Bemol sostenido
Alonso Arreola t:
Pagado el extraordinario lujo, tanto los emisarios que llegaban para conocer los avances como el propio rey, mintieron diciendo que efectivamente veían la tela y que era maravillosa. No sólo sintieron miedo ante la descalificación pública, en caso de que otros sí pudieran verla (los estafadores aseguraban que allí estaba, frente a ellos); además fueron arrogantes, tanto, que hicieron un desfile para presumir el dichoso traje.
Al principio el pueblo entero se prestó a la farsa pero, ya en la procesión, un niño se atrevió a levantar la voz para gritar burlonamente: “¡El rey va desnudo!” Entonces todos comenzaron a reír. Asumieron la realidad. Mientras tanto el rey, aunque tuvo que aceptar la humillación en sus adentros –según numerosas versiones folclóricas de la historia–, siguió altivo, soberbio hasta el final.
Pues bien, nosotros no tenemos la inocencia de ese niño y son demasiados, incontables, quienes juran escuchar las doradas telas de Bad Bunny. De hecho, cada vez se suman más voces elogiando su ajuar. Voces temerosas de quedar excluidas del jovial aplauso y los cuerpos del perreo. Voces que replican convencidas: “Si el éxito es fama y dinero… no hay forma de que vaya desnudo.”
Quede como muestra un desorientado mensaje captado en Twitter la semana pasada, luego de los premios Grammy: “Esta foto de Taylor Swift y Bad Bunny tiene más relevancia cultural que el Renacimiento. No estoy soportando.” ¡Vaya! Qué risa. Imaginamos a Leonardo bailando pegado al piso. Sin palabras. Esa noche Bad Bunny ganó el premio a Mejor Álbum de Música Urbana. Por segunda vez. Hecho a la medida.
Claro, a diferencia del emperador del cuento, este “conejo” es su propio sastre; coautor de algo primitivo y soso que no alcanza ni para cubrir los pies. Una urdimbre que apenas cumple requisitos mínimos de lo que llamamos tejido musical. Algo que, empero, resulta suficiente para impulsar la imaginación colectiva. Un pegamento generacional. Podemos decir, en otras palabras, que la fanaticada completa el traje, pues hoy como nunca vive adicta al entretenimiento, al confort de lo paupérrimo. No sospecha el timo. No lo ve ni quiere verlo. El mismo Bunny se ignora tuerto.
Y no odiamos a “San Benito”. Su presencia en la industria es inevitable, resultado de formas de consumo y pasatiempo inherentes a nuestra época. Siempre han existido personas llenando esos espacios (aunque sea con nuevas clases de vacío). Digamos que estamos obligados –sí, obligados porque la música se jerarquiza con dinero y vuela en todas partes– a convivir con su desnudez aunque resulte grotesca; tanto como la letra de ese intento de canción llamado “Me porto bonito”. Es parte del álbum ganador:
“Tú ere’ una bellaca, yo soy un bellaco, eso e’lo que no’ une. Ella sabe que está buenota y no la presumen. Si yo fuera tu gato, subiera una foto los vierne’ y los lune’ (so). Pa que to el mundo vea lo rica que tú está’, que tú está’.”
Esperemos ingenuamente a que esta historia tenga un giro, un knock out cortazariano. Algo como: Hubo un Bad Bunny, rey de Reguetonia. Adicto a vestir con telas invisibles, muchos lo elogiaban sin poder mirar de cerca. Otros aplaudían por miedo a quedarse solos. Así fue hasta que una voz creció irrefrenable: “No canta, no baila, no escribe, no compone… no habla”, dijo para agregar sonriente: “¡Va desnudo, Bad Bunny va desnudo!”. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.