La escritura como acto de fe:
Gustavo Sainz 20 años después
Entrevista inédita
Enrique Aguilar R.
–Los premios para A troche y moche te los dieron sin buscarlos: ganar de esa manera puede que sea la mejor forma, ¿no?
–Bueno, así hay cierta satisfacción y uno recibe realmente una sorpresa. Pero lo mejor son los saludos de personas que no conocía y que se alegran por esos premios cuya existencia, por lo menos del Mexique-Quebec, tampoco conocía. En una de mis novelas un hombre que lleva en su Volkswagen un portafolio lleno de dinero, se ve de pronto metido en una inundación bajo un paso a desnivel en el periférico de Ciudad de México. Su portafolio se abre y los billetes flotan en el agua sucia y alborotada, y él nada para ponerse a salvo pero le pesa el traje y sobre todo le estorban los zapatos. El narrador observa que eso, la inundación, la lluvia torrencial es algo que
puede pasarle a uno si vive en Ciudad de México. Bueno, pues los premios literarios también son algo que puede pasarle a uno si escribe libros. Más o menos uno los espera, aunque las verdaderas satisfacciones están al empezar, al terminar un párrafo, una página, un capítulo, al hallar una expresión que considera feliz.
–¿Por qué no acostumbras concursar?
–Soy muy frágil y temería no ganar. Si yo llegara a pedir una beca digamos a Conaculta, y luego resultara que no me la dieran, lo que es más
que probable, me sentiría rechazado y muy infeliz. Realmente prefiero no ponerme en esa situación. No la necesito. No me gusta frustrarme, y soy
mal perdedor, quizás por eso no juego ningún deporte de competencia.
–Pese a tus resistencias, has obtenido varios premios y apoyos, ¿de cuáles
te acuerdas con más gusto?
–Bueno, por ejemplo de la beca Tinker. Me llamaron por teléfono y me dijeron que la había ganado. Ni siquiera sabía que existía. Y otro tanto
pasó con la beca del New York Center for the Arts, y desde luego el Premio Villaurrutia, que lo otorgaba Francisco Zendejas que poco antes
había hablado muy mal de mi novela La princesa del Palacio de Hierro, pero mal de veras, por escrito, y una semana más tarde él mismo me anuncia que he ganado el Premio Villaurrutia con ella. Fue una gran sorpresa. La beca del Centro Mexicano de Escritores la pedí y no me la dieron, pero la volví a pedir y sí. Otro tanto pasó con la Guggenheim, la tuve que pedir dos veces. La segunda, en vez de proponerles un proyecto les propuse no hacer nada, sólo conocer personas que me interesaban alrededor del mundo, y no tomarles fotos, ni entrevistarlas, ni hacer notas de viajes. Me llamó Roger Strauss, que era presidente del jurado, y me contó que les había dado tanta risa mi solicitud que me había ganado la beca. Hay otras becas que no se piden, como la MacArthur y la Ford. Yo sólo he ganado la Ford, y no tengo muchas posibilidades de ganar la MacArthur.
–Antes de que la premiaran, A troche y moche me parecía tu mejor novela, la más madura… Supongo que tú también sabías que traías con ella algo muy bueno entre las manos, ¿es así?
–Realmente la novela que termino apenas de escribir me gusta mucho, y lo mismo pasó con A troche y moche. Pero por ejemplo ahora ya terminé otra, que también me gusta, El juego de las sensaciones elementales. Así que no pienso que haya unas mejores que otras. Si no me gustaran no trataría de publicarlas.
–De tus libros en México últimamente no se habla mucho; no salen tantas reseñas y entrevistas como antes: ¿cómo te explicas eso, a qué lo atribuyes? ¿Eres tú? ¿Son los medios y quienes los manejan? ¿Tú y los medios?
–De esto no estoy muy enterado, porque no vivo en México desde hace dos décadas. Pero al mismo tiempo te diré que cada vez hay más atención en
México hacia mis novelas. Tan sólo esta semana [diciembre de 2003] Ruth Levy, en la Universidad de Guadalajara, acaba de defender su tesis doctoral sobre mi novela Fantasmas aztecas, y Catalina Martínez en el Tecnológico de Monterrey acaba de defender su tesis sobre La novela virtual. Ambos
trabajos académicos son espléndidos y de ellos he aprendido mucho. También te diré que en México he vivido episodios fantásticos con gente que me reconoce en las librerías, en los restoranes, en los cines, incluyendo a un taxista que me reconoció cuando me subí a su auto y no me quiso cobrar por llevarme a mi hotel de costumbre. De manera que no sé cómo medir si se habla poco o mucho de uno, y si importa. Mi amigo Otaola, a quien
le debo tanto, acostumbraba decir: que hablen de uno, aunque sea para bien.
–¿Además de ti, quién crees que va a ser feliz con estos reconocimientos a tu novela en particular, y a ti en general?
–Eso realmente no lo sé, pero puedo prevenir que a la editorial Alfaguara, algunos libreros, algunos lectores, algunos amigos y amigas. No tienes idea del gran número de correos electrónicos que he recibido a propósito de estos premios.
–¿Qué vas a hacer con tanto dinero?
–No es tanto dinero. Y además todo lo que gano con mis libros se lo doy a mis dos hijos, repartido en partes iguales. El Premio Colima nos ha caído
muy bien porque mi hijo menor quería dar el enganche de su primer coche, y el mayor se lastimó la espalda y hace unos tres meses que no puede trabajar, aunque sigue en la universidad.
–¿Te gusta ser famoso?
–Yo no soy famoso. Es decir, soy famoso para ti si tú quieres que sea famoso. Famosos son los que salen en los periódicos de supermercados, los
cantantes, los actores, los políticos, los delincuentes, los que se equivocan, las reinas de belleza, en fin, y algunos intelectuales, claro. Pero yo, no creo. Todavía puedo circular durante días y días en cualquier ciudad sin que nadie sepa quién soy.
–Has escrito tus novelas sin hacer ningún tipo de concesión, ni a los lectores, ni a las editoriales, ni a los críticos; ¿crees que este reconocimiento a A troche y moche, novela audaz, compleja, es el inicio de algo así como el triunfo de tu perseverancia?
–Bueno, yo creo que mi novela llegó a lectores que supieron apreciarla. Para el Premio Colima: Emmanuel Carballo, Gerardo de la Torre y Joaquín Armando Chacón. No es demagogia, pero a mí también me gusta lo que escriben ellos, y sobre esto sobrevino el Primer Premio de Narrativa México-Quebec, que me lo otorgan tres escritores quebequenses desconocidos para mí. Así que podemos hablar de coincidencias, felices
coincidencias. Y la perseverancia, claro, que está allí en el camino de los verdaderos escritores, junto con la disciplina, la pasión, la obsesión. La escritura es un acto de fe. ¿O no?