La charla, que es un regalo de la vida, y en la que ellos se prodigaban, era brillante, culta sin pedantería. Pero vaya que Noé era dueño de un muy amplio bagaje cultural. Estudioso de los intríngulis de la escritura, era severo y al mismo tiempo iluminador, y uno reparaba asuntos del propio estilo que él sacaba a la luz.
Pero la amistad va mucho más allá de la exposición del conocimiento, la charla, la risa, lo inesperado circundaban sus palabras y su casa, en una de la torres de Mixcoac, muy cerca de la mía, y que era visitada por intelectuales prominentes, tanto mexicanos, como exiliados, o simplemente personas de intereses semejantes que habían entrado en contacto con ellos.
Vivir en un barrio cercano nos hizo vernos con frecuencia. Aunque la distancia era caminable, yo tomaba mi coche que iba a dejar en el centro comercial vecino suyo. Antes de regresar ellos a su país compré una pequeña aspiradora e, inevitablemente, cuando la tomo, Noé y Tununa y Buenos Aires llegan a mi pensamiento.
Ya de vuelta a Buenos Aires, los visité varias veces y ellos me invitaron a una casa que tenían en la provincia de Córdoba, donde fui feliz por el entorno muy verde del paisaje y por el paisaje brillante de su charla.
La última vez que vi a Noé fue en Bellas Artes, en un homenaje que se le ofreció por sus 90 años. Noé Jitrik ha sido, sin duda, un personaje importante en el estudio de las letras.
Descanse en paz, que en mi corazón estará siempre.