André du Bouchet (1924-2001) poeta francés, ensayista y traductor, desarrolló una obra de lo cotidiano

El vacío sin nombre: la poesía de André du Bouchet

Philippe Cheron

 

La poesía de André du Bouchet (1924-2001) se asemeja a un lento caminar hacia la montaña que es preciso ascender, al trayecto que uno debe recorrer para llegar a sí mismo, para intentar franquear una grieta (cuyo origen, en su caso, podría rastrearse en el trauma de adolescencia ante la línea de demarcación de la ocupación nazi y en la adversidad, ya adulto, del divorcio): separación entre el lenguaje y lo real, entre las lenguas, el significado y el significante, el aquí y el allá, el yo y el otro…

Una temática, en síntesis, cercana a la que propuso en “La conversación en la montaña” (1959) Paul Celan, con quien mantuvo una fuerte amistad. Al igual que el gran poeta en lengua alemana, el francés fue un escritor exigente, de alta conciencia moral en la desolación de la postguerra, en la ignominia de la Shoah. En su obra cada palabra, cada verso parecen arrancados a duras penas al sufrimiento, al silencio –silencio que se manifiesta en la disposición tipográfica a la que siempre estuvo muy atento, con blancos cada vez mayores. La palabra surge “de ese vacío, de ese blanco que no tiene nombre, pero que permite nombrar”, como lo apunta Jorge Esquinca. Y que permite seguir andando gracias a aquello más amplio que está “delante de mí” –dice el poeta–
y que lo impulsa con el fin de intentar reconstruir algo, en el ámbito de la poesía, después del desastre.

A diferencia de Celan, que se valió de la tradición hebraica, su escritura fragmentada, dislocada, se limita humildemente a las palabras de lo cotidiano, a las de su propia lengua, sencillas, esenciales: cielo, aliento, muro, nieve, frío, aire, fuego, lluvia, etcétera.

En esta poesía de la rarefacción, del vértigo, es intensa la sensación de asfixia, de falta de oxígeno, de la dificultad por salvar los obstáculos y progresar. Ni una palabra de menos, ni una de más para tratar de captar lo ilimitado, lo indecible. El narrador es un viajero, un caminante avanzando en su inmovilidad, a imagen del famoso Hombre que camina, de Alberto Giacometti, sobre cuya obra escultórica redactó el ensayo Qui n’est pas tourné vers nous (El que no está vuelto hacia nosotros).

En su escritura hecha de bloques y de grandes huecos, como señala Jean-Michel Maulpoix, está la interdependencia de dos posturas antinómicas, que animan toda su obra: el deseo de subir y la alegría de bajar, el horror de la vida y el éxtasis de la vida. Es una obra que se enfrenta con valentía al aquí y ahora de lo real, sin dejarse distraer por la esperanza de un “allá”, de un “en otra parte”, una incitación a aprender a desprenderse, a vivir y a expresar la contradicción entre “el deseo de una total coincidencia con el mundo –en palabras de Michel Collot– y la conciencia de una separación irreductible”, “la paradoja de una proximidad distante, de una distancia que reúne”.

Nacido en París, André du Bouchet pasó su adolescencia en Estados Unidos, donde estudió y fue profesor de inglés. Fundó la revista L’Éphémère (Lo Efímero) en 1967 junto con Yves Bonnefoy, Jacques Dupin, Paul Celan y Gaétan Picon, entre otros. Fue poeta, ensayista y tradujo a Shakespeare, Hölderlin, Joyce, Faulkner, Celan, Mandelstam. Vivió sus últimos treinta años en el pequeño pueblo de Truinas (sureste de Francia), donde falleció el 19 de abril de 2001. Entre sus obras principales están Dans la chaleur vacante (En el calor vacante), Ou le soleil (O el sol, título que puede leerse Où le soleil: Dónde el sol)* Rapides (Rápidos), Peinture (Pintura), Ici en deux (Aquí en dos), Tumulte (Tumulto).

En español existe la antología de Franc Ducros y Jorge Esquinca, Araire (México, Aldus, 2005). El segundo, que tradujo la selección preparada por Ducros, explica este título que sintetiza magníficamente la poética del autor: “La palabra francesa araire, que significa literalmente arado, está en el título de un poema de André du Bouchet. Al pronunciarla, hace pensar en la solidez de esta sencilla herramienta que abre un surco en la tierra. El lector de nuestra lengua puede leer esta palabra […] como si se tratase de un nuevo vocablo en español, un término que convoca los verbos ararir, y el elemento aire.”

Presentamos a continuación versiones (con el concurso de Frédéric Illouz) de seis textos de su primer poemario Air (Aire), cuatro de En el calor vacante y uno de Aquí en dos.

 

 

Margen

 

En la noche me adelantaba a través de su cuerpo como a través de una cortina. El calor, la carne proporcionaban la materia del tiempo. Rellenaba yo la muy densa brecha con ademanes tartamudos. Una vida afable, palpable, aunque despojada de palabras se ofrecía de buenas a primeras; arriba de sus cabezas una bufanda de sudor semejante a un iris, caracolea.

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