La novela de gángsters, de la editorial G. P. Putnam’s del autor, Mario Puzo (1920-1999) y peli de Coppola

Mario Puzo: una novela en el nombre del padre

Álvaro Rojas Salazar

Corleone.

El Padrino es una novela de acción, de disputas de poder, entre 1945 y 1955, al interior de la mafia neoyorquina y, antes que nada, es la historia de una familia. Vito Andolini huye de Corleone, su pueblo natal, para salvar su vida; la mafia local ha matado a su padre, a su hermano y a su madre. Él se va a América, donde la pasa mal, donde forja su carácter, donde conoce a una muchacha italiana que será su esposa y la madre de sus cuatro hijos: Santino, Fredo, Michael y Connie.

La literatura recobra el tiempo perdido y, mediante la imaginación y el lenguaje, transforma en ficción vivencias sociales, experiencias subjetivas. Por ejemplo El padrino, en la que Mario Puzo vuelca recuerdos personales de su infancia y reconstruye las guerras por el dominio del juego, la prostitución, la industria del placer y el naciente negocio de las drogas. Esta novela es un bestseller y un longseller, escrita con un lenguaje sencillo, directo como un balazo en la frente, un libro sin adornos, bien armado, al que tal vez le sobren páginas, un libro que no se puede dejar de leer por la historia que cuenta, por lo fascinante que es, por la curiosidad que despierta el drama cotidiano de unos personajes que a cada paso que dan se juegan la vida, su fortuna y la de sus familias.

 

Don Vito

Los inmigrantes pobres no creen en la justicia, no confían en las autoridades de Estados Unidos; al igual que ocurría en Sicilia, cuando se ven en problemas, cuando tienen que saldar cuentas o enfrentar condenas, buscan la ayuda de un “Don” como Vito Corleone, un estratega brillante, un sabio de la vida al margen de la ley, un hombre poderoso y de palabra que nunca le niega un favor a sus amigos ni a los amigos de sus amigos, quienes se van convirtiendo en sus deudores y, con ello, en sus servidores. Como el cantante Johny Fontane, que está basado en Frank Sinatra y alcanza el éxito en Hollywood a la sombra de los Corleone. “Nunca he traicionado mi palabra”, dice el Padrino, quien se hizo a sí mismo moviéndose desde los bajos fondos de la ciudad hasta dominar un imperio apoyado en el crimen y en la inteligencia, un imperio cuya fortuna poco a poco se va legalizando con la ayuda de políticos, jueces, policías y periodistas.

La tensión entre las cinco familias principales de la mafia neoyorquina revienta cuando Virgil Sollozzo le pide a don Vito su apoyo para incursionar en el negocio de las drogas, él se lo niega por considerarlo riesgoso y destructivo, esto desata la guerra y cambia para siempre el destino de los Corleone. Los Tataglia y los Barzini se unen contra ellos, montan un atentado contra el “Don”; fallan por poco, Vito es hospitalizado, Fredo se enferma y sale de circulación por no haber podido defender a su padre; el irascible Santino queda a cargo de la familia y finalmente es asesinado; Michael, quien hasta el momento ha estado fuera de los negocios de su padre, entra en el juego mostrando su frialdad y su violencia empozada, asesina a sangre fría a Sollozzo y al Capitán McCluskey y huye en barco a Sicilia, donde lo espera el resguardo de capos de la mafia local que le deben favores a su padre.

El abogado Tom Hagen, los caporagimes Tessio y Clemenza, amigos del “Don” desde sus inicios criminales en el barrio Little Italy al sur de Manhattan, el sanguinario Luca Brasi, Santino y finalmente Michael, forman el Estado Mayor de los Corleone. Son memorables las escenas en el despacho del “Don”, desde donde se administra, entre vasos de whiskey, la vida y la muerte de numerosas personas. Las mujeres de la familia están subordinadas a los hombres, rezan por ellos, sufren sus abusos, los aman y les temen. La señora Corleone, Connie, Sandra, la esposa de Santino, su amante Lucy y también Kay Adams, la novia estadunidense de Michael, viven en un mundo paralelo, no conocen del todo bien los negocios de sus hombres, disfrutan su fortuna y sufren la violencia que les rodea.

