de la nueva política para fortalecer el socialismo desarrollado.

Incluso Fidel Castro se sumó al optimismo: “Aires de renovación y una fuerte inyección de espíritu leninista, de optimismo, de entusiasmo y esperanzas flotan en el ambiente de este XXVII Congreso”, dijo entonces en la tribuna en el Palacio de los Congresos del Kremlin, en Moscú, y no dudó en agregar:

Estas ideas sobre las que ha puesto en los últimos tiempos enorme énfasis el glorioso Partido Comunista de la Unión Soviética, constituyen hoy una bandera de lucha para toda la comunidad socialista, y contará sin duda con el máximo apoyo de todas las fuerzas progresistas de la Tierra (https://is.gd/ondSj7).

Las reformas gorbachovianas pudieron haber precipitado el derrumbe de la Unión Soviética pero no lo causaron. Ese derrumbe tiene sus principales causas en la inviabilidad de la economía planificada y en la ilusión, insuflada desde el partido y desde el gobierno desde los tiempos de Krushev, de que era posible replicar una sociedad de consumo similar a las de Occidente sin tocar la propiedad estatal de los medios de producción.

Hay dos cosas muy disparatadas que se pueden hacer con el mercado: entregarle por completo el funcionamiento de la economía y abolirlo por decreto. El modelo neoliberal ha buscado hacer lo primero y ha provocado el desastre mundial que todos conocemos. El poder soviético, ya dominado por Stalin, intentó, entre 1929 y 1931, lo segundo, y provocó con ello dos fenómenos contrapuestos: por un lado, impulsó el desarrollo del país de manera formidable y por el otro, generó una catástrofe política y social de proporciones incalculables y erigió una tiranía burocrática que aún perduraba, en sus aspectos esenciales, hacia 1985, año de la llegada de Gorbachov a la Secretaría General del PCUS.

 

La izquierda que no es (y al revés)

Entre la economía planificada y la sociedad de consumo había una contradicción insalvable que tarde o temprano habría de manifestarse, pero además en la conducción económica proliferaron vicios irremediables, como la corrupción, la ineficiencia, el burocratismo y la simulación. Muchos jerarcas soviéticos se hicieron enormemente ricos pero no podían ostentar lícitamente tal condición ni convertir su dinero en capital por la simple razón de que la propiedad privada de los medios de producción estaba formalmente prohibida; fueron los que conformaron la corriente que en Occidente se denominó “de izquierda”, con Yeltsin a la cabeza, que propugnó por liquidar el modelo soviético. Otros preferían medrar al amparo del viejo orden, que les otorgaba privilegios inconfesables, y constituyeron el grupo de “los conservadores” o “la línea dura” que protagonizaron el intento contraproducente de golpe de Estado de agosto de 1991, secuestraron a Gorbachov en Crimea y, a la postre, inclinaron drástica e irreparablemente la balanza en favor de Yeltsin.

Muy pronto, Gorbachov quedó atrapado entre ambas facciones, fue incapaz de sacar adelante su propuesta intermedia, se encontró presidiendo un Estado inexistente y ya fuera del poder sus posiciones ideológicas fueron virando a la derecha. Coqueteó de manera odiosa con sectores reaccionarios de Occidente y ello le valió ser considerado héroe por los gobiernos de Estados Unidos y Europa, y villano por millones de rusos que perdieron de golpe los niveles de bienestar que habían alcanzado en tiempos soviéticos. El reformador fue satanizado también por corrientes ideológicas extrañas que hoy ensalzan a Putin como si se tratara de un restaurador del poderío soviético y que desde supuestas posturas “de izquierda” se tragan el autoritarismo, los valores chovinistas, las posturas sociales retrógradas y el fervor clerical del actual presidente ruso, el cual, si gobernara en cualquier país occidental, sería considerado sin vacilación como un individuo de derecha.

Pero como gobernante Gorbachov fue un humanista que buscó establecer libertades individuales, políticas y sociales, un estadista audaz que intentó refundar la Unión Soviética sobre bases democráticas y un pacifista que ordenó terminar la ocupación de Afganistán y que contribuyó en forma decisiva al fin de la guerra fría y a despejar la amenaza de la hecatombe nuclear que pendía sobre el mundo. Su contribución a la historia planetaria, incluso en la estricta lógica de Plejánov, es inconmensurable y no puede quedar circunscrita a la de un dirigente traidor que entrega su país al enemigo.

Más aun, Gorbachov fue el primer estadista que soñó con la posibilidad de hacer confluir el socialismo con la democracia, los derechos humanos y las libertades políticas y sociales, una confluencia que es hoy en día irrenunciable para las izquierdas.

Ciertamente, Estados Unidos y las potencias de Europa occidental aprovecharon la crisis terminal del bloque soviético para expandirse hacia el Oriente, emprender nuevas guerras de saqueo neocolonial, edificar una hegemonía sin contrapesos y buscar un orden unipolar que nunca logró consolidarse. Pero, a contrapelo de lo que muchos creen, las intrigas occidentales desempeñaron un papel menor en el colapso del Pacto de Varsovia y de la propia URSS. Walesa y la insurrección pacífica en Berlín Oriental no fueron criaturas de la CIA –como no lo fueron tampoco las rebeliones de Budapest en 1956 y de Praga en 1968– sino de los descontentos locales ante la opresión y la ineficiencia de regímenes títeres de Moscú.

Finalmente, tal vez el principal error de Gorbachov fue no pensar en términos marxistas; si lo hubiera hecho, acaso se habría dado cuenta de las contradicciones insalvables que aquejaban al bloque soviético y de la imposibilidad de gobernar un país que, con o sin él, con o sin Reagan, con o sin Wojtyla, estaba condenado a la desaparición.

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