La cuaresma

La cuaresma

Febronio Zatarain

Febronio Zatarain

Mi madre es una gran narradora. Mi hermana Chayo y yo éramos su público cautivo, y casi todas las historias que nos contaba tenían que ver con su familia.

Mi madre es una gran narradora. Mi hermana Chayo y yo éramos su público cautivo, y casi todas las historias que nos contaba tenían que ver con su familia. Una vez nos dijo que cuando ella todavía no cumplía los nueve años y cursaba el tercer grado, estaba lavando los calzoncillos de sus hermanos Anselmo y Buti. Mientras los restregaba en el lavadero tarareaba las tablas de multiplicar: dos por una dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis… Su madre estaba a un lado de la hornilla metiendo en una olla de agua hirviente una gallina acabada de matar para desplumarla. El canturreo de mi madre transportó a mi abuela a su infancia, y se acordó de su hermano Modesto y de su hermano Cruz que, a pesar de llevarse tres años, habían empezado al mismo tiempo la escuela. A mi abuela nunca la mandaron, pero ella se había aprendido algunas de las tablas solamente de escucharlas de sus hermanos. Y mientras su hija Chilo recitaba la tabla del tres, ella empezó a secundarla: …tres por siete veintiuno, tres por ocho veinticuatro, tres por nueve veintisiete… y se quedó un ratito en este último verso, porque de todos los que conocía ese era el más bonito; se le figuraba una mujer de pelo largo, con unos pies curiosos de tres dedos, con su cintura angosta y su torso plano y ondulado como los arenales del río… Cuando regresó a las plumas de la gallina, su hija Chilo terminaba la tabla del cinco e iniciaba la tabla del seis. Ésta ella nunca se la había podido aprender, pues a Cruz, que fue el único de sus hermanos que logró terminar el cuarto grado, le había costado mucho trabajo aprenderla. El siete por cuatro veintiocho que venía del lavadero le hizo recordar que fue precisamente esa tabla la culpable de que Cruz repitiera año. Algo de muy hondo le dijo que la escuela en vez de construirle un futuro a su hija, la podía llenar de miseria y soledad. Sabrá Dios cuántas más tablas irá a aprender, y de seguro esas tablas espantarán a los hombres. Al día siguiente mi madre avivó el fuego de la hornilla con las hojas de su cuaderno y empezó a ayudarle a mi abuela a preparar los chiles rellenos, la capirotada y las torrejas, pues era Miércoles de Ceniza y empezaba la Cuaresma.

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