Oscurantismos contemporáneos: la dictadura woke
Vilma Fuentes
En la lengua inglesa, el verbo to wake significa “despertar”. Desde hace algún tiempo, en los campos universitarios estadunidenses, la palabra woke, nacida a partir de este verbo, circula ampliamente para designar el estado de la conciencia que se despierta y ve el mundo con una mirada que la lleva a tomar partido por las minorías sometidas al poder de la mayoría dominante, cuyo ejemplo más reconocido es el hombre blanco, heterosexual, quincuagenario. Es inútil señalar que en este despertar radical queda excluido un debate donde se planteen cuestiones sobre la historia de la sociedad humana y cualquier sentido que pueda buscarse a ésta. Parecería que las ideas y las ideologías brotaran y pasasen muy rápido en la mente de los jóvenes estadunidenses que, así, se evitan el trabajo de pensar. En seguida, el movimiento se desarrolló y prolongó con el de la cancel culture, el cual consistía ni más ni menos que en la eliminación de todo lo que en el pasado pudiese pertenecer al detestable espíritu maligno y dominador de las generaciones precedentes para dejar nacer un hombre nuevo.
Esto recuerda las purgas características de los peores regímenes y los excesos totalitarios. Sistemas absolutistas que se remontan a épocas legendarias: las ambiciones luciferinas no son nuevas como no es nuevo el deseo de ver comenzar la historia con su reino. Una de las más antiguas encarnaciones de este afán es el emperador chino Qin Shi Huang, quien reinó en el siglo tercero antes de Cristo. Según la tradición, un emperador se conoce con el nombre que se le da después de muerto. Qin Shi escogió el de “Primer emperador”, lo seguirían el Segundo, el Tercer y así sucesivamente. Durante su reinado se edificó la precursora de la actual Muralla China y se construyeron los Guerreros de Terracota. Para asegurarse de que la historia comenzara con él, aparte de quemar libros, hizo crear por Li Si un nuevo conjunto de caracteres que sería obligatorio y con el cual se escribiría en adelante, es decir, después del vacío que dejó la quema de cuanto escrito había, quema de la cual fue salvado milagrosamente el Y Ching o Libro de las mutaciones.
Este delirante anhelo ha poseído a otros sátrapas a lo largo y ancho del planeta y del tiempo. En la misma China, Mao lanza la guardia roja a quemar libros, pinturas y cuanta obra es considerada decadente. El absolutismo puede ser una ambición personal, pero puede también ser el producto de una ideología. Así, los nazis declaran degenerado el arte contemporáneo europeo. Los centros de “reeducación” ideológica no son escasos. Los gúlags en Siberia son un ejemplo y Stalin no dudó en poblarlos generosamente. Las religiones no son la excepción y son muchos los ejemplos de guerras y exterminios con que se imponen creencias y ritos sobre civilizaciones aniquiladas, como sucedió cuando la evangelización de las culturas prehispánicas.
Ahora, la nueva fe que exige aniquilar el pasado es el “wokismo”. Proveniente de Estados Unidos, se propaga en Europa, donde la aclamada modernidad se convierte en modelo de vida. El wokismo se esparce victorioso en terrenos conquistados de antemano, territorios desiertos donde la sed de espiritualidad lleva a caer en trampas tan variadas como la sharía islámica o sectas diversas que manipulan la fragilidad de los seres humanos.
A semejanza de otras ideologías, el wokismo, en sus diferentes ramificaciones, combate en busca del bienestar de hombres y mujeres. Aunque los condenados todavía no son arrojados a la hoguera, la cacería de brujas está en marcha: se estigmatiza, se reprueba, se marginaliza a los disidentes. En Francia, las cosas van lejos. Causas genuinas como antirracismo, feminismo o protección animal, son vistas como retrógradas por el nuevo antirracismo, las neofeministas o los neoanimalistas. Desde luego, el hombre blanco es el culpable constructor de los sistemas dominadores de la historia. Su única posibilidad de salvación es desconstruirse. Una de las lideresas del neofeminismo dice estar unida a un hombre desconstruido, es decir, despojado de sus atributos masculinos. Sin sonreír, uno se pregunta cuáles. Esta misma persona fue abucheada en un mitin en pro de las mujeres iraníes por haber dicho que el velo islámico podía ser usado para embellecerse. Olvidó que también la mujer debe despojarse de sus atributos femeninos de seducción. El horror de la belleza se enarbola. En cuanto a la protección de animales, debe extenderse a alimañas nocivas como pulgas, cucarachas, piojos.
Todo esto haría reír si grupos extremistas no tratasen de imponer la alimentación vegetariana en las escuelas cuando se sabe que, para muchos niños, es la única posibilidad de comer carne que, para colmo, aumenta la agresividad machista. O cuando otros ultras buscan imponer una educación donde se dé a los menores la posibilidad de escoger su sexo.
Aniquilación del pasado y, por tanto, de la identidad y la lengua. Destruir el idioma con la censura de cualquier obra que atente contra los principios del wokismo. Es decir, liquidar todas las literaturas.