Cierto, un siglo no es nada cuando se piensa en la edad de las estrellas o en el viaje de la luz hacia a los confines del universo que se alejan sin cesar. Pierre Soulages debe haber pasado buena parte de sus 102 años de vida imaginando esa negritud de donde emana la luz. Para él, el negro no era un simple color, era la materia de donde irradia la luz: ¿No es lo negro anterior a la claridad? No pinto lo negro, pinto la luz que emerge de lo negro
. Oscuridad anterior a la claridad, de la materia negra brota la luz.
En su casa de Sète, frente al mar, cerca del cementerio marino que inspiró el poema de Paul Valéry, Le cimetière marin, Soulages podía pasar de pie en su terraza largas horas mirando a lo lejos, esperando ver llegar la caída del Sol negro tras las nubes, mirar el ocaso del mundo, crepúsculo donde se confunden el fin y el nacimiento, ángelus y consumación. Mirada hacia el pasado lejano de donde viene la luz, viaje donde se remonta el tiempo, el fugaz instante del fiat lux.
Esa búsqueda de la luz en lo negro comenzó en la infancia de Pierre, quien se rememoraba y aludía a ese momento cuando vio una mancha de chapopote en la nieve. Más tarde, durante un descenso a las cavernas, descubrió la pintura rupestre hecha en la oscuridad donde los artistas primitivos pintaban la luz con lo negro.
Nunca vi a Pierre Soulages con un saco o un pantalón que no fueran de color negro. Negra, a veces, también su camisa. Su alta figura era conocida en las calles del barrio. Yo me cruzaba con él a menudo, pues el edificio donde vivía en París está situado a unos 20 metros del inmueble donde vivimos Jacques Bellefroid y yo.
Cuando se le rindió homenaje con una gran retrospectiva en todo un piso del Centro Georges Pompidou de París, seguida de otra exposición en el museo del Louvre, Bellefroid escribió, a petición de Gallimard, un texto publicado en la Nouvelle Revue Française y reditado por la editorial Canoë con el título Encre noir sur pages blanches
, donde se penetra el misterio del outrenoir revelado cuando el nacimiento de la luz surge del colmo de la negritud, como el día nace de la noche.
Cuando tuvo lugar una gigantesca exposición en su honor en la Ciudad de México, el cineasta Emilio Maillé vino a París para realizar un documental sobre el pintor, y Pierre me pidió participar y ayudar a Maillé como a él, pues tenía algunas dificultades con las sutilezas de nuestra lengua. Soulages era un entusiasta admirador de las culturas prehispánicas y hablaba a menudo del México moderno con verdadero cariño. Cuando balacearon la casa de Francisco Toledo en Oaxaca, de inmediato Pierre se ocupó de escribir una carta nada breve para protestar por la infame agresión y apoyar a un artista admirado.
En lengua francesa, nuestra conversación, variada, simple, amena, perduraría a lo largo de 30 años. Hablábamos de su arte, evidentemente, de poesía, del mar, de árboles, de los pájaros.
Ahora, a unos pasos de su tumba, recuerdo su deseo de reposar en Sète y no en Rodez, su ciudad natal, donde se le consagra un museo. Lo fascinaba el poema de Paul Valéry, Le cimetière marin, que sabía de memoria y era capaz de recitar, como hizo durante nuestro último encuentro:
Ce toit tranquille, où marchent des colombes / Entre les pins palpite, entre les tombes.
(Ese techo tranquilo, donde caminan las palomas / entre los pinos palpita, entre las tumbas.)
Más lejos, en el poema, un verso murmuraba en forma íntima al espíritu y al corazón de Pierre Soulages:
Maigre immortalité noire et dorée. (Delgada inmortalidad negra y dorada.)
Negra y dorada, como su obra.