¡Allí vienen Los Parachicos!
La Costumbre
José Félix Zavala
Los que vienen de lejos y topan con el río grande, El Grijalva, encuentran frente a él un pueblo, viejo y fascinante, donde el tiempo y la agresión no han podido acabar con La Costumbre, con los cinco días perdidos de enero que todos llaman La Fiesta Grande“otros El día de San Sebastián, algunos otros, casi en secreto, el culto al Dios Matove y la mayoría simplemente La Feria.
El 14 de enero, a tiempo como los hijos de este pueblo que viven lejos, para no llegar tarde a la primer cumplida. Es barrio de San Jacinto. Hay marimba, olor a pólvora, a nanches y jocotes curtidos.
En el templo, azucenas, gladiolos, nubes, cipreses, dalias, cartuchos, crisantemos, claveles, nardos, margaritas, también enramas con papayas, sandías, guineos, piñas, manzanas, guías de jocote, de limones, racimos de coco y pan de rosca.
El Patrón San Jacinto, -repetido tres veces- apenas se nota entre el estoraque y la cera, lo mismo que los cristos, todos con trapiche de flor de mayo. Es la víspera del Señor de Esquipulas y el inicio de La Fiesta Grande.
Vengase Uste mañana se pone muy alegre, replica un anciano, mientras tañen
Las campanas y truenan los cohetes. Aquí se gastan por gruesas. Una procesión con estandarte, cera, flor e imagen, entra a la felicitación, hecho repetido toda esa tarde y al día siguiente.
El 17 de enero – día de San Antonabal – en el parque grande se colocan el meserìo y las comideras juchitecas – las de falda de mariposa -, los chocomileros, los cerveceros, los comerciantes de plástico y peltre, los juegos mecánicos.
Los Parachicos aparecen por todos lados, en todas partes y en todas las calles, por todo el pueblo. Van por las banderas a San Gregorio, el templo de la loma, para bajarlas a la iglesia grande, entre danza, música, patrón y priostes. Es el momento de llevar a San Antonio Abad –en dos versiones- a las ermitas del Consagrado y de San Antonabal. Allí también hay fiesta.
¡Allí vienen los Parachicos¡ Es el grito del muchachiterío alborotado. Todos, al ritmo de dos pasos adelante y uno de medio lado, con la mano izquierda en alto.
Aparecen cientos de estos personajes de la época colonial, ataviados con montera de ixtle, máscara de madera, que imita el cabello rubio y las facciones típicas del español. Sonaja de hojalata, chalina de raso y zarape de Saltillo atravesado, después del rezo del nambujù, delante del Patrón, se ven las máscaras ceñudas, al ritmo de guitarra, tambor y flauta. Gritan: ¡ Parachico me pedís, Parachico té daré!
Los vuelos y contados de raso amarillo, conque se visten las chiapanecas, para la fiesta, tapizan las calles. Jícara de maque en mano, las mujeres están prestas a bañar de confeti a los participantes. Son Los Cinco Días perdidos, de antes, recuerdo claro de la cuenta de los años, la forma antigua, pre hispánica, este es el día del Señor Sebastián.
Es el Dios mancebo, el Dios ofrecido al sol, es Matove, son los Mangues en resistencia.
Tras las máscaras de raíz de álamo, jobo o guanacaste, se oyen vivas interminables: ¡ viva El Señor del Pozo, San Antonabal, patroncito de nosotros, el Señor de Tila, los que ya no pueden, el Señor San Sebastián, el Santitonegro, el Señor San Jacinto!
La fatiga cuece. Los cohetes truenan desde temprano, la banda toca desde La Alborada, ningún lugareño permanece en su casa.
Para el 20 de enero, el día principal de la fiesta, allá donde vive José Sánchez, el que vende tamal de Bola, mayordomo de este año, el que hace El Gasto, junto al templo viejo –ruinas del siglo XV1, gótico en barro – se adorna la imagen de Sebastián herido. Bajará a misa, es su fiesta, la más alegre. Viene ataviado de sarape, jícaras, listones, bandas multicolores.
Esta mañana es el rompimiento de la fiesta, todo es importante, llevar banderas, ser marimbero, o pertenecer a la banda de música.
Al ritmo de la Adelita, Zacatecas, La Rielera, La Sandunga, la Pochotona preside, en el parque grande, la fiesta. Esta Ceiba es el árbol ritual de los pueblos Mayas, nunca falta en las plazas de la región.
En la Plaza Grande esta la pila, La Pilona, en forma de corona de Carlos V, construida por Fray Rodrigo De León, en el siglo XV1. En esa plaza hay cientos de puestos, de niños que suben y bajan de los Caballitos, parejas de novios en la rueda de la fortuna, jarros de barro con trago y ofertas, todo para fuereños. Mientras los verdaderos lugareños viven y disfrutan paso a paso La Costumbre.
Del templo Grande – dominico, basilical, doble arcada, orgullo local, junto un convento dórico, construidos templo y convento por Fray Pedro Barrientos allá por 1554 -, Ha salido El Señor Sebastián en tres versiones. Las dos primeras fueron llevadas a sus ermitas y la grande, muy alegre, entre banderas de terciopelo de colores, precedida de cientos de Parachicos – Ancianos, maduros, jóvenes y niños – seguida de las bandas de música, entre cohetes y vallas, se dirige hacia la casa del Prioste, a la Comida Grande, a la que todos van. Va hasta el Gobernador. La música nunca cesa, mientras entre cohetes y valla, se dirige a la casa del Prioste, mientras se como, La Comida Grande, Pepita Con Tasajo.
