El proyecto vital de Enrique Florescano se fundamentó en la pesquisa historiográfica

Enrique Florescano: cuántas huellas

Hermann Bellinghausen

A partir de estas revisiones, se dio el lujo de hablar de un “nuevo pasado” con autoridad indiscutible. Fue, en cierto modo, un historiador de la Historia. Problematizó las interpretaciones utópicas o complacientes del tronco indígena y las identidades colectivas, las buenas conciencias del cristianismo colonial y los mitos del imaginario independentista.

Su capacidad para organizar las diversas versiones e invenciones del pasado mexicano le permitió organizar también los estudiosos vivos, con liderazgo académico, editorial y pedagógico. El aporte de Florescano va más allá de su escritura clara e inteligente en los ensayos y libros propios que publicó a lo largo de cinco décadas. Como generador de obras ajenas y proyectos intelectuales colectivos sólo es comparable con la dilatada labor de Pablo González Casanova.

Ocupó cargos importantes y hasta rimbombantes, estuvo cerca del poder político e intelectual de México, dirigió revistas, colecciones enciclopédicas e instituciones como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Por todo eso fue conocido y reconocido, y no hay mucho que agregar.

Dos experiencias en particular marcan el impacto de su influencia en la cultura mexicana. Una es el seminario que animó en el Castillo de Chapultepec como titular del Departamento de Investigaciones Históricas del INAH, que luego se convertiría en la Dirección de Estudios Históricos. Una cosa llevó a la otra. En 1978 funda la revista Nexos. Dos “tanques de pensamiento”, como dicen los estadunidenses.

El “seminario del Castillo” reunió a nuevos historiadores y escritores comprometidos con la interpretación del país con nuevos ojos y buen lenguaje. Allí crearon textos fundamentales Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y José Joaquín Blanco. Contó con jóvenes estudiosos como Francisco Pérez Arce y Antonio Saborit, quienes lo sucederían en el seminario. Lugar de encuentro y debate comprometido con la verdad histórica, la cultura popular y la sensatez intelectual, su nómina fue amplia y progresiva.

Esa experiencia está en los orígenes de Nexos (“sociedad, ciencia y literatura”) y de manera indirecta pero crucial en la fundación de La Jornada, en 1984. El lugarteniente inicial de Enrique y con el tiempo director definitivo de Nexos, Héctor Aguilar Camín, antes de ser exitoso novelista, consejero presidencial e intelectual mediático en Televisa, era ya un historiador brillante de la nueva escuela, como Enrique Krauze (su espejo y rival, luego de formar “un cuerpo con dos cabezas”, como llegó a llamarlos Octavio Paz por su crítica conjunta a El ogro filantrópico), Antonio García de León, Friederich Katz, Adolfo Gilly, Arnaldo Córdova, John Womack, François Xavier Guerra, Serge Gruzinski y el propio Florescano.

Reuniendo las experiencias organizativas y
la capacidad de convocatoria de Pablo González Casanova, Rodolfo Stavenhagen, Guillermo Bonfil y Carlos Monsiváis, Florescano ideó, con la constante complicidad de Alejandra Moreno Toscano, una suerte de New York Review of Books a la mexicana (el primer año tuvo el mismo formato tabloide). En su época inicial, Nexos se erigió como órgano no institucional del pensamiento político, social, histórico, económico, literario, médico, científico y periodístico. Pronto devino contraparte del grupo encabezado por Paz y Krauze en el debate y la construcción del nuevo poder cultural, por lo cual han sido largamente criticadas Nexos, Vuelta y Letras Libres.

Aunque heredó la dirección de Nexos al dinámico Aguilar Camín, Enrique siguió siendo el pegamento indispensable de un grupo que sumaba a Luis Villoro, Elena Poniatowska, José María Pérez Gay, Carlos Pereyra, Soledad Loaeza, Arturo y José Warman, Rolando Cordera, José Blanco, Alejandra Moreno, José Woldenberg (un tiempo también director de la revista), Martha Lamas, Roger Bartra, José Joaquín Blanco, Eugenio Filloy, Víctor Toledo Manzur, Carlos Tello Macías, Ángeles Mastretta, Margo Su y otros más. En algún momento se incorporaron los exiliados Daniel Waksman, uruguayo de Brecha, y los chilenos Luis Maira y José Miguel Inzulza.

Hasta antes de la irrupción de Carlos Salinas de Gortari, y pese a sus cercanías con el poder político, Nexos era la gran revista del nuevo pensamiento de la izquierda moderada, oscilando entre el eurocomunismo, el trotskismo y el nacionalismo revolucionario. En los años noventa pasaría a ser “tanque” del pensamiento y la política neoliberales y presidencialistas.

