El proyecto contó con el apoyo del rey Felipe II, quien les concedió especiales gracias y privilegios
. El fondo del asunto era que ahí colocaron a una hija natural suya, quien llegó a México a los dos años de edad con el arzobispo Moya de Contreras. En ese sitio permaneció hasta su muerte por demencia cuando contaba con sólo 13 años.
A pesar de ello, los inicios no fueron fáciles, ya que la ambiciosa construcción tuvo que suspenderse por falta de fondos. Las tenaces monjas estaban en la labor de conseguirlos cuando, en 1611, las obras realizadas se vinieron abajo a consecuencia de un temblor.
Sin desanimarse, lograron que Felipe III les diera una cuantiosa suma y encargaron la reconstrucción al arquitecto Alonso Martín López. Finalmente, en 1621, el templo fue abierto al culto, ya decorado con bellos retablos barrocos; el del altar mayor con pinturas de Luis Juárez.
Esta maravilla fue sustituida en el siglo XIX por uno estilo neoclásico, obra de Manuel Velázquez, director de arquitectura de la Academia de San Carlos. A Manuel Tolsá se le atribuyen la remodelación de las portadas gemelas –características de los conventos de monjas– y las puertas de madera talladas con grandes girasoles. La torre-campanario, recubierta de azulejos blancos y verdes, conserva su bella forma barroca.
Tras la aplicación de las Leyes de Reforma, en la segunda mitad del siglo XIX, el convento que les fue quitado a las religiosas, tras varios usos se convirtió en el famoso cine Mundial y finalmente en una tienda de cadena comercial. Después cayó en el deterioro. El hermoso templo continúa en funciones.
Y como en la vieja Ciudad de México la historia se entrelaza con la leyenda, recordamos que un tramo de la calle que hoy se llama Jesús María se nombraba La Quemada. Acudiendo a los viejos cronistas nos enteramos de que dicho apelativo obedece a un dramático suceso que ahí aconteció.
Corría el año de 1550, cuando llegó a la ciudad de México el rico español Gonzalo Espinosa Guevara, acompañado de su hija Beatriz, jovencita de gran hermosura. A su belleza aunaba un carácter dulce y un alma caritativa, por lo que de inmediato fue codiciada por los caballeros de posición más elevada.
Logró ganar su corazón un noble joven italiano, Martín de Scupoli, marqués de Piamonte, lo que desató terribles celos entre la numerosa corte de pretendientes. Por tal motivo, el enamorado tenía que batirse a duelo frecuentemente para eliminar a los rivales.
Esta situación causó gran angustia a la tierna Beatriz, quien decidió que pasión tan arrebatada no era deseable y que era preciso que sus encantos físicos dejaran de esclavizar a su amado.
Para ello, tomó una heroica resolución: un día que su padre estaba de viaje, despachó a los sirvientes y se encerró en su recámara con un brasero ardiente. Encomendándose a Santa Lucía, quien se sacó los ojos ante una situación semejante, acercó su bello rostro a la lumbre, quedando desfigurada entre agudos gritos de dolor. Al enterarse el amado, corrió despavorido a verla y al constatar la tragedia, profundamente conmovido renovó sus votos y en una amorosa entrega espiritual se casó con ella.
Ahora caminemos por el añejo barrio de la Merced hasta la calle Roldán 37, al restaurante de ese nombre que ocupa una hermosa casona del siglo XVII, bien restaurada y decorada con mobiliario de época, entre otros, un gran candil de cristal y artesanías finas.
El chef Rómulo prepara sabrosas especialidades mexicanas, varias de su propia creación, como la crema mercedarias de calabaza tatemada con elote dulce o las enchiladas rellenas de requesón con champiñones. En estas fechas no hay que perderse el chile en nogada preparado a la manera tradicional.