En el atrio – colinda con un campo de fútbol como si se quisiera borrar las pisadas de encomenderos y misioneros que durante trescientos años predicaron desde allí – Don Margarito, micrófono en mano, hace rifas en beneficio de la Iglesia, llora, profesa e invita a seguir siendo católicos, a la devoción a los santos y ejemplifica señalando que desde su infancia ha servido en la Iglesia. Es el temor al protestantismo que empieza a introducirse, peligrando la fiesta.
Las pozoleras, que esta vez elaboran triple ración, es demasiada gente, llenan las jícaras de hojalata con agua masa y cacao, la bebida de los dioses, es el pozol.
La gente baila y torea a labacachimba de cartón. La Chuntada – hombres vestidos de creadas- espera la noche, dos globos encohetados intentan subir al cielo. Es el mero 20 de enero, día del Dios Matove, del Señor Sebastián.
Los lugareños llegan con dos tortas de pan y un par de chocolates –El Nixtonio– a la Comida Grande. Han sido invitados por el prioste – El Nambuino – en pleno cumplimiento del rito.
Llega el 21 de enero, día del combate naval en el río grande. El pueblo olvida las incursiones militares de Luis Marín y Diego de Mazariegos, la definitiva cuando designa autoridades y tributos en ese pueblo de indios, la muerte por ahorcamiento en 1528 o que en 1545 Bartolomé De Las casas llega a la cabeza de los dominicos y que el poblado tiene la orientación, el trazo, el perfil, que los españoles les dejaron, su ciudad antigua ha sido destruida y ahora a las afueras del pueblo solo se admiran sus ruinas.
En este pueblo de indios con vocación de guerra, Nicolás y Cenobio Espinosa, Mauro Flores, Tomás y Paulino Nanguyasmù, Margarito Alfaro, Abraham y Jesús Barrientos, todos del barrio de San Antón, son los continuadores del arte de la guerra naval, representada con fuegos artificiales. Son los coheteros.
Como dijera Gutierre Tibón: “Los artistas de las luces terrestres y celestes, han inventado nuevos juegos para recordarnos que esta fiesta conmemora la batalla naval. Contra los españoles invasores.
– Y Tu Chiapa de los indios ¿Te acuerdas de tus luchas, de los indomables chiapanecas de Soctón, en 1527?. Es una batalla donde la fantasía parece verdad.
Llega el 22 de enero, día de los carros alegóricos y de los estrenos. Las más de las mujeres, en rosa mexicano, azul y verde, gargantilla de oro o de ámbar, aretes de canasta y zapatillas.
¡Mirálo, como va la reina ¡Dicen los petatudos al llegar el carro de María Angulo, rodeado de Parachicos, Abrecaminos, estandartes y de la feria entera. La parachicada va por delante. Son decenas, cientos, miles.
Todo es alegría y bullicio. El programa habla de carreras pedestres y en bicicleta, concurso de Chuntaes, bailes populares, octagonal de fútbol, cuadrangular de básquetbol, palenque de gallos.
Es el 23 de enero, la misa de despedida, salen todas las bancas de la iglesia grande, la gente hace valla. Sebastián herido, las banderas y la parachicada irrumpen, entran atropelladamente y por cientos, llegan hasta el altar.
Resaltan los zarapes de Saltillo y la música no se calla, solo las sonajas. De repente bailan en silencio, se arrodillan después calladamente y enseguida vuelve el ruido de las hojalatas y los vivas interminables. La Costumbre llegó a su fin y este año no ha sido interrumpida, como no ha sido en 500 años.
Chiapa de los indios, es la antigua Soctón, Villa Real, Chiapa De Corzo, el centro mismo del rito vital.
Antes de la fiesta, el 13 de diciembre. Los floreros fueron a Tenejapa, en rito de iniciación, regresando el 21 junto al río Nandalumí, entre cohetes y marimbas. A fines de enero, Santo Tomás será el festejado y así, todo el año no faltará motivo para reunirse celebrando.
Al museo de la laca, seguirán llegando los Santeros, a ofrecer el trabajo de sus manos de artista, sus máscaras, lo mismo que las laqueadoras y fonderas.
Por tanto los Jicalpestles, Pumpos, Cruces, Cofres, Baúles, Chamulas y Zinacantecos, apellidos como Nandayapa y Tipacamù, los modos de hablar, los curanderos, seguirán dando sentido e identidad a la tierra del tío Bernabé que vendía manjar Blanco, de la mujer del tío Froilán, especialista en tamal de bola, de tía Ramona, la del mejor chocolate de dulce y pinol.
Chiapa, la de los indios chiapanecas, la antigua Soctón, el pueblo Mangue, con su Río Grande, La Campana Grande, La Iglesia Grande y La Pilona, su Ceiba ritual, La Pochotona, con su lugar de encuentro, el Parque Grande. Es Chiapa de los indios desde la llegada de los españoles y ahora le dicen solamente, Chiapa de Corzo.