Cinexcusas
Luis Tovar
Una mañana cualquiera –fue la del martes 13 de septiembre de 2022–, como le sucedió a millones alrededor del mundo, quien firma estas líneas comenzó la jornada con la noticia de que usted, Jean-Luc Godard, nacido el 3 de diciembre de 1930 en París, había decidido retirarse del mundo, dicen los medios, “por suicidio asistido”, como si la sencilla y clara palabra “eutanasia” los repeliera o les costara demasiado. Alguno de esos medios, por ejemplo el francés Libération, hablan de que usted decidió morir debido a que padecía “múltiples patologías invalidantes”; no obstante, citan a su hoy viuda, Anne-Marie Miéville, diciendo que usted “no estaba enfermo, simplemente estaba agotado”. Debe ser difícil, si no imposible, rebasar las nueve décadas de vida sin “patologías” y sin sentirse “agotado”; así pues, parecerá contradictorio, pero creo que ambas frases guardan verdad.
La nouvelle vague y después
Querría despachar lo más rápido posible los lugares comunes, monsieur Godard: dirán los antes mencionados medios masivos que, con usted, muere definitivamente la nouvelle vague o, con más grandilocuencia, que fenece una época entera o, en estos días muy de moda, que ahora sí ha concluido el siglo XX. Para soltar frases como las anteriores habrán de basarse en lo obvio, es decir, que sobrevivió a François Truffaut, Eric Rohmer, Claude Chabrol y Jacques Rivette, idos del mundo en ese orden, y que con usted –dicho sea para los desavisados, que los hay– fueron los creadores y protagonistas absolutos de esa revolución formal, estética y, de seguro, diría usted que también ética, conocida como la nueva ola, que cambió para siempre, y para bien, la faz del cine mundial.
Usted sabe cómo suelen ser las cosas: a la hora de dar cuenta, definir y tratar de explicar la importancia de un creador como usted, la simplificación es el primer peligro y, por desgracia para un espacio como éste, brevísimo, resulta inevitable. No obstante, querría intentar esquivarlo diciendo algo que para muchos puede sonar a verdadero sacrilegio: las aportaciones de su obra, su concepción y su postura ante el fenómeno cinematográfico no se agotan, ni mucho menos, en el cine y los textos surgidos de su creatividad en los tiempos míticos, riquísimos, demostradamente perennes, de la nouvelle vague, como tampoco es verdad que para abarcarlo a usted baste con aludir a la incontestable relevancia y la no menos constatable vigencia de Sin aliento (À bout de souffle, 1960), su debut largometrajista; Vivir su vida (Vivre sa vie, 1962), Banda aparte (Bande à part, 1964), Pierrot el loco (Pierrot le fou, 1965) y La china (La chinoise, 1967), para mencionar sólo las películas que hasta la más sucinta de las notas debe incluir si pretende hacerle un mínimo de justicia. Mediática, quiero decir, y dirigida a un público masivo que muy probablemente ignora demasiado, por culpa de la fugacidad noticiosa lo mismo que de cierta pereza cinéfila de la cual, por cierto, usted lo sabía y lo dijo prácticamente todo desde sus tiempos de crítica cinematográfica de Cahiers du Cinéma y otros espacios. Mediática, insisto, porque artística y estrictamente fílmica, esa justicia nunca le faltó: no son muchos los realizadores que, como a usted, se les identifica con el cine mismo, tal como si se tratara de sinónimos, y en su caso con toda razón; bastaría con que los desavisados se dieran la oportunidad de conocer sus Histoire(s) du cinéma –así fuera sólo eso– para constatar dos certidumbres: que bien pocos sabían tanto de cine como usted y, mil veces más importante, que aún más pocos amaban de ese modo al cine.
Se me termina el espacio y, como es evidente, no logro rebasar lo obvio e indispensable. Intentaré una vez más resolverlo diciendo que, a título personal, dos de sus últimos filmes me parecen tan revolucionarios –y uso esa palabra con toda intención– como los primeros; así pues, le agradezco Adieu au language (2014) y Le livre d’image (2018) y le digo À bientôt, monsieur Godard!.