Jorge Belarmino Fernández Tomás, Belar para los cuates

Adiós, Belar
Luis Hernández Navarro
Jorge Belarmino Fernández Tomás, Belar para los cuates, fue un hombre que se sublevó contra todas las injusticias. Irreverente, humilde en su trato, bromista, militante a ras de suelo, ligado a las luchas sociales de las más diversas formas, congruente, fue un cronista privilegiado del México de abajo.

Belarmino –escribió su amigo Paco Ignacio Taibo II– se movía en Xalostoc como Edmundo Dantés (parte II de El Conde de Montecristo), rey del proyecto del barro solidario del futuro… Tiene razón. El Belar, organizador sindical en las fábricas y barrios enclavados entre el Puente Negro y San Cristóbal, en Ecatepec, en los 70, formó sindicatos independientes, organizó huelgas y preparó una camada de dirigentes gremiales democráticos.

Eran los tiempos de la Cooperativa de Cine Marginal. Jorge se movía entre polvaredas y lodazales en las calles adyacentes a la Vía Morelos, como si estuviera en casa. Respiraba el aroma de las aguas negras y escuchaba el desgarrador quejido de los cerdos antes de ser sacrificados sin lamento alguno. Y oía atento y cercano las más pavorosas historias de explotación laboral en las empresas del floreciente emporio industrial. En su departamento se formaba usualmente el periódico Trabajadores en Lucha.

El recuento de las batallas en que participó es asombroso. Ideal Standard, General Electric, Trailmobile, Vidriera son algunas. Organizó a los matanceros en un rastro clandestino en Xalostoc, carente de higiene, en el que al ganado en canal se le inyectaban toda clase de porquerías. Comió con ellos tacos de moronga y bebió Lulú roja. Tiempos después se enteraría de que algunos de ellos compensaban sus salarios de hambre asaltando a otros trabajadores en el transporte público.

Quizás por eso nunca le pasó nada en aquellos rumbos sin servicios y gran inseguridad. Era querido y respetado. Su sencillez y su genuina calidez humana rompían cualquier barrera. Sabía cómo se movían las cosas abajo. Lo mismo se hizo amigo de la señora de las garnachas que alimentaba a los obreros, que compartió con los chambeadores las noches frías de las guardias en las puertas de las fábricas, vestidas con la bandera rojinegra. Entró al corazón de la gente.

Finalmente, la combinación de un prematuro infarto cardiaco, una tremenda carga emocional y la derrota de la insurgencia sindical en los 80 lo llevó a replegarse de la militancia directa en las luchas gremiales (no de la defensa de su causa) y a concentrarse en la paternidad y en su labor como escritor.

Historiador de a pie sin vínculos con la academia, encontró una veta de estudio poco conocida: la de las luchas textileras en la época de Francisco I. Madero. Junto a su amigo del alma Jorge Robles (físico que se metió a trabajar de obrero en Xalostoc) y a Jorge Javer, desmontó, en Los batallones rojos: el origen del mito sobre la alianza Estado-movimiento obrero la visión dominante sobre el origen de la subordinación del movimiento sindical al gobierno emanado de la Revolución Mexicana. Su crónica-testimonio San Ecatepec de los obreros es una verdadera joya de la historiografía sobre la resistencia popular y los procesos de industrialización, en el municipio más poblado de México. Fue fundador del colectivo Información Obrera.

En esta misma ruta, recuperó 50 años de luchas del Frente Auténtico del Trabajo, tomando como punto de partida la investigación previa de Jorge Robles. Libro de unas 300 páginas, elaborado a partir de un recorrido por muchas de las ciudades y estados del país donde el frente ha tenido presencia (Saltillo, Chihuahua, Irapuato, Morelos, Yucatán), en el que entrevistó a decenas de protagonistas centrales de la lucha obrera. Conmovido por los desgarradores relatos de explotación, humillación y penurias sufridos por los trabajadores, Jorge rompía en llanto con frecuencia.

Puente de sus antepasados, nieto del sindicalista y socialista Belarmino Tomás, dirigente de la huelga general de 1917 y en la Revolución en Asturias de 1934, exiliado en México a raíz de la derrota de la segunda República española, Jorge abrevó del mito de su abuelo y escribió, después de viajar a la cuenca minera, un libro sobre su saga: Buscando a Belarmino TomásEstoy obsesionado con que mis hijos y principalmente mis nietos conozcan su trayectoria. Es la manera de romper la desmemoria que a todos nos afecta profundamente. El abuelo y su generación son algo increíble y me angustia que su historia se pierda, explicó (https://rb.gy/rwlgvz).

Belar investigó y publicó también sobre otros aspectos de la historia de México, que, según él, no han terminado de contarse, en parte porque a la academia no le interesan. Así lo hizo en La lucha contra los gringos: 1847 y en Guerra de Independencia. La última batalla. Fue de los primeros divulgadores de la epopeya del Batallón de San Patricio.

Integrante de la Brigada para Leer en Libertad, Belarmino fue un incansable animador cultural. Milusos, quien haya ido a las Ferias del Libro organizadas por la brigada de seguro se topó con él como conferencista, organizador, presentador, entrevistador o escritor. Con ese sello editorial publicó una oportuna y documentada obra sobre Julio César Mondragón, el normalista rural de Ayotzinapa, salvajemente asesinado en la noche de Iguala. En los últimos años invirtió muchos esfuerzos en promover el análisis y debate sobre las experiencias de los movimientos populares y el progresismo en América Latina.

Bien lo saben Paloma y Paco Ignacio, a quienes él presentó. Jorge tenía un corazón enorme. Tan grande que en él cabían mil y una narraciones de penurias derivadas de la lucha de clases. Cada día, sin falta, lo cargaba con las emociones y las tristezas de quienes resisten y pelean por otro mundo. Lo atiborraba con pesares y sufrimientos diarios de la gente de a pie, que él hacía suyos. Hasta que, como le sucedió a su abuelo, con ese enorme peso a cuestas, su corazón no pudo más y dejó de latir. Buen viaje, Belar.

Twitter: @lhan55

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