Aplastó a Xoco, un pequeño barrio tradicional que resistió hasta el final el proyecto inmobiliario de su condenación. Bajo la tutela del omnímodo Palacio heredado por Míster Bailleres, cada día más dorado, decenas, quizá centenares de franquicias echaron a rodar en este laberinto luminoso, escenográficamente falso. Más que una torre faraónica, la más alta de bla bla, Mítikah significa la conclusión rimbombante de un crimen cometido a plena luz del día.
En su origen plan de los astutos administradores de la Federación y de la demarcación Benito Juárez, fue heredado con fervor cómplice por el peñanietismo federal, y el perredismo de Mancera a escala ciudad. Y siempre los panistas del hoy llamado cártel inmobiliario
, cuyas huellas dactilares pueden seguirse en edificaciones irregulares, robo de espacios públicos, calles, banquetas y permisos ilícitos para toda la alcaldía, y conducen directamente a Mítikah, la cereza del pastel.
Cuando al gobierno peñanietista se le complicó justificar la ilegalidad de la torre, su secretario de Educación propuso aprovechar
el monstruo para reunir en un solo edificio toda la Secretaría de Educación Pública. Un despropósito burocrático, urbanístico y financiero, mas no hizo falta el sacrificio. Las cosas salieron bien. Se establecieron un hospital privado y un condominio de Troya. Luego, el Mall total devoró el previo Centro Comercial mal llamado Coyoacán. Terminarlo tomó la altenancia de tres o cuatro partidos políticos variopintos.
Ahora absorbe hasta los inconvenientes de ser pet friendly. Se ven pasear poodles y caniches de pedigrí con todo y dueño en los grandes almacenes de la torre. ¿Les habrán puesto mingitorios?
Si algo resume la actitud cínica del proyecto consumado son las esculturas digitales de la empresa ManchaStudio. César Menchaca es el creativo a cargo. Adornan los rincones más instagramables
del laberinto ya navideño. Materializan un plagio descarado de conceptos plásticos del pueblo wixárika, pero lo peor es su pésimo gusto.
Feas formas entre neoaztecas y Marvel, revestidas por diseños a base de jícuris y figuras zoomórficas con las coloraciones más grises y mediocres que quepa imaginar.
Arte engañabobos que pone un Chac Mol temible cual Hulk escudando su ataque con el calendario azteca mientras blande un macuahuitl (garrote) de ahí te voy. Toros de lidia y leones feroces para que uno se sienta entre los tiburones de Wall Street.
Se puede conseguir un sofá de terciopelo para el perro. Se anuncia una mezcalería Indio Fernández. Frases de Frida Kahlo en letras metálicas sobre los vestíbulos catedralicios. El quesque nacionalismo new age no mitiga el encierro kafkiano. No hay salida, esto sigue y sigue. La intersección de escaleras vista desde abajo emula en borrador los grabados de Escher. La de selfis prefabricadas que se pueden sacar. Existen incluso espacios designados para el autorretrato y la comezón viral.
A más de uno se le nota que podría salir de aquí con compras por uno o más millones de pesos en una sentada, pero la mayoría somos espectadores lampareados, aspiracionistas, consumidores de las baratijas para las que nos alcance en este delirio del capitalismo tardío.
El hipercentro comercial ocupa apenas los primeros cinco niveles y los sótanos de la ciudad
vertical que crece encima, presume rascar la panza de los aeroplanos y atraviesa el horizonte del sur de la ciudad como una navaja o el falo metálico de un robot acomplejado.
Contra los contratiempos legales, de derechos humanos y otras incomodidades, la nueva catedral del comercio suntuario fue inaugurada en 2022. Y todos de plácemes. Peccata minuta son el robo de calles, las deforestaciones rasantes, el saqueo de recursos hídricos. Cualquier peatón que atraviese los despojos de Xoco hacia la central radiofónica del gobierno y la Cineteca Nacional se rifará el pellejo contra los coches. La vieja parroquia católica en su esquinita parece un juguete (eso sí, muy remozado) al pie del monstruo inmobiliario.
Sean los monotes de MenchacaStudio el símbolo neomexican de este adefesio que hoy hace accesible a los que viajan en Metro, tanto como la señora que llega en SUV, un conjunto comercial y arquitectónico que violó reglamentos, leyes y derechos ciudadanos, destruyendo lo que fue un hábitat a escala humana y trajo una suerte de Santa Fe accesible para que las masas admiren los aparadores de lo inaccesible.