En 1964 nadie me quitaba de la cabeza que el momento táctico para México era el movimiento de guerrillas. Llevé médico, enfermera, municiones, armas. Quince días estuvimos de práctica en una comunidad que se llama Jaulillas, cerca de Tehuitzingo, Puebla; la influencia que la revolución cubana tenía sobre un grupo de nosotros, y sobre mí especialmente, era muy grande. Me parecía, con un convencimiento completo, que no había para México otra salida que no fuera el movimiento de guerrillas
, contó Othón Salazar a Amparo Ruiz del Castillo.
Uno de los participantes de ese proyecto político-militar era un joven estudiante de antropología, que acababa de abandonar sus estudios de economía, abrumado por las clases de contabilidad: Gilberto López y Rivas. Militante de la Juventud Comunista, de la que se hace expulsar por desviaciones pequeñoburguesas
, dedicó parte de su tiempo a la preparación en defensa personal, estudiar la táctica de guerrilla, adiestrarse en el manejo de armas, y a aprender a elaborar granadas de fabricación casera de dudosa eficacia.
La nueva organización no chocó militarmente con el gobierno, aunque tuvo bajas y presos en el ámbito regional. Testimonios dicen que no tenía nombre, otros la identifican como Movimiento 23 de Mayo. Estudiaban las contraguerrillas en Malasia y de los franceses en Argelia. La guerra de guerrillas, del Che, se convirtió en su Biblia. Analizaban las condiciones para establecer un foco guerrillero y la posibilidad de una guerrilla itinerante. A su interior, Gilberto atendió células obreras en barrios alrededor de la Cervecería Modelo y en la fábrica de estufas Acros, colectó fármacos y colaboró con los jaramillistas, apoyando al mayor Félix Serdán, alias Rogelio, en el trabajo conspirativo.
En su niñez, López y Rivas habitó una precaria vivienda en Santa María la Ribera, en la Ciudad de México. Luego vivió en Veracruz, donde supo de la invasión estadunidense al puerto, a través de Luz María Llorente viuda de Posadas, su maestra de cuarto a sexto de primaria. Ella había vivido bajo la ocupación yanqui. Los estadunidenses me causaban asco, la única experiencia que tenía y que deseaba, es que se fueran
, le dijo a Gilberto. Así que el antimperialismo se le marcó a ras de piel desde pequeño. Su tesis de doctorado en la Universidad de Utah, luego publicada como libro en español en 1976, se llamó La guerra del 47 y la resistencia popular a la ocupación.
En 1968 se casó con Alicia, su compañera de vida y aventuras, madre de sus hijos Nayar y Alí (los tres, extraordinarias personas). Alicia y él salvaron el pellejo el 2 de octubre en Tlatelolco gracias a las enseñanzas del mayor Serdán. Félix, a ti te debemos la vida
, le dijo. Migró a Canadá, donde trabajó de obrero de la construcción, jardinero y taxista. Después de doctorarse en Estados Unidos dio clases en la Universidad de Minnesota. Hasta que, en 1978, fue detenido junto a Alicia por la FBI, acusados de espionaje. Era cierto. Por convicción en la causa del socialismo y por el trato que los estadunidenses le dan a nuestro país y a nuestros paisanos del otro lado de la frontera, colaboraban con la agencia militar soviética (GRU), desde una década atrás. Su compromiso era con la revolución mundial. Finalmente, no fueron procesados porque el Departamento de Justicia argumentó que las grabaciones en su contra y el allanamiento no autorizado de su casa habían violado sus derechos civiles. En 48 horas regresaron a México.
Con una mano adelante y otra atrás, Gilberto comenzó aquí una fructífera carrera académica, sin abandonar su compromiso político con la lucha por la liberación nacional y el socialismo. Es autor de unos 15 libros sobre historia de México, antropología y la cuestión nacional, varios traducidos al inglés, francés, portugués e italiano (uno de ellos, Mandar obedeciendo, la ruptura del cerco, tiene casi 950 mil descargas, y Pueblos indígenas en la Cuarta Transformación, más de 596 mil descargas https://rebelion.org/libros-libres/). Fue el primer director electo de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Fue articulista en El Gallo Ilustrado y, desde 1997, lo es de La Jornada.
Figura clave en la solidaridad mexicana con Nicaragua y El Salvador, se incorporó a la Corriente Socialista y, con ella, participó en el Partido Mexicano Socialista y el Partido de la Revolución Democrática. Fue parte de la dirección nacional de este partido, como secretario de Derechos Humanos y Pueblos Indios. Diputado federal en el último año de la 54 Legislatura y en la 57 Legislatura, fue el primer delegado electo de Tlalpan de 2000 a 2003. Criticó acremente la aprobación de la reforma indígena en 2001. Al terminar el periodo, renunció al partido y abandonó la política institucional.
Asesor del EZLN en los acuerdos de San Andrés y uno de los más relevantes teóricos sobre la autonomía indígena, Gilberto acaba de cumplir 80 años. Nunca imaginó vivir tanto tiempo ni tan intensamente. Contra viento y marea, su compromiso con la lucha de los pueblos originarios, con el zapatismo, con Cuba y Venezuela, y con las luchas por la emancipación de los pueblos se han mantenido indeclinable. Dice lo que hace y hace lo que dice. Su buen humor es explosivo. Como escribió Julius Fucik en Reportaje al pie de la horca, López y Rivas ha vivido y ha ido al combate por la alegría. La tristeza nunca ha estado asociada a su nombre.
Twitter: @lhan55