Cocina y alquimia de Leonora Carrington
Guadalupe Calzada Gutiérrez
Desde la Antigüedad, la alquimia y las artes han estado muy ligadas. Se dice que la alquimia reproduce el lenguaje del fuego, del aire, del agua y de la tierra; por ello, el simbolismo hermético es una de las grandes fuentes de inspiración del arte occidental. El lenguaje alquímico es extraordinariamente sugestivo; se basa en alegorías, imágenes y analogías. Es el “lenguaje oscuro”, lenguaje sin palabras; imágenes de los misterios de la naturaleza. Así, la alquimia transformada en arte es el inicio para alcanzar la Perfección, la Verdad, la Mística y la Belleza, conceptos que mueven al hombre para crear, pues el arte es la unión entre el pensamiento consciente y el pensamiento onírico.
Aunque el arte se manifiesta a través de diversas formas, destacan la escritura y la pintura. Sin duda, dos disciplinas que Leonora Carrington Moorhead (Inglaterra 1917-México 2011), desarrolló con maestría. A través de su obra pictórica y escultórica nos cuenta los mitos celtas que aprendió de su madre y de su abuela materna; por ejemplo, que ellas pertenecían al linaje de los alquimistas, los hombres llamados “la gente pequeña que vivía bajo tierra en el interior de las montañas y ahí se dedicaron a hacer alquimia”.
Leonora fue una excelente cocinera; para ella, cocinar era un acto alquímico, un ritual mágico para transformar y transformarse. La preparación de cada guiso era una reminiscencia de sus ancestros: hacer magia, unirse con todas las mujeres de su familia; tal vez por eso siempre conservó un libro de recetas de cocina inglesa del siglo XVI.
Se asocia el nacimiento de la alquimia con la expulsión de los ángeles que bajaron del cielo para cohabitar con mujeres y de esa unión nacieron los hombres que se dedicaron a los oficios de la metalurgia, la forja y la minería; en estos oficios, como en la cocina, el fuego está presente. La alquimia deriva de una palabra egipcia que significa “tierra negra” y los iniciados en este arte eran hombres llamados sacerdotes, cuyo objetivo principal era la búsqueda de la piedra filosofal o la Gran Obra. También las mujeres eran consideradas sacerdotisas alquímicas, ya que la cocina se consideraba un lugar sagrado para proporcionar bienestar y salud.
Leonora Carrington conocía los mitos celtas que le fueron transmitidos desde su infancia y desde muy joven se interesó por los temas esotéricos: el gnosticismo, el tarot, la cábala, la psicología jungiana, el budismo, la astrología y un largo etcétera. Podemos apreciar los elementos del tarot en diversas pinturas suyas. En 1965 pintó a María Félix vestida con una tirada completa de tarot. Contrariamente a lo que se cree, el interés de Leonora por el tarot se debía a las ideas filosóficas más que a la adivinación, pues tenía un extenso conocimiento en tarots antiguos. Alejandro Jodorowsky relata que Leonora le enseñó a leer el tarot y que tenía una gran admiración por ella, a quien llamaba La diosa blanca; esto, por el gran interés que tenía Leonora en el libro de Robert Graves La diosa blanca, donde el escritor sostiene que en la Antigüedad, en la mayor parte de las sociedades, las mujeres eran las encargadas de transmitir los cultos a los dioses, desarrollaron la magia y eran muy respetadas en la sociedad. Además de Graves, el libro de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas, Lilith y Ma. Magdalena eran figuras muy importantes para ella. María la Profetisa, María la Hebrea o Miriam la Profetisa, fue una mujer muy significativa que también pintó en algunas obras, porque es considerada la primera mujer alquimista; fue la inventora del tribikos y el kerotakis, aparatos que se usaban para recoger los vapores en la alquimia. También fue la inventora del procedimiento conocido como “baño María” y de muchos hornos y vasijas para la destilación. María la Judía también incorporó la idea de una secuencia de cuatro colores como elemento básico de la pintura para representar las etapas de transformación en la alquimia helenística antigua y es muy reconocida por el axioma que lleva su nombre.
La cocina, para Leonora, era un espacio simbólico y mágico; muchas veces pintaba en la cocina, sobre todo cuando utilizaba la técnica tradicional de la témpera de huevo que se usaba en la pintura florentina del siglo XIV para intensificar los colores y dar brillo; además, para ella, cocinar era equilibrar los elementos para combatir enfermedades. Leonora sabía de los cuatro temperamentos que rigen en el ser humano y cómo están asociados a los sabores: sanguíneo-salado; colérico-amargo; melancólico-ácido y flemático-dulce.
Los amigos de Leonora que tuvieron la suerte de probar algunos de sus platillos recuerdan el caldo de pollo con pera, el “caviar” de tapioca con pescado o el mole negro, entre otros. Hablar de Leonora Carrington es internarnos en un laberinto donde cada posible salida nos asombra cuando descubrimos los reflejos del lenguaje simbólico y oracular, escrito en espejos.