Solemos olvidarlo, pero el siglo XIX, al consolidarse las nuevas patrias
, herederas de los conquistadores y colonizadores europeos, resultó especialmente maligno para los indígenas. Estados Unidos, tanto como México, Brasil, Chile y Argentina, les declararon la guerra en diversas formas. En cada caso privó la noción de que eran irredentos, hostiles, peligrosos, o estorbaban. Si para los sicópatas Andrew Jackson y Julio Roca las naciones posteriores al dominio europeo tenía un derecho casi divino, inmanente, sobre esos territorios nunca ganados del todo, para el joven y progresista Gabriel Boriç son terroristas
, como repiten desde Pinochet todos los presidentes chilenos.
Había que quitarlos del camino, masacrarlos llegado el caso, expulsarlos a las periferias de las ciudades o semiesclavizarlos bajo el sistema de raya, la reducción en reservaciones o de peones en las estancias cabalgadas por el gauchaje arrasando con la indiada.
Un rostro incruento del sostenido etnocidio americano es el genocidio demográfico. En nuestro país, por más que se esforzaron, no lograron salirse con la suya. En Argentina en cambio funcionó muy bien hasta hace relativamente poco; el país se creía sin población indígena, enteramente conformado por los que bajaron de los barcos
. Uruguay borró el registro de los charrúas en los mismos años que se ganaban el Far West, la Amazonía, Pampa y el Desierto (el sueño del blanco es: Llegué a un desierto, soy el primero
). Pero la demografía moderna se enfrentó con un milagro: la multiplicación de los inexistentes. En Argentina pasaron de casi cero a 165 mil en 1968. Para 2005 sumaban 600 mil, y en 2010 cerca del millón.
Resurgieron guaraníes, wichi, kollas y otros. Los más incómodos son los mapuche y su lengua mapuzungun, o mapudungun. Sostenidas campañas oficiales y de prensa les niegan el derecho a ser dueños de sus territorios, como si los invasores fueran ellos y no Míster Benetton y los latifundistas de la Patagonia.
No es culpa de los mapuche que Wallmapu arraigue en ambos lados de la muralla andina. Mientras en Chile son terroristas
y las ciudades los desvanecen, en Argentina son usurpadores y se les desvanece todavía más en las ciudades. Pero una fuerza interna ha ganado significación en ellos: su lengua. En la Araucanía y la Argentina llevan décadas dando letra a su idioma en cantos y proclamas, al grado de que podemos hablar de una poderosa literatura bilingüe, frecuentemente en castellano, que pugna por florecer en mapudungun, reaprenderlo, aprehenderlo en escrituras memorables. Liliana Ancalao, presente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara este año, encarna el nudo de fértiles contradicciones que afirma la existencia física, mítica y espiritual del pueblo mapuche.
Según cita Andrea Echeverría, las identidades que actualmente componen al pueblo mapuche son nagche, huilliche, rankvlche, cadiche, pehuenche, pikunche, wenteche, tewelche y lafkenche (Yeyipun en la ciudad: Representación ritual y memoria en la poesía mapuche, Universidad de Guadalajara, 2021). Ellos y ellas han decidido reconectar el ombligo con su lengua y con la tierra, creando un corpus literario hermoso y elocuente, único a escala continental.
Ancalao, originaria de Comodoro Rivadavia, pasó de aprendiz tardía de su idioma primero a indispensable autora con un work in progress que se suma a los Chihuailaf, Lienlaf, Huenún, Añiñir, Miranda Rupailaf, Huinao y Huirimilla de Chile. Místicos, magos, sabios, feministas, ancladas y anclados en su memoria ancestral o reinventados en la urbe hostil. Algunos de los textos y cantos más radicales de las Américas vienen de las mapuche, no activistas sino activadas, en Chile y Argentina. El célebre Pedro Lemebel, mestizo
, paladín de la creatividad gay, siempre dijo con orgullo: Me crié entre mapuches
.
Una prueba de la existencia humana y la verdad histórica de los mapuche es su proteica capacidad de crear literatura, como han demostrado durante los recientes 40 años, en una lucha lejos de estar perdida.
Liliana Ancalao se encuentra en el medio de dos lenguas
. El mapuzungun es el idioma para convocar a las fuerzas en la intimidad del amanecer. El idioma para guardar. Para callar
. Encontró en el “castilla’” la posibilidad de expresar la profundidad que la inundaba, y la nostalgia de mi cosmovisión me llevó por el camino a recuperar mi idioma
.
Así, declara: Siento como mapuche, escribo en castellano y me autotraduzco, con torpeza, al idioma que me seduce con su inmensidad y profundidad azul
.