Lechuga es conocido como un cineasta independiente de la isla. Su anterior Santa y Andrés (2016) fue prohibida en Cuba, precisamente. Y en esta ocasión expresa un estado de malestar a través de su personaje epónimo. Vicenta (Linnette Hernández Valdés) es una lectora de cartas de 45 años que sufre la partida de su hijo Carlitos (Pedro Martínez) quien, como muchos jóvenes, ha abandonado la isla en busca de oportunidades en el extranjero. Ese abandono le sienta mal a la mujer, dada su relación edípica. Otros hechos, uno trágico, hunden a Vicenta en el desasosiego.
Con una realización algo tiesa, Lechuga pinta la vida en La Habana con trazos pesimistas. A diferencia de la norma en el cine cubano, el ritmo narrativo es pausado como una marcha fúnebre. Salvo una breve escena de baile, en la fiesta de cumpleaños de la protagonista, nadie parece tener motivos para celebrar.
Desde que se estrenó en la Berlinale (en su sección Generation), buenos comentarios ha cosechado Sublime, primer largometraje del argentino Mariano Biasin, tras una larga carrera como asistente de dirección. Su protagonista es Manuel (Martín Miller) un adolescente cuya actividad principal es ensayar con su grupo de rock, al lado de Felipe (Teo Inama Chiabrando), amigo de la infancia. Aunque Manuel sale con chicas, empieza a desarrollar una relación íntima con Felipe.
Biasin narra su historia de coming-of-age con honestidad y sencillez, cosa nada fácil. Además, la bisexualidad del protagonista nunca es planteada como algo conflictivo ni mucho menos escandaloso. Es lo que es.
La música –un agradable pop rock argentino– es muy importante en expresar lo que les sucede a ambos amigos. Manuel escribe letras de canciones referidas a la situación que atraviesa. Y la secuencia climática –una tocada del grupo en una fiesta– sirve para poner las cosas en su lugar. Si bien se siente como la conclusión natural de la película, el realizador la alarga con tres escenas innecesarias, pero que incluyen un beso significativo.
No logró interesarme la brasileña Tinnitus, segunda película de Gregorio Graziosi, que narra los problemas auditivos y amorosos de una clavadista olímpica (Joana de Verona), que debe abandonar su profesión para hacerla de sirena en un acuario. El director pone la narrativa al servicio de la imagen, y no al revés como se supone debe ser. Hay cromos vistosos, sin duda, pero todo recuerda a un trabajo publicitario.
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