elegante y clásico, asumido como un tributo al Hitchcock de Vértigo (1958), aunque también cercano a Al borde del abismo (Howard Hawks, 1946), con la diferencia de que aquí una modernidad apabullante, con omnipresentes dispositivos electrónicos ( smartphones y traductores con simulación de voz), abona al desarrollo y complejidad de la trama, al tiempo que propicia, paradójicamente, la incomunicación entre los protagonistas.
La trama. El policía Jang Hae-joon (Park Hae-il), un personaje con serios trastornos de sueño, debe resolver el caso de la inexplicable muerte de un hombre sexagenario por su caída de una montaña que antes solía escalar con destreza. Al manifestar escaso interés y nulo dolor por dicha pérdida, su joven esposa Seo-Rae (Tang Wei), se vuelve de inmediato la sospechosa principal de lo que pudiera ser un crimen pasional. Esa presunción se vuelve más reveladora cuando la propia viuda admite haber abreviado antes los días de su madre, una enferma deshauciada, con dosis altas de fentanilo, procedimiento tal vez común en el asilo de ancianos donde su hija trabaja. Algunos indicios (mensajes de voz en un celular, una carta del marido muerto) parecen contrarrestar las escasas evidencias en contra de la viuda, quien termina exculpada. Sin embargo, nuevas revelaciones vendrán a enrarecer un clima de suspicacia todavía latente. La titubeante relación sentimental que se insinúa entre la mujer sospechosa y el policía Jang Hae, primero intrigado, luego obsesionado, por la naturaleza huidiza de la joven, será el meollo de un relato que va cobrando intensidad a medida que se complican o se resuelven los múltiples claroscuros de este intricado asunto criminal.
Una atracción fatal. Resulta curioso que Park Chan-wook manifieste fidelidad a un género tradicional de cine noir del que se aparta en aspectos esenciales. Elige como protagonista femenina a Tang Wei, una actriz memorable por su papel en Lujuria y traición (2019), del director taiwanés Ang Lee, mientras atenúa considera-blemente su carga potencial de erotismo. Prefiere presentarla ante el detective Jang Hae, su perseguidor y solícito amante de ocasión, como una presa sensual siempre inasible, que comunica sus emociones con trabas y reservas verbales (ella es china; él, coreano), mediante un dispositivo de traducción simultánea o con mensajes de voz comprendidos mal o a destiempo. La pasión es aquí siempre diferida, la sexualidad mostrada en perfil bajo –en las antípodas de Bajos instintos (Paul Ver-hoeven, 1992), y más próxima a Deseando amar (Wong Kar-wai, 2000), con el último alfiler de una ironía cruel como rúbrica del desencuentro sentimental (Comencé a amarte cuando tú dejaste de hacerlo
, le confía la sospechosa a su perseguidor). Es aquí donde se entiende –el detective lo sospecha, el director lo calibra, el espectador lo intuye– que en tiempos de la inteligencia artificial y la comunicación virtual, el cálculo y la reserva sexual pueden y suelen ser un instrumento de seducción y dominio más perturbador y contundente, sobre todo en manos de estas nuevas mujeres fatales que el viejo cine negro nunca pudo imaginar del todo. La decisión de partir, premio al mejor director en el pasado Festival de Cannes.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemex y Cinépolis.