no me preguntes cómo pasa el tiempo
–¡Ve con Payán!
El primer encuentro con el fundador de esta casa, tuvo lugar en sus oficinas del Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los Trabajadores (Infonavit). Y desde el arranque, percibí el aura de oxígeno, equilibrio y armonía
que, con toda justicia, apuntó la Rayuela del 19 de marzo.
Platicamos largo. Veterano luchador de 45 años y bisoño periodista de 27 yo, Carlos me hizo la pregunta de los 64 millones
:
–¿Cómo entender a los peronistas que se enfrentan a tiros con otros peronistas? No recuerdo si respondí con alguna frase de manual, y al final dije:
–Lleva usted la razón… Quizá se trata de un dilema parecido a la inaudita sentencia de Carlos Fuentes, ¡Echeverría o el fascismo!
–Mi anfitrión se atusó el bigote.
Años después, Payán me invitó a colaborar en el naciente Unomásuno. Pero entonces yo residía en Quito como corresponsal de los legendarios Cuadernos del Tercer Mundo, y editando la revista Chasqui, del Centro Internacional de Estudios Superiores de la Comunicación de AL (Ciespal).
Igual invitación reiteró en 1985, a un año de la fundación de La Jornada, cuando me hallaba embarcado en la fallida aventura de la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información (Alasei), alineada con los ideales del Nuevo Orden Informativo Internacional
(NOII), pautados por la Unesco y el Informe MacBride.
Buenos Aires, octubre de 1995. Desde una cabina telefónica del centro de la ciudad, marco el número de La Jornada y pido por Payán.
–¿Dónde estás, mano?
–En mi tierra, don Carlos. Que así como en la suya, otro Carlos le puso precio de remate.
– Pos sí… ¡pero quedamos los Carlos de Marx! Mira… Estoy cerrando la edición. ¡Vente pa’ México, y platicamos!
Vale aclarar que en aquella ocasión, Payán nada me ofreció en firme. La única oferta de trabajo (y si a esto podía llamar trabajo
), era la del senador Eduardo Menem, hermano del innombrable: debía prestar mi firma responsable
al pie de los avisos pagados para “la relección de ‘Carlitos’”. Asqueado, me regresé a México.
El editorial de La Jornada del 18 de marzo también fue justo: Payán “operaba con una vocación ecuménica que le permitía reunir a antagonistas enconados y buscar la solución acordada de espinosos conflictos…”, etcétera.
Prueba de ello fue su participación (siendo senador del PRD), en la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa, 1995), iniciativa legislativa bicameral encargada de ayudar en el proceso de diálogo con el EZLN. Entonces, Payán me encargó un informe sobre las intrincadas negociaciones entre el gobierno de Londres, y el Sinn Fein, brazo político del Ejército Republicano Irlandés.
Elaboré el rollo, y lo llevé a su casa de la Magdalena Contreras. Una señora con indumentaria indígena abrió la puerta, y me hizo pasar a la sala. Al cabo de unos minutos, la señora trajo una bandeja con dos tazas, y tomó asiento a mi lado.
–Ya le avisé a don Carlos. ¿Desea café?
–Muchas gracias. Qué amable… ¿Le han dicho que usted se parece a…?
–¿A Rigoberta Menchú? Soy Rigoberta Menchú… ¿y usted quién es?
La última noche de 1999, en Tlayacapan, junto con Óscar González López, la poeta María Guerra, el gran panameño Jorge Turner, la ilustradora de La Jornada Semanal Gabriela Podestá, y un chorro de invitados, recibimos junto con Payán el año cero del nuevo siglo.
Para entonces, la dirección de La Jornada ya estaba en otras manos benditas, y el fundador volcado a la poesía. Así, en su discurso tras recibir la Medalla de Honor Belisario Domínguez (2018), Payán contó que empezaba a despedirse “de las personas, los animales, los libros, y los lugares que tanto ha amado…”.
Payán no alcanzó a celebrar los 40 años de La Jornada. Pero a cambio, el 18 de marzo, a solicitud del gobierno más luminoso en la historia reciente de México, fue despedido por la multitud que en el Zócalo se dio cita para conmemorar el 85 aniversario de la expropiación petrolera.
A Gianni Mina (1939-2023)