Cuatro poemas
William Carlos Williams
Dolencia
Me llaman, y yo voy.
El camino está helado
pasada la medianoche, un polvo
de nieve preso
en las huellas rígidas de los autos.
La puerta se abre.
Sonrío, entro y
me sacudo el frío.
He aquí una mujer enorme
de su lado de la cama.
Está enferma,
quizás vomita,
quizás está pariendo
a su décimo hijo. ¡Alegría! ¡Alegría!
La noche es un cuarto
oscuro para los amantes,
¡a través de las persianas el sol
pasa una aguja de oro!
Le corro el pelo de la cara
y miro su miseria
con compasión.
El resurgimiento
Tarde o temprano
llegaremos al final
de la lucha
para restablecer
la imagen la imagen de
la rosa
pero aún no
dices extendiendo
el tiempo indefinidamente
por
tu amor hasta que una
primavera entera
reencienda
el violeta en las propias
orquídeas
y así por
tu amor el mismo sol
es reavivado
el poema.
Versión de Edgardo Dobry, Juan Antonio Montiel y Michael Tregebov
Un ejercicio
Enfermo como estoy
confusa mi mente
quiero decir
resistí hasta aquí
este abril
visitando amigos
al volver a casa
tarde en la noche
vi
su
enorme cuello
parecía
ahogarlo
no supe
si
él me vio aunque
estaba sentado
exactamente
frente a mí
¿podremos
liberarnos de esa edad
moderna
y aprender
a respirar de nuevo?
Versión de Martha Block.
Paterson
(fragmento)
Paterson descansa en el valle bajo las cataratas Passaic
sus aguas servidas dibujan su espalda. Situado
a su derecha, ¡la cabeza cerca del tronar
de las aguas que llenan sus sueños! Eternamente dormido,
sus sueños caminan por la ciudad donde permanece
anónimo. Las mariposas se posan en su oreja de piedra.
Inmortal, ni se mueve ni despierta y rara vez
es visto, aunque respira y las sutilezas de sus
maquinaciones
obtienen su sustancia del ruido del río que
fluye
animando a mil autómatas. Quienes, como
ignoran sus orígenes y las bases de sus
decepciones, salen de sus cuerpos en su mayoría
sin rumbo,
encerrados y olvidados en sus deseos– sin emoción.
–Dilo, no hay ideas sino en las cosas–
nada más que las fachadas blancas de las casas
y los árboles cilíndricos
doblados, divididos por prejuicio y accidente–
partidos, combados, arrugados, moteados, manchados–
secretos– ¡hacia el cuerpo de la luz!
[…]
El pasado arriba, el futuro abajo
y el presente derramándose: el rugido,
el rugido del presente, un discurso –
es, de necesidad, mi única preocupación •
Se sumergieron, cayeron en un éxtasis
o con intención, para dar por terminado– el
rugido, constante, dando testimonio •
Ni del pasado ni del futuro
Ni para clavar la vista, amnésicos– olvidando.
El lenguaje en cascada hacia lo
invisible, más allá de: las cataratas
de las que es la parte visible–
Sacados de las calles arrancamos
el encierro de nuestras mentes y somos absorbidos por
los vientos de los libros, buscando, buscando
en el viento
hasta que no sabemos cuál es el poder del viento sobre nosotros
que lleva la mente lejos
y en la mente crece
un olor, quizás, de flores de acacia
cuyo perfume es en sí un viento que se mueve
para llevar la mente lejos
a través del que, debajo de la catarata
que pronto estará seca
el río se arremolina y se amontona
primero recordado.
Agotados de vagar por las calles
inútiles en estos meses, con los rostros
inclinados contra
él, como trébol al anochecer, algo
lo ha regresado a su propia
mente •
en la que una catarata invisible
tropieza y se levanta
y vuelve a tropezar –y no cesa, cayendo
y vuelve a tropezar con un estruendo, una reverberación
no de las cataratas sino de su rumor
incesante
Versión de Silvia Camerotto.
Una canción de amor
¿Qué tengo yo para decirte
cuando nos encontremos?
Y, sin embargo,
estoy acá acostado y pienso en ti.
La mancha del amor
se cierne sobre el mundo.
Amarilla, amarilla y amarilla,
va comiendo las hojas
y mancha de azafrán
las ramas puntiagudas que se inclinan
pesadamente
contra un terso cielo púrpura.
No hay luz,
sólo una mancha espesa como miel
que va goteando de una hoja a otra
y de una rama a otra
y arruina los colores
del mundo entero.
Estoy solo,
y el peso del amor
me ha alentado hasta hacer
que mi cabeza pegue contra el cielo.
¡Mírame!
Chorrea néctar de mi pelo;
los estorninos lo transportan
en sus alas negras.
Mírame, finalmente
mis brazos y mis manos
están ociosos.
¿Cómo puedo saber
si alguna vez voy a volver a amarte
como te amo ahora?
Versión de Silvia Camerotto