Lo que más atemoriza a Josu es la deriva… por incierta. Para alejarse de ella se refugia en la rutina—

Varias noches de insomnio / Laura Linares Palacios

Laura Linares Palacios

Así transcurren los años sin que ningún tropiezo lo importune… hasta que un desafortunado día el viejo se equivoca al redactar un contrato. Cuando su jefe lo lee, entre asombrado y amable, se lo devuelve. Pero las omisiones persisten aquí y allá. Entonces su superior, luego de reflexionar que Josu no ha tomado un descanso desde hace un par de lustros, le ordena relajarse unos días en casa.

Josu siente como si le clavaran una astilla en su amor propio y la furia contra sí mismo se apodera de él. Aunque intenta controlarse, guarda con violencia algunos libros de consulta en su portafolio para estudiar en casa y parte, sin tener idea de lo que va a hacer con toda una semana de ocio por delante.

Algunos días con sus noches está muy inquieto; no puede concentrase en nada y da vueltas y vueltas en la cama. Lo único en lo que piensa es en cómo pudo equivocarse y lamenta su suerte sin cesar. Pero a la tercera noche, el cansancio cierra sus ojos y experimenta un agradable reposo. Sin embargo, al poco tiempo de estar dormido, un ventarrón de aire helado entra por el ventanal que olvidó cerrar y el viejecillo despierta. Un inesperado acontecimiento sucede: recuerda sus sueños con nitidez como no ocurría en años. Viene a su mente un pez azul que nada en el vaso de agua que está sobre el buró y un racimo de luces en su florero.

Agitado y enternecido por el hallazgo, a Josu le viene un gran deseo de mirar las estrellas ya casi olvidadas por él. Entonces decide salir a la azotea a contemplarlas. Después de ponerse el abrigo comienza a ascender por la escalera de caracol. Pero cuando llega al techo de su casa, la escalera comienza a prolongarse hacia el oscuro firmamento apenas iluminado por los astros.

Josu se pregunta si tendrá el vigor suficiente para subir tantos peldaños y mirar de cerca las estrellas; mas después de unos instantes de vacilación emprende la marcha.

Ya por las nubes hace una pausa y respira profundo. Luego mira hacia abajo. La ciudad se ve tan pequeña que parece un nacimiento.

Al fin, con gran esfuerzo, el viejo llega hasta donde titilan las estrellas. Ahí, el aire es cálido y un menudo polvillo estelar se arremolina de aquí para allá.

El viejo, extasiado, lo contempla todo, pero se concentra en la estrella que está más cerca de él. Parece estar hecha de un cristal refulgente y la reviste una filigrana del color de la plata. Entonces siente anhelo de tocarla. Con sólo extender la mano podría lograrlo.

Al rozarla, para infortunio suyo, se quema la mano y el ardor lo obliga a regresar precipitadamente a casa. Mientras llega, el frío metal del barandal de la escalera consuela un poco su dolor.

Ya en su morada, los fomentos de hielo ayudan a Josu, pero no deja de lamentar su travesura. Abandonar el cielo al alba representa toda una pérdida.

A partir de este acontecimiento el viejecillo intenta, cada amanecer, recordar sus sueños. Pasa los días añorando estar de nuevo cerca de las estrellas como aquella noche. Pero a pesar de que siempre, apenas oscurece, sube a la a azotea, la escalera de caracol jamás volvió a extenderse a lo alto.

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