3 poemas de César Brandon
El primero a una relación entre el 0 y el 1
El segundo a una cita entre la Luna y la Tierra
Último, a su madre
Los 25.000 euros y el coche que obtiene como premio el ganador de Got Talent han ido a parar a un poeta. César Brandon, de 24 años y natural de Guinea Ecuatorial –y residente en Ciudad Real–, se ha hecho con la victoria de la tercera edición del talent show de Telecinco este 11 de abril. En su primera aparición en el programa, el joven afirmó que acudía al programa para intentar «cumplir un sueño que llevaba retrasando mucho tiempo». Lo ha conseguido con tres poesías.
Las actuaciones de Brandon también se han popularizado por redes, por donde circulan decenas de copias de los vídeos de sus actuaciones. Muchas de ellas superan los cientos de miles de reproducciones. A continuación, puedes ver los vídeos de sus tres actuaciones y la transcripción de los poemas.
Uno no quería contar con nadie, y Uno sentía que después de él estaba el infinito.
Y a Uno lo sempiterno le daba miedo, así que Uno, muerto de pavor, se fijó en Cero.
Y cuando Uno vio a Cero, pensó que cero era el número más bonito que había visto y que, aun viniendo antes que él, era entero.
Uno pensó que en Cero había encontrado el amor verdadero, que en Cero había encontrado a su par,
así que decidió ser sincero con Cero y decirle que aunque era un cero a la izquierda, sería el cero que le daría valor y sentido a su vida.
Eso de ser el primero ya no le iba, asi que debió hacer una gran bienvenida.
Juntos eran pura alegría y se completaban. Uno tenía cero tolerancia al alcohol, pero con Cero se podía tomar una cerveza cero por su aniversario, aunque para eso tuviesen que inventarse una fecha cero en el calendario.
Cero era algo cerrado y le costaba representar textos pero, junto a Uno, hacían el perfecto código binario.
Eran los dígitos del barrio y procesaban el amor a diario, pero uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, así que Uno perdió a Cero.
Y para cuando Uno se dio cuenta, Cero ya contaba de la mano con Menos Uno, que a pesar de ser algo negativo le trataba como una reina.
A Cero le gustaba que Menos Uno fuera original, tener un hueco en Menos Uno, un guion con el que podían jugar.
Cero le gustaba que Menos Uno no fuese uno más, que Menos Uno no fuese ordinal.
Que fuese justamente competitivo y que cuando jugasen al UNO, Menos Uno no le dejase ganar.
Cero sentía que a diferencia de Uno, Menos Uno sí le trataba como un número de verdad.
Y Menos Uno no ponía peros, ni pretendía darle valor a cero poniendo comas entre ellos.
Menos Uno no tenía complejos, y cuando hacían el amor, a menos uno le encantaba estar bajo cero.
Y Uno, una vez más se volvió a quedar solo, separado como una unidad.
Sin Cero, su vida se consumía como una vela. Sin Cero, el tiempo en él hacía mella…
Y Uno empezó a contar pero sin Cero, se olvidó de los besos de Cero, del sexo con Cero, de los celos de Cero…
Y uno empezó a contar, pero sin Cero.
Uno se olvidó de Cero y le dijo adiós. Uno se olvidó de Cero y tal vez hasta del amor, y empezó a contar hasta lo que más miedo le daba: hasta el infinito.
… O tal vez solo hasta dos.
y la Tierra se encontraba acostada boca hacia algún lugar del espacio porque desde que vio a la Luna no dejó de provocarse efectos mariposa en el estómago.
A ver si así podía poner un poco de práctica la teoría del caos… Y conocerla.
Pero la Luna era ordenada, meticulosa y apasionada de las cifras,
al principio no se fiaba de alguien de había tardado solo cinco billones de años en pedirle salir a una chica, que tal vez su interés era superficial y solo le interesaba las vistas, porque se comentaba que con ella los polvos… estelares, se veían de maravilla.
