Es el verano de 1966 y –de acuerdo con Stig Bjorkman–, el joven de origen suizo, comandante de la nouvelle vague, Jean Luc-Godard, lee un artículo de la periodista Catharine Vimonet en Le Nouvel Observateur, sobre las estrellas fugaces
, es decir, amas de casa de los modernos suburbios de París que ganan dinero ejerciendo la prostitución. Tal hechoes el punto de partida de su película Dos o tres cosas que sé sobre ella, filmada de manera simultánea con Made in USA.
La cinta expone la situación de Juliette (Marina Vlady), madre de dos hijos, quien vive en un suburbio parisino con Robert (Roger Montsoret) su esposo, un mecánico que en su tiempo libre capta con un radio señales que dan datos sobre la guerra de Vietnam. Juliette, junto con su amiga, Marianne (Anny Duperey), se prostituye con un dejo de indiferencia y aburrimiento. Y esta sinopsis miente, no es del todo verdadera, porque la película se desarrolla como el pensamiento: una serie de asociaciones, una mezcla de imágenes, ideas y anhelos, un bello artefacto cinematográfico que, como dice su autor, es tan poético como político
, y agrego, tan sintético como cromático (con persistentes detalles en azul, rojo y blanco, que preludian la sublime trilogía de Kieslowski y la alucinante Clímax de Gaspar Noé).
París crece en el fondo,la maquinaria expande la ciudad que, a decir Guzzetti, en su ensayo Two or Three Things I Know About Her, es la verdadera protagonista de la película, a pesar de que el director trastoca el concepto de interpretación al presentar en una de las primeras secuencias a la actriz de origen ruso Mariana Vladyy a Juliette, dos que son la misma y que son otra, una actriz que, a lo Brecht, citala realidad.
Diversas mujeres dansus testimonios a cámara,que buscan ser independientes sexualmente de un hombre
, mujeres que, como Juliette, se declaran indiferentes y aún no muertas
mientras conducen un Austin rojo por medio de panorámicas que deconstruyen a la vez que reiteran las posibilidades del discurso fílmico. Y ahí está Godard, manejando las imágenes desde el centro, evocando a las heroínas de Faulkner y de Chejov para hablarnos de una sociedad capitalista en la que los zapatos nuevos pisan vietnamitas y los fotógrafos de guerra se lamentan de que Estados Unidos gaste un millón de dólares por cada cuerpo muerto cuando con ese dinero se podrían pagar 20 mil cuerpos vivos y desnudos como el de Marianne.
Y desde ese discurso, Godard envía un mensaje al futuro: la imagen todo lo permite, lo mejor y lo peor
, el arte y la agresión, los cuerpos bellos y los cuerpos mancillados, lo real y lo pensado (que es un pasaje irreal). Y si no puedes comprarte LSD, cómprate un televisor a color
. Jaque.
Es imposible abarcar las imágenes de Godard desde a las palabras porque los signos hacen dudar del lenguaje
. Si no es posible pensar desde la superficie de un expreso, Godard nos invita a hacerlo desde el extremo encendido de un cigarro. La misma voz nos cuenta que en la radio oye un anuncio que explica que con una marca de aceite en el carro se puede ir tranquilo y olvidarse de todo: de Hiroshima y Auschwitz, de Budapest y Vietnam, de la crisis de la vivienda y el hambre en la India. Así hasta quedar vacío, llegar a cero y volver a empezar. Círculo vicioso. Vicio circular el de las imágenes. Fundido a negro. Fade out.
P.D. Jean Luc-Godard decidió cerrar su libro deimágenes y memoria el pasado 13 de septiembre. Si vio a tantos vivir mal, ojalá que haya tenido la fortunade morir bien.
* Periodista cultural y doctor en historia del arte