Aspectos de la personalidad y la obra de la escritora Annie Ernaux (Lillebone, Francia, 1940)

La lucidez de Annie Ernaux y las dinámicas del Premio Nobel

José María Espinasa

 

La primera vez que oí hablar de esta escritora, hoy reciente Premio Nobel de Literatura, fue a Frederic-Yves Jeannette, un notable escritor francés que vive hace años en México. Y luego leí el libro La escritura como un cuchillo, largo diálogo entre ambos autores, que el segundo tradujo e hizo publicar en México (Ediciones del Lirio, 2015). Una verdadera joya, un modelo de diálogo reflexivo. Luego leí varios libros notables de su pluma y su frialdad de bisturí clínico narrativo me asombra y fascina, pero nunca pensé que podría ganar el Nobel, pues es una escritora difícil, dura y (pensaría) poco apta para ese gusto un poco light de la Academia Sueca. Hay que festejar, sin embargo, que se le haya otorgado a ella el premio. Habría sido verdaderamente un disparate hacerlo con Michel Houellebecq, consentido del mercado francés, novelista sin gracia alguna, pero atractivo para la mercadotecnia. Una de las cosas que impresiona de La escritura como un cuchillo es la lucidez con la que afronta su oficio de escritora y la condición de sus textos, así como su condición de paradigma feminista en la época actual, sin embargo sin dejarse simplificar en su sentido profundo.

Otro aspecto interesante que describe la entrevista es el tránsito de esa novelista de escritura gélida a la diarista, y la manera en que ambas prácticas conviven, se cruzan y se alimentan. Incluso esa distinción, muy importante en su contexto, entre el diario personal, íntimo, y el diario de escritor, laboratorio para su búsqueda. Sorprende también la lucidez que tiene al describir su lugar y su significado en la literatura francesa. Por ejemplo, con ese faro rector de la escritura (no sólo francesa) que es En busca del tiempo perdido, lo que para ella significa el surrealismo, especialmente Breton, y su relación con la nueva novela de los años cincuenta, antecedente del que pronto toma distancias aprendiendo bien la lección. Por eso su discurso de aceptación del Nobel es un ejemplo de precisión.

La mención en él a Albert Camus nos recuerda la importancia del escritor y pensador existencialista para una literatura por venir y que, en cierta forma, en Annie Ernaux ya vino y hasta se fue. Si Proust es el faro, Camus es el farero. Y sobre el mar que ilumina Ernaux hace su navegación. No sé si ella estaría de acuerdo, pero yo diría que su escritura es ante todo una moral. Por ejemplo, hay que situar esa escritura fría en el contexto de escritores contemporáneos suyos tan diferentes como Pascal Quignard (1948) o Helene Cisoux (1937), y hasta Jean-Marie Le Clézio (1940), todos ellos vinculados directa o indirectamente con la escritura del autor de El hombre rebelde y, por lo tanto, con una moral. Todos ellos típicamente franceses, pero no en el sentido usual del término, ése en que se aplica por ejemplo a Roland Barthes, quien sin embargo es también figura tutelar de esa escritura.

En Ernaux el sentido de extrañeza no reside ni en un arquetipo de lo francés ni en la revuelta contra él o ellos, sino en su condición de investigación personal, la necesidad de la autora de responder ante su exigencia expresiva, y llama la atención desde las temperaturas del español su distanciamiento de la novela como forma. Si bien señala que al principio de su vocación la novela es la literatura, poco a poco entiende que no se trata de buscar otra manera de narrar sino otra manera de vivir. Y la escritura es vida en su sentido más hondo.

En cierta manera, con escritores como ellos se cumple el señalamiento que hace María Zambrano en su libro La confesión, género literario, sobre autores como San Agustín y Rousseau: son escrituras de tiempo de crisis. Pero se trata sobre todo de una crisis moral, más que de una histórica o social. Pensar que una escritura fría es una escritura moral parece evidentemente una contradicción, pero no lo es. Frederic-Yves Jeannette sabe, con sus preguntas –el diálogo fue realizado vía email–, ir tocando diversos puntos y dándole a ella la voz rectora del discurso. Insisto: sorprende la claridad con la que aborda asuntos complejos de su escritura. Lo importante, y hay que señalarlo, es que esa escritura de crisis en Francia tiene un lugar muy visible que no tiene en español, y menos en México.

El premio otorgado a Peter Handke, demorado por años, fue buena señal, al igual que los posteriores otorgados a Abdulrazak Gurnah y Louise Glück. Y lo es aún más el de Ernaux ¿Producto de la pandemia o de la crisis de la Academia sueca cargada de culpa? ¿Y en español? Se dice que no hay, muertos Ricardo Piglia, Almudena Grandes y Javier Marías, pero lo que no hay es una proyección internacional. ¿No lo merecen acaso Enrique Vila-Matas y Pere Gimferrer en España, César Aira en Argentina, Sergio Ramírez en Nicaragua, Darío Jaramillo en Colombia o José Balza en Venezuela? Pero todos ellos tienen poco cartel internacional, pues la proyección literaria internacional de los escritores en español pasa por uno de sus peores momentos. ¿Y en México? Muertos Carlos Fuentes, Fernando del Paso y Eduardo Lizalde, las posibilidades son muy limitadas: Elena Poniatowska y tal vez Margo Glantz, pues autores como Elsa Cross y Coral Bracho, que tienen el nivel creativo necesario, son muy poco conocidas fuera de nuestro país. Y caigo en cuenta de que las cuatro son mujeres. ¿Y nuestros raros? Los hay, pero están bien ocultos. Mientras tanto, vale la pena leer a Annie Ernaux.

 

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