El “Don” no confiaba en Santino como heredero de su imperio, lo consideraba muy impulsivo y violento; tampoco en Fredo, débil y lujurioso. A Michael lo adoraba, quería para él un futuro lejos de los negocios de la familia: político, hombre de empresa, profesor. Se enfureció cuando Michael sin consultárselo se enlistó en el ejército y combatió a los japoneses en la segunda guerra mundial. Pero la influencia del “Don” era aplastante e insoslayable para sus hijos. Después de la muerte de Santino, pacta la paz entre las familias hasta que Michael pueda regresar de Italia, donde se casó con la hermosísima y virginal Apolonia, a quien asesinan los enemigos de los Corleone haciendo explotar una bomba en su automóvil. Este acontecimiento brutal dispara el deseo de Michael de regresar a Estados Unidos y convertirse de una vez por todas en el hijo de su padre, en el heredero de los Corleone, en el nuevo Padrino.

 

La ley del padre

“Quiero casarme contigo y que tú protejas de mi influencia a mis hijos. No quiero que a ellos les ocurra lo mismo que me pasó con mi padre”, le dice Michael a Kay cuando se reencuentran tras sus años en Italia, cuando le cuenta que se hará cargo de los negocios de los Corleone y que en cinco años podrán vivir como cualquier familia estadunidense de clase media o alta. Según Michael, en cinco años todo estará legalizado. Kay le cree.

Leída hoy, esta historia se nos hace muy familiar, se parece mucho a lo que viven los capos del narcotráfico contemporáneo y, sin embargo, si existe un negocio en el que no ingresaron los Corleone, es el de las drogas. Todo lo demás es muy similar: comprar jueces, políticos, lavar el dinero proveniente de fuentes ilegales, asesinar a los enemigos, administrar estructuras jerárquicas, verticales y autoritarias, reclutar a jóvenes violentos, solitarios y sin futuro, convivir con el capitalismo.

Vito Corleone muere en su finca de Long Beach de un ataque al corazón, mientras cuidaba su huerto. “La vida es hermosa”, le dice a Michael, su hijo favorito, mientras él le sostiene la mano entre las suyas. Michael es el nuevo Padrino y ya tenía planeada la venganza. “Mi padre respetaba mucho a la muerte”, reflexiona Michael. Hombre violento y brillante, frío como un témpano, poseedor de una racionalidad agudísima puesta al servicio de su supervivencia y la de su familia. Para alcanzar sus fines todos los medios estaban justificados. Él, por más que quiso, nunca se libró del peso de su padre, cuya forma de vida se le impuso hasta anular la suya. Michael quiso y no pudo. Quiso ser un estadunidense más, casado con una estadunidense más, un héroe de guerra, un hombre limpio de manchas y de crímenes, libre para hacer fortuna. No pudo. Ahora estaba a cargo de su familia, ahora era el nuevo “Don” de los Corleone, ahora cargaba sobre sus hombros con el peso de su padre.

Uno a uno fueron cayendo todos sus enemigos. El golpe fue brutal e incontestable para los líderes de las otras familias. Barzini, Tataglia, Moe Greene, hotelero de Las Vegas que humilló a su hermano Fredo, Fabrizio; el pastor que puso la bomba en el coche que conducía Apolonia, el traidor Tessio, Carlo Rizzi, el esposo de su hermana Connie, quien sirvió de carnada para entregar a la muerte a Santino. No quedó uno. Así aclaró Michael todas las dudas sobre su poder, así dio sus primeros pasos como jefe. Los Corleone dejaron New York, los negocios cada vez más exitosos fueron trasladados a Nevada, donde la familia intentó llevar una vida normal. Kay tuvo dos hijos con Michael, lo quiso dejar y no pudo. Lo amaba y le temía. Tal y como hacía la señora Corleone con Vito, Kay rezaba todas las mañanas por el alma de su esposo. Michael aprendió mucho al lado de su padre y, además, le imprimió a los negocios de su familia su sello personal, uno racional, inclemente y violento.

Al lector contemporáneo le resulta imposible separar las imágenes de las películas de aquellas otras que surgen al leer la novela; se comunican entre sí, aunque sean distintas. En Michael está Al Pacino y en don Vito están Marlon Brando y Robert De Niro, y acompañándolos están New York, Sicilia, Las Vegas, para recordarnos que las ficciones saquean a conveniencia la historia y regresan a ella gracias a los lectores que entendemos el mundo con la ayuda de sus palabras y de sus imágenes, lectores como nosotros que, para pensar la relación entre un padre y un hijo, y para comprender un poco mejor a la mafia y al crimen organizado, podemos recurrir ahora a esa fascinante novela que es El padrino, de Mario Puzo.

 

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