Bernardo Esquinca piensa y mira el mundo desde la weird fiction. Aunque es un género poco reconocido

“Aunque hablemos del pasado, estamos hablando del presente”

Entrevista con Bernardo Esquinca

Cintia Neve

La plataforma StarzPlay ha producido para Latinoamérica y Brasil, la serie Toda la sangre, basada en sus novelas.

 

¿Qué dijo tu familia cuando decidiste escribir en el género del horror?

–Muy buena pregunta. Yo pertenezco a una familia de escritores. Mi papá escribía sonetos. Mi casa estaba llena de libros. Mi hermano Jorge es un poeta bastante reconocido. Era un universo para mí muy natural y empecé a escribir desde muy joven. Recién salido de la universidad me publicaron un cuento en La Jornada Semanal. Para mí fue un hito en mi carrera, porque es un medio muy prestigioso. Fui al puesto de periódicos de la esquina, compré la revista, llegué corriendo y le dije a mi madre: me publicaron en La Jornada Semanal. El cuento era sobre una vampira lesbiana y mi mamá era una persona sumamente católica y ortodoxa. Cuando lo leyó, me dijo: “No me enorgullece que escribas estas cosas.” Me sentí muy mal pero no por su crítica, sino porque de verdad yo no quería hacerla sentir mal. Fue un shock para mí. Y mi papá, que era un poco más abierto, me dijo: “Escribes muy bien, pero ojalá no te obsesiones con estos temas.” Entendí de dónde venía y no me ofendí. Más bien estaba apenado de haber causado un disgusto a mi mamá.

 

Ahora hay mucha más gente que habla de horror, de perversión, de sexo. Pero en la época en que empezaste fue un trabajo visionario.

–El terror en México es algo muy curioso. Desde la llamada novela de la Revolución a nuestra época, la literatura mexicana es recalcitrantemente realista. Es algo que yo no puedo entender, teniendo toda esta cultura, una mezcla muy rica, muy potente de pensamiento mágico con religión, con superstición, las tradiciones que tenemos. Esa tradición no ha pasado de manera tan firme y decidida a la literatura escrita. Me parece que no es un tema de académicos, sino de psiquiatras que tendrían que analizar por qué la hemos negado y le hemos dado la espalda, cuando debería ser la norma en este país de lloronas, aparecidos, tesoros enterrados, casas embrujadas. La tradición ahí está. Está Francisco Tario en los años cuarenta del siglo XX, la tríada de brujas: Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas y la más impresionante de todas, Inés Arredondo. Me parece que es la mejor escritora, hombre o mujer mexicana de la segunda mitad del siglo XX, por encima de cualquier otro escritor, hombre y mujer de cualquier género. Somos un país más bien raro, cuando debería ser costumbrismo, resulta que el terror es la rareza.

 

En tu obra, la arquitectura tiene un lugar protagónico. ¿Los edificios te hablan?

–Totalmente. Yo empecé a escribir en Guadalajara y luego me vine a Ciudad de México. En 2007 empecé a trabajar en el Museo Nacional de Arte, hacía muchas cosas en el Centro, descubrí la ciudad y su influjo en mí. Hay un antes y un después en mi literatura, porque justamente la arquitectura, como bien detectas, se vuelve muy importante. Ciudad de México se vuelve el gran personaje de mi literatura. En la saga Casasola todo sucede en el Centro Histórico, es el gran personaje.

 

Tu obra cuenta historias que suceden en el pasado pero parecen recreaciones del presente, quizá con un regusto algo periodístico.

–Yo estudié Ciencias de la Comunicación y trabajé en la radio y en la prensa. Mi literatura se nutre de esa mirada. Todo esto te forma y te ayuda para saber qué ver. Casasola no es un judicial o un detective, como suele ocurrir en la literatura policíaca mexicana, es un periodista de nota roja. Yo me formé profesionalmente en las redacciones y conozco las vicisitudes de las redacciones, a los reporteros que traen sus pastillitas de antiácidos en la bolsa y comen su torta en la computadora con su coca cola al lado, incluso fumando –se podía todavía en esa época. Es una profesión muy caliente, hay que ganar la nota. Suena a cliché, pero existe.

 

Al periodismo también se le suele calificar como la primera versión de la historia. En Carne de ataúd hablas del porfiriato, de la represión a la prensa.

–Aunque no era mi interés hacer un comentario político, lo que pasa es que el país no ha cambiado mucho en cien años. Los feminicidios, la represión a la prensa, la corrupción de las autoridades, sigue pasando y más. Es inevitable porque al país le siguen aquejando los mismos males, como piedra de Sísifo,

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