Reconocen en Bellas Artes a los muchos Moyas que habitan en Rodrigo Moya
Sobre todo, agregó el autor, “más que un buscador de imágenes, fui un buscador de los contrastes sociales, de la fisonomía de México y del rostro económico de nuestros países de América Latina; el buscar el ángulo o colocarme de cierta forma lo hice instintivamente, como lo hacemos todos los fotógrafos casi a la velocidad del obturador.”
En su trabajo, reiteró, hay detrás “una conciencia, una forma de ver el mundo, una forma de pensar, es decir, yo vi al mundo desde muy temprana edad siempre desde una posición adversa al estatus que es actual todavía, y eso me permitió acercarme a la gente y a las cosas con una imaginación abierta e inquieta.
“Claro que no toda la fotografía que hice tuvo un sentido crítico y social, pero sí, lo que más ocupó mi mente de fotógrafo fueron los contrastes sociales, las penurias de las personas, la distorsión de las ciudades.”
Moya recordó que en su época de fotoperiodista, durante los años 50, 60 y 70, “la foto se buscaba como un objeto que se podía guardar, conservar; respeto al mundo digital, pero aquella idea ahora está en duda”.
“No hay que echarle tanta crema a los tacos”
Moya también aceptó que se siente un poco abrumado por el galardón a su libro y la presentación que devino homenaje, ya que, consideró, “no hay que echarle tanta crema a los tacos, no soy la maravilla, hay mejores fotógrafos, pero también los que están sobrevalorados”.
El investigador Juan Manuel Aurrecoechea, uno de los invitados a presentar el libro Rodrigo Moya: México, consideró que mientras esa publicación “se concentra en dos Moyas (el fotógrafo y el archivista), hay muchos más Moyas, no sólo tenemos al filósofo de las imágenes y al historiador del periodismo mexicano, sino a varios fotógrafos: el reportero gráfico, el documentalista, el retratista, el fotógrafo de teatro, el fotógrafo de combate, el fotógrafo por encargo, el obrero de la lente, el fotógrafo de doble cámara y el poeta de la imagen, por sólo mencionar algunos de los muchos campos de la fotografía en los que incursionó Rodrigo Moya en su fantástico ambular por el universo de las imágenes, y del país y de su tiempo.
“Uso la palabra ambular con toda intención porque sé que es una de las favoritas de Moya, al que no dudo en calificar como un fotógrafo ambulante, como un caminante del tiempo y de la imagen.”
El especialista mencionó una de las fotografías incluidas en el libro que le causan emoción, Limpiavidrios, de 1960, “en la que Moya documenta la tensión entre la geometría y la geografía de los edificios de acero, vidrio y concreto, así como los trabajadores que limpian sus cristales colgados de frágiles cables y, por supuesto, sin ningún tipo de protección, como si sus vidas no valieran nada, literalmente pendientes de un hilo.
“Me ha contado que tomó la fotografía pensando no en el edificio, ni en la composición perfecta de la imagen, sino preguntándose cuál sería el salario de esos tres hombres que limpian el edificio de una empresa multinacional. Miro la foto y me llama la atención el limpiavidrios del sombrero, que echa el cuerpo hacia atrás y siento el impulso de gritar: ¡Cuidado! Recuerdo la canción Construcción, de Chico Buarque, que cuenta la caída de un albañil que tropieza en un andamio y muere en medio del paseo público. Independientemente de la inmensidad de los edificios que contrasta con lo pequeño de los limpiavidrios que se afanan en ganar el diario sustento, lo verdaderamente significante de la imagen es el retrato de las condiciones de trabajo de los hombres que hicieron posible el México moderno, ese México del llamado ‘milagro mexicano’ y de su mantenimiento. ¿No es ese México moderno ese edificio que aplasta a sus trabajadores? ¿No es esa la historia que cuenta la imagen?”
La curadora Laura González Flores, quien participó en la edición del libro, explicó que en el volumen trata de armonizar a dos Rodrigos Moya y tres archivos. Es decir, detalló, “está el fotógrafo joven, casi saltarín por todo México, tomando apasionadamente fotos y que durante 13 años hizo un archivo increíble que no vemos porque está en las revistas”. El segundo Rodrigo es “aquel fotógrafo maduro que rencuentra su archivo con otras ideas, con una educación increíble, con rigor de editor, que mira los negativos que había dejado 30 años antes, los relee desde la madurez e intención estética y muy valerosamente tira a la basura, o fusila, como él dice, sus negativos”.
El libro, en ese sentido, concluyó la investigadora, es una invitación para el público y seguidores de la obra de Moya “a explorar esa bella publicación para que descubran qué hace falta”.