Pero el día de la cita la Luna se esmeró buscando en el armario una fase, preguntándose si no era muy atrevido vestirse ese escotado cuarto menguante, si maquillarse o dejarse ver los cráteres, si darle una oportunidad a una chica después de haber saltado para la humanidad y dado pasitos en falso para los hombres.
Y mientras la Tierra no paraba de preguntarse qué iba a contarle.
Tal vez lo de que después de los dinosaurios de mayor quería ser controlador aéreo de estrellas fugaces, que en la Tierra todos eramos ciudadanos de un lugar llamado Primer Mundo porque el segundo nos sabía a poco y el tercero estaba en vías de desarrollo.
Que en la tierra éramos unos extremistas religiosos un poco absurdos, y nos llenábamos la boca de orgullo gritando: «Mi Dios besa mejor que el tuyo».
Que en la Tierra no importa el color de la piel, que nadie te detiene para que justifiques tu existencia con un trozo de papel, que es más fácil ser mujer, que dos sí se pelean aunque uno no quiera y al revés, que uno no tiene suficiente con dos y busca a tres para inventarse que son felices los cuatro hasta que se multiplica el problema y cuatro acaba llamando al cero dieciséis.
Que los refugiados no están hechos de opiniones en internet, que en la Tierra no nos rompemos el corazón para recordar al pasado, que no somos tan simples, que después de una relación «fuimos» no se conjuga en el pretérito perfecto complicado.
¿Cómo iba a impresionar a la lúnatica que afectaba su gravedad? A la que dijeron que era imposible tapar el Sol con un solo eclipse y demostró que no era verdad.
Cuando lo único genuino era que la Tierra somos unos rebeldes a la hora de amar, que toda la Vía Láctea ya puede declararse en huelga que ese día iremos a trabajar, que no somos más que un instante en este lugar, pero vivimos como si la eternidad no fuese más que una hora que todavía no ha cumplido la mayoría de edad.
La Tierra podía contarle todo eso a la Luna, con algún que otro engaño, o simplemente empezar la cita diciéndole que era su cumpleaños.
Esta carta debía haberla escrito hace dos años,
así que por esta vez permitirme hablar en primera persona
y os prometo que ya acabo.
Mamá, me encanta escribir a ordenador,
aunque detesto todo lo que trae el Word 2016 como predeterminado.
Sonará extraño, pero es como si la existencia me hubiese concedido la habilidad de leer entre opciones de interlineado
y la verdad es que detesto el cuerpo del Calibri, los once puntos y el 1,0 de espaciado.
Mamá, me enseñaste que la vida resumía en pedir disculpas, dar las gracias y decir por favor.
Y también en guardar cada cinco minutos los archivos de Word, porque en cualquier momento podía producirse un apagón y nos quedábamos días sin luz.
Mamá, gracias por tu gratitud, por todo lo bueno, de preocuparte del cuándo, del cómo, del dónde y con quién salía.
Yo y mi juventud.
A veces contestándote con mala actitud hasta que tú y tus collejas me recordabas que, pa mala, tú.
Mamá, lo siento por entender demasiado tarde que por más veloz que sea el amor a primera vista siempre quedará segundo si se enfrenta al amor de madre.
Por enseñarme que padre no sólo es aquel que tiene un hijo, padres son todos aquellos a los que los sueños les quedan pequeños, a lo poco que duermen para cumplirlos y aparte.
Lo siento por buscar lo extraordinario en otros planetas, por contestarte con mensajes cuando ya había encontrado vida en llamarte.
Mamá, ahora, ahora el mundo se detiene cuando hablo mamá, porque tú te casaste con la felicidad y no firmaste la separación de bienes.
Y ahora… jamás volverá a pasar por mi cabeza la idea de quitarme la vida, porque la felicidad me debe la mitad de todo lo que tiene.
Mamá, tal vez yo solo sea un instante,
como una de esas faltas de ortografía que en el Word 2016 se corrigen solas,
o se borra.
Mamá, tal vez yo sea eso.
Pero yo te quiero recta, a doble espacio y en Times New Roman.
Gracias.