 

Aventuras paralelas

Durante quince años fui coeditor de Nexos (1979-1993), primero con Francisco Pérez Arce y Roberto Diego Ortega, y en adelante con Luis Miguel Aguilar y Rafael Pérez Gay. En todo ese tiempo, la presencia, la creatividad y la generosidad de Enrique fueron indispensables. Cuando en enero de 1994 me largué a Chiapas para cubrir el alzamiento zapatista para La Jornada dejé la revista, de cuya línea política me venía distanciando desde 1989, cuando comencé a editar con Ramón Vera-Herrera y Mauricio Ortiz la nueva época de México Indígena, hasta entonces una publicación institucional y muy formal fundada por Juan Rulfo, ahora por fuera del Instituto Nacional Indigenista (INI) con el apoyo inicial del nuevo director Arturo Warman, aunque las diferencias comenzaron casi inmediatamente, lo cual dio origen a Ojarasca en 1991.

Recuerdo un episodio en ese entonces. Bonfil se había vuelto crítico del gobierno salinista, convencido de que robó la elección a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Eso lo hizo incómodo para Nexos y lo distanció de su amigo y colega de toda la vida Arturo Warman. Guillermo desarrolló una crítica muy completa e inteligente contra los efectos culturales en ciernes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que conmovió al grupo de la revista. Al morir trágicamente en julio de 1991, Guillermo dejó inédito un visionario ensayo sobre el asunto: “Dimensiones Culturales del Tratado de Libre Comercio”.

En una acción un tanto inesperada, Enrique me entregó una copia del ensayo sin mayores comentarios, cuando compartíamos una sede alterna de Nexos en la calle de Cuautla, en la colonia Condesa. Supuse que el escrito aparecería en Nexos, pero pasó el tiempo sin que ocurriera. En tanto, las tensiones con el INI de Warman llevaron a la ruptura del nuestro acuerdo editorial. En septiembre saldría el último número de México Indígena, y decidimos publicar el texto de Bonfil.

Enrique me lo reclamó, “no te lo di para que lo publicaras”, debo decir que con poca convicción, como por no dejar. Pienso que me lo compartió a propósito, sin la intención de desafiar a Nexos pero consciente de que, en honor a Bonfil, el texto debía darse a conocer. Ya después apareció en un libro.

 

Las comidas en “Los Barandales” y el nacimiento de La Jornada

 

Las primeras oficinas de Nexos se establecieron desde 1978 en la casa de don Manuel Moreno Sánchez, respetado político priista y suegro de Enrique, ubicada en la calle de Prado Norte, en Las Lomas de Chapultepec. El grupo dio en reunirse cada fin de año en “Los Barandales”, la casa de campo de Moreno Sánchez en Ocoyoacac, cerca de Toluca.

En esas fiestas al aire libre, literalmente en los barandales de la casa solariega de don Manuel, quien ocasionalmente aparecía, y a la vista de un amplio paisaje con Enrique y Alejandra de anfitriones jefes, sueltamente se viboreaba y analizaba el devenir político y literario del país, una revisión anual con la concurrencia de relevantes economistas, historiadores, escritores, periodistas, líderes sindicales, sociólogos, médicos, biólogos, antropólogos, físicos. Y políticos. La autoridad mayor, hasta en las bromas, la tenían don Pablo y Enrique, en ese orden irónico.

Otra cercanía del Nexos de Florescano fue el diario unomásuno, novedad en la pradera del periodismo libre. Allí imprimíamos la revista. Ambos medios compartían autores, incluyendo a todos los editores de Nexos. Cuando a finales de 1983 se dio la rebelión contra el director y dueño del periódico Manuel Becerra Acosta, encabezada por el subdirector Carlos Payán, Carmen Lira, Miguel Ángel Granados Chapa, Humberto Musacchio y Aguilar Camín, enseguida Florescano ofreció las casa-oficina de Prado Norte para las sucesivas reuniones de los periodistas, que con el vuelo de la ruptura decidieron fundar un nuevo periódico que fuera “nuestro”. Allí fue la primera oficina del futuro diario.

Así, en la larguísima mesa de redacción de Nexos (y de las ocasionales juntas del consejo editorial), alrededor de setenta periodistas dieron vida al nuevo diario. Tras una lluvia de nombres posibles, al final quedó La Jornada, propuesta de Luis Ángeles y José Woldenberg. Allí se votó a Carlos Payán Velver como director.

Y siempre por ahí, más en lo suyo de la academia y sus proyectos torrenciales, Enrique Florescano ponía el piso y la casa. Espero no sonar irreverente al decir que fue un duende, un espíritu entre prehispánico y moderno, un vehemente guardián de la memoria nacional. Se le notaba en la mirada de sus ojos bien abiertos y fijos, en su atención panorámica, en su mente sin reposo.

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