Puede imaginarse, entonces, la lucha encarnizada entre los editores para obtener estos premios que representan un beneficio capital en el equilibrio de sus finanzas. De ahí provienen, sin duda, la dudosa reputación de la atribución de los premios y los rumores de sospechas sobre la composición de los jurados, cuyos miembros se encuentran a menudo ligados a tal o cual casa editorial, cuya empresa obtiene, como por azar, el premio más codiciado porque aporta el mayor número de compradores, como el galardón Goncourt, tan a menudo obtenido por las mismas empresas de edición: Gallimard, Grasset o Le Seuil. A tal extremo que conduce, a veces, a un escándalo como el que causó Julien Gracq cuando rechazó en forma brutal el Goncourt que se le atribuyó, ya que este gran escritor tenía horror de los juegos de un sistema que él juzgaba corrupto y al cual negaba poseer la menor autoridad literaria.
Cabe reconocer que esta guerra literaria no es nueva ni exclusiva a un solo país. Intrigas y manipulaciones, más o menos ocultas, en ocasiones evidentes y escandalosas, ensucian la atribución de premios tan cotizados como el mismo Nobel, donde la política y los políticos se enfrentan con todo el peso de su influencia y su poderío. Así, el premio puede otorgarse, más que por la calidad literaria de la obra, por la posición política de su autor. Pero la política en boga es cambiante y los laureles pueden pasar de las cabezas de escritores considerados de izquierda a autores de ideas menos revolucionarias, de García Márquez a Octavio Paz. Durante años se negó el Nobel a escritores rusos que no fueran disidentes de la Unión Soviética, Pasternak o Solyenitzin. Los jurados descubren que también hay mujeres que escriben. Para no quedar atrás en busca de minorías se localizan autores en reservas o regiones alejadas de Occidente. A su vez, las universidades se inmiscuyen proponiendo sus candidatos. En la actualidad, la moda parece favorecer a los adeptos de la llamada corrección política
. El premiado, entonces, deberá blandir sus armas por la conservación del planeta y de cuanta especie en vías de extinción se pueda encontrar, es decir, presentarse como un auténtico ecologista. Podrían, así, quedar excluidos de cualquier premio, importante o insignificante, los sospechosos de machismo, los fumadores, y tantos otros culpables de crímenes tan insidiosos como negarse a la escritura inclusiva. El premiado deberá exhibir la decorosa figura de la política correcta a la moda.