Relojeros de Xalapa: el tiempo pasa pero ellos se mantienen firmes
Con el paso de los años en esta ciudad quedan apenas unos cuatro relojeros «de los de antes», de aquellos que saben reparar máquinas antiguas
Dos de ellos heredaron el oficio de familiares y representan los últimos eslabones de la relojería de abolengo
Diariamente, relojeros de antaño trabajan en contra del tiempo, pues a causa de la modernidad tienen que batallar para hacer frente a la tecnología y para conservar clientela que tiene relojes antiguos y que solo ellos pueden reparar.
Con el paso de los años en esta ciudad quedan apenas unos cuatro relojeros «de los de antes», de aquellos que saben reparar máquinas antiguas, mecánicas o de cuarzo, además de relojes nuevos, modernos o digitales.
La historia de ellos es amplia e interesante; dos de ellos heredaron el oficio de familiares y representan los últimos eslabones de la relojería de abolengo que estaría por desaparecer.
Al visitar sus talleres aún se escucha el «dingdong» y el «cucú» de relojes antiguos cada vez que dan la hora, además del andar de las manecillas de grandes relojes de pared que sobresalen de entre pequeños relojes digitales que dan la hora sin hacer ruido.
Una vida entre segundos y maquinarias
Jaime Hernández García, de 70 años, inició en el oficio cuando apenas tenía 12 años. Él aprendió de un familiar, además de que compartió experiencias y conocimientos con su primo Lino Romero Peña, también relojero, quien falleció hace 15 años aproximadamente.
Con entusiasmo, atiende a sus clientes en su taller de la calle Poeta Jesús Díaz, de la zona centro, en donde ha dedicado gran parte de su vida a desarmar y reparar relojes de todo tipo, además de que ha enseñado el oficio a uno que otro interesado.
Jaime tiene hijos profesionistas; ninguno le siguió los pasos en el oficio, por lo que sabe que una vez que él tenga que partir, hasta ahí llegará en su familia el arte de desarmar y arreglar relojes.
También recuerda con agrado a Lino Romero Peña, quien daba «la hora exacta» en su taller «El Diamante» que tenía instalado en la céntrica calle de Melchor Ocampo. Lino tuvo cuatro hijos, tres hombres y una mujer; uno de ellos es director de un grupo musical, otro empleado de Gobierno, uno más presidente de una asociación civil y la última maestra de Educación Física. Ninguno heredó el oficio de la relojería.
Otro que sobresalió en la relojería fue Hugo Romero, hermano de Lino y quien murió hace unos 10 años, también sin heredar sus conocimientos a sus hijos.
Oficio delicado y sin herederos
De los relojeros de apellido Romero, Miguel es el último que queda entre su familia y quien diariamente se sienta en su banquito de madera para tomar sus pinzas y desarmadores finos para componer relojes de todo tipo. Tampoco heredó el oficio a sus hijos.
Miguel Romero tiene su taller en la calle Río Nilo, de la colonia Carolino Anaya y con Jaime solo se une a través de un fuerte lazo de amistad, pues Lino y Hugo eran sus medios hermanos.
Él se inició en la relojería cuando apenas era un niño de 8 años. El oficio lo aprendió de su hermano Lino, quien a su vez heredó los conocimientos de un japonés. Actualmente tiene 70 años y se resiste a retirarse, pues la relojería es una parte importante de su vida.
Al igual que Jaime, Miguel Romero es el último de su familia en practicar la relojería; tiene dos hijas y un hijo, una es abogada, otra es maestra y el otro es periodista.
Además, siempre tuvo presente que llegaría el momento en que la compostura de relojes pasaría a segundo término con la fabricación de relojes «económicos y desechables», pues suelen ser una opción ante los costos de una reparación o mantenimiento de máquinas de buena marca y de calidad.
Habilidades aprendidas durante años
Los relojeros de abolengo saben que están a un paso de la extinción y debido a sus conocimientos y habilidades no faltan quienes recurren a ellos para pedirles arreglar algún reloj antiguo, pues aunque actualmente es difícil conseguir las piezas, ellos se las ingenian para realizar adaptaciones y entregar un buen trabajo.
Cada día, los relojeros pasan horas enteras sentados ante sus mesas de trabajo, donde conviven entre pequeñas espirales, tornillos diminutos y otras piezas que solamente se pueden ver a través de una lente de aumento.
En ocasiones, dicen sentirse cansados y con dificultades para desarrollar su labor, pues el hecho de utilizar diariamente lentes de aumento les ha desgastado la vista.
Además, el tiempo no pasa en vano y también puede verse a través de la piel de sus manos que se ha desgastado a causa del cepillado y del uso de químicos especiales que se emplea para el mantenimiento y limpieza de las maquinarias y de las piezas pequeñas.