La otra escena
Miguel Ángel Quemain
La reflexión sobre el teatro, la dirección y sus desafíos, la actuación y sus problemas, sus vicisitudes, la literatura dramática, el paisaje social de las artes y sus estereotipos, la enorme vanidad que provoca la pseudovaloración del oficio que propicia la televisión comercial con sus exclusiones e injusticias, es un merodeo permanente en el teatro de Flavio González Mello, que explora en la escritura y la dirección de Inteligencia actoral que hoy presenta su última función de esta temporada en el Teatro Helénico.
Es una puesta llena de humor y energía, de enorme nobleza, que trenza el oficio de escribir y poner en escena, dos ejercicios distintos pero que, en su caso, una dirección sensible y comprometida permite un tramado fino y de la más alta práctica interpretativa por ese grupo de actores que hacen evidente su respeto y entusiasmo al ser dirigidos por él. Detrás, otro grupo creando objetos brillantes, sonoros, musicales y escenográficos.
Es una puesta en escena cuyo montaje aspira evidentemente a conquistar nuevos públicos para un teatro inteligente y sensible, comprometido, que pasa por las exigencias de la exhibición comercial. Es parte de una iniciativa que debería ser acompañada por el público que también gusta de un teatro comercial de calidad.
Reemplazoide es el nombre y la categoría que moviliza el peligro y la posibilidad de ser sustituido por una máquina, a menos que descubramos nuestras diferencias. Escribe el autor sobre este sentido del automático: “A pesar de la aparente contradicción entre un mundo hipertecnologizado y la naturaleza artesanal –casi obsoleta– del teatro, llama la atención que la Inteligencia Artificial y el viejo ocio de la actuación compartan un interés común: reproducir de manera convincente el comportamiento humano.”
El trabajo sobre la escena es de una enorme vitalidad, con un sentido del ritmo que permite sostener la atención a través de una serie de pequeñas historias (entre los personajes), tareas escénicas y el eje temático poderoso, atractivo y paradójico que es el propio teatro, como estructura comunicante, como un espacio epistemológico para hacernos entender en qué consiste el espectáculo de lo humano, sus traiciones, su frivolidad y enorme vanidad.
Más que mis apreciaciones sobre un trabajo de equipo extraordinario, vale la pena traer aquí el corazón conceptual de la puesta en escena a través de esa especie en extinción que es un programa de mano muy explícito donde se ofrecen las principales señas de identidad de la obra, que permiten orientarse en un texto con una gran densidad y humor sobre las crisis permanentes y las recientes del teatro, en el marco de la austeridad republicana y la postpandemia.
Flavio González Mello explica el sentido de la obra y señala que el montaje “explora el cruce entre estas dos posibilidades de la imitación. ¿Qué pasaría si utilizáramos metodologías actorales en la programación de Inteligencia Artificial? ¿Cuánto falta para que nuestros escenarios se pueblen de androides? ¿Puede un robot interpretar a un personaje sobre el tablado con la misma capacidad de convencernos y de conmovernos que un actor humano? Si aplicáramos la Prueba de Turing con un grupo mixto de actores y androides, ¿los espectadores serían capaces de diferenciarlos?
”Indagamos las posibles respuestas a estas preguntas, no sólo para determinar qué tan capaces somos de diferenciar
al humano de la máquina, sino para entender qué tan diferentes somos realmente de esas conciencias artificiales que hemos creado como si fueran nuestro espejo… podría ser la primera obra en nuestro país protagonizada por un reemplazoide… y, quizás, una de las últimas representadas por actores de carne y hueso.”
Desde luego también está la presencia de Hamlet, de cuya obra toma el consejo: “Te suplico que recites el texto de manera fluida. Si lo proclamas a voz en cuello, como tantos de tus colegas, más me valdría darle esos versos al merolico de la plaza.”