La flor de la palabra
Irma Pineda Santiago
A finales del siglo XIX y principios del XX, uno de los principales oficios en las haciendas del centro del país era la producción de raíz de zacatón, una hierba conocida también como “cresta de agua”, que era empleada para elaborar papel estraza o fibras de limpieza. Una de las culturas que mayormente se dedicaron a esta labor fue la mazahua del Estado de México. Es en este ambiente donde se ubica la novela de Francisco Antonio León Cuervo, titulada Nu Pama Pama Nzhogú-El eterno retorno, que nos traslada a los tiempos finales del porfiriato, donde aún prevalecían muchos elementos de la colonia, como la explotación de la mano de obra de los campesinos, el abuso de los hacendados hacia la población indígena, en nombre de dios, y el temor que los indios tenían hacia la Iglesia y sus representantes, los sacerdotes, quienes sin ningún titubeo aprovechaban cualquier oportunidad para obtener ventaja de la gente más pobre de los pueblos.
Francisco León Cuervo es un joven originario de Santa Ana Nicho, Estado de México, quien ha movido su pluma entre la narración, la poesía, la traducción, la investigación y la docencia, además de ser integrante de la Agrupación de Escritores Mazahuas y participar activamente en el proceso para establecer la norma de lectoescritura de su propia lengua. Su obra ha sido publicada en diversas antologías y en 2018 su novela El eterno retorno ganó el Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA), que se entrega en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
En dicha obra, escrita en mazahua y español, León Cuervo nos introduce al mundo de los cortadores de zacatal, cuyo oficio en la actualidad ha desaparecido frente a los productos de plástico. A través de la historia de Xuba, personaje principal de la novela, caminamos por los senderos en los que se escuchan los sonidos de los animales y las escuetas charlas de los hombres mientras trabajan o toman un descanso para almorzar y compartir sus vivencias cotidianas; podemos comprender que el amor no siempre se expresa con palabras, porque no se pueden nombrar los sentimientos por la tierra, por la mujer compañera de vida, por el perro compañero de los caminos, pero el amor es compartir un pedazo de tortilla o petate, enseñar a los hijos a trabajar para que nunca les falte el alimento y respetar la palabra de los ancianos, quienes conocen mejor que nadie los secretos del día y de la noche.
Esto último fue olvidado por Xuba, quien, como niño travieso y animado por el pulque, decidió ignorar las leyendas sobre la oscuridad y los seres mágicos que cobran vida en sus entrañas, como la sirena, mitad mujer, mitad pez que, en ciertas noches, se vuelve la más seductora de las criaturas y busca apoderarse del alma de aquellos hombres que no volvieron a tiempo a casa para resguardarse frente a la calidez del fogón y la familia, tal como le ocurrió a Xuba, quien hace todo lo que está en sus manos para escapar de este misterioso ser. Sin embargo, no se marcha incólume, pues su cuerpo, su mente y su alma se transforman a partir de su encuentro con la sirena.
El eterno retorno es una novela que además de compartirnos las aventuras de Xuba, nos presenta diversos relatos retomados de la tradición oral de los pueblos mazahuas, como la creación del pueblo de Santa Ana y las fiestas que en su honor se realizaban y que no eran más que el pretexto para la vendimia, donde quienes más ganancias obtenían eran los hacendados y los curas que visitaban las haciendas, pueblos y rancherías, cobrando por sus visitas, celebraciones de palabra, bautizos y venta de nombres “cristianos” y en español, con los que no sólo convertían a los indígenas a la religión católica, sino también los despojaban de su identidad, la cual, desde la cosmovisión de las comunidades, es necesaria para la vida y para la muerte, pue sin nombre en la propia lengua no habrá descanso y seremos presa del eterno retorno.