En memoria de Godard / Una conversación entre Jean Paul Belmondo y Alain Delon
Rafael Aviña
—Jean-Paul Belmondo: …Fui boxeador amateur y pronto comprendí que no sería Marcel Cerdan. Así que volví al teatro. En cuanto a Godard… En la época en que actuaba en Óscar, de Claude Magnier, me di cuenta de que había un tipo con lentes y sin afeitar que venía a verme a menudo. Un día se me acercó y me dijo: “¿Te gustaría hacer cine?” Tenía un acento curioso, ligeramente suizo. “Voy a rodar un cortometraje —me dice—. Ven a mi casa en la Rue de Rennes, te daré 500 francos.” Yo pensé: este es un marica y se lo conté a mi mujer. Ella me dijo: “Anda a verlo, y si te molesta, le das un derechazo.” De acuerdo. Así que acudo. Y filmamos Charlotte y su amante, el borrador de Sin aliento. Heme allí en la sala de la casa de ese tipo, Godard, quien me indica todo lo que tengo que decir. Haz esto, haz aquello… Luego me escribe preguntándome si me puede doblar con su propia voz. Lo autorizo, por supuesto, sobre todo porque no había visto la película. Meses después, Jacques Becker busca actores para su película Le Trou. Le muestran Charlotte y su amante. Y dice que el corto cuenta con un joven actor que no está mal, pero que no va a contratarlo ¡dada su horrible voz y su acento suizo! Poco después Godard me llamó…
—¿Para Sin aliento?
—JPB: Me dijo: “Tengo una idea: un tipo vuelve de Marsella a buscar a su novia y, en el camino, mata a un policía… Ya veremos qué sigue.” Nos vemos en el Royal Saint-Germain, donde hoy se encuentra la boutique Armani. Llego y me ordena: “Ve a un café a tomar una copa de vino y te sales sin pagar.” La cámara rueda. Hago lo que me pide, y el mesero me insulta. Godard dice: “Ya filmamos, se acabó, vámonos a casa.” Hay que obedecer al productor. Al día siguiente, Godard me indica: “Te metes a esa cabina telefónica y hablas; di lo que quieras.” Así lo hago. ¿Qué sigue? “No tengo ni idea”, dice, y nos detenemos. En la noche llego a casa y le digo a Elodie, mi esposa: “No pinta bien la cosa: me pagaron cuatro mil francos y estoy conforme, pero la película nunca se estrenará.” Otro día, nos reunimos con Jean Seberg en la terraza del Hôtel de Suede y desayunamos, tranquilos. Luego filmamos. Por alguna razón desconocida, Godard despide al ingeniero de sonido. De modo que la imagen ya no empalma con los diálogos. Cuando la película pasa al módulo de sincronización los técnicos se preguntan: ¿qué es esta película burda y extraña? Yo no me preocupaba. Estaba seguro de que nunca se exhibiría. Entonces hice unas pruebas para Peter Brook… Me contrataron para Moderato cantabile, de Marguerite Duras… Y se estrenó Sin aliento. Y pensé: ¡me van a agarrar a jitomatazos en la calle! Pero tuvo éxito. Me dije: no durará. Y filmé todo lo que me ofrecieron con calma.
—Y usted, Alain Delon, también trabajó con Godard.
Alain Delon: Sí, en la cinta Nouvelle Vague, pero eso fue treinta años después. Nos entendimos muy bien. Sólo una vez nos enojamos porque un día le dije: “No puedo salir por esta puerta, puesto que acabo de entrar por ella.”
JPB: ¡Ponerle un reparo así a Godard!
AD: Hay que decir que, en comparación con lo que cuenta Jean-Paul, Godard había progresado. A mí me dio un guión… ¡de dos páginas! Cuando me vino a ver le dije: “Yo no soy Jean-Paul, no puedo improvisar, necesito una base, una historia, diálogos, en síntesis: un papel.” Y me dijo: “Voy a proporcionarte lo que quieres.” Dos días después me entregó dos páginas. Le dije: “Esto es un esbozo.” Me respondió: “No: es el guión.” En lo sucesivo, siempre se las arregló para darme, aunque fuera una hora antes de filmar, un diálogo. No hubo improvisación. Al final me sentí muy feliz.
—Usted no habría aceptado que lo tratara así ningún otro director.
AD: No lo sé. Pero quería contar con una película de Godard en mi curriculum. Asumí que debía callarme y aceptar todo. Al principio fue difícil, pero luego mejoró. La diferencia entre Jean-Paul y yo es que él se formó como actor y pronto se vio inscrito en la Nueva Ola. Yo, que no tenía formación, entré al cine con la vieja guardia. Aprendí mi oficio con gente que sólo entendía el cine como rigor y estructura.
—Hay algo mas. Usted, Delon, era una belleza por la que el público se derretía, en tanto que…
JPB y AD (al unísono): ¡Cuidado con lo que vas a decir!
—…mientras que Jean-Paul era… boxeador.
JPB: Al principio yo era un actor mediocre pero ambicioso. ¡Quería representar tragedias clásicas, eso indica cuán desorientado estaba! Alain, en cambio, era guapo. Yo, para embonar, tenía que hacerme notar, tenía que dármelas de simpático. Si Alain hubiese venido a las clases de interpretación, todas las muchachitas se habrían tirado al piso y el profesor habría dicho: “Tú eres Pirro, o Hamlet.” A mí, que estudié en el Conservatorio, ustedes se van a reír, ¡nunca me han hecho decir un texto serio! He representado a Sganarelle, a Scapin, a Don César de Bazán.* Mi maestro, Pierre Dux, que en paz descanse, solía decirme: “¡Tú no puedes tener una mujer entre los brazos, nadie lo creerá!” Y mi padre, que era un artista, y me amaba, me dijo cuando entré al Conservatorio: “¿Pero qué papel podrán darte a representar?”
—Volvamos a Godard.
JPB: Tiempo después Godard habría de solucionar eso. Durante la filmación de Pierrot le Fou, tenía un pequeño cuaderno donde apuntaba todo. En él escribía los diálogos.
—¿Cómo fue que le propuso Pierrot le Fou?
JPB: Cenamos juntos en un restaurante de Montparnasse y me dio una novela policíaca. La leí. Nos vimos unos días después y le dije: “Me encantó la novela, me gusta.” Y me contestó: “Qué bueno, porque justamente es eso lo que no vamos a filmar.” Con Godard tienes que aceptarlo todo. Si te pide que te pintes la cara de azul, tienes que hacerlo, y no preguntar por qué de azul.
AD: ¡En ese respecto, eras mucho más cool que yo!
JPB: ¡Eso sin duda!
* Personajes cómicos del teatro francés. Los dos primeros, de Molière; Bazán, de Jules Massenet [t.]