La otra escena
Miguel Ángel Quemain
David Hevia escribe y dirige un pronunciamiento escénico que tituló El malestar en las mujeres, a partir de documentos, motivos literarios y testimonios de la Revolución francesa. El texto es la exhibición poderosa de un pensamiento poético y escénico que carga las referencias de diversas transgresiones erótico-políticas que nos legaron Gurrola, García Ponce y Salvador Elizondo.
Hevia también es un artista habitado por el mundo bífido de la lengua alemana, que pasa por el romanticismo pero se actualiza en una dramaturgia contemporánea que remite a Peter Weiss (Persecusión y asesinato de Jean Paul Marat es una de sus grandes contribuciones, traducida como Marat/Sade) y Peter Handke (con su inmortal Insultos al público y Gaspar), por mencionar dos prominentes con quienes sin duda está emparentado.
Este pronunciamiento llega en un momento de discusión sobre el malestar y la situación tan precaria de muchas mujeres en el más amplio registro de la condición social y nos muestra la exigencia de una escucha activa, comprometida, por un conjunto de mujeres académicas, activistas y pensadoras enfrentadas hoy a una gran diversidad que Hevia logra colocar en el registro de lo contemporáneo, que todavía parece impermeable a muchos planteamientos que condujeron a estas mujeres a la guillotina.
Es urgente grabar esta puesta en escena para someterla a ese lenguaje todavía ajeno del teatro en streamin; también es importante la publicación del texto dramático, no sólo por la impronta de su poesía, sino por la reinterpretación y puesta al día de una serie de discursos alrededor de la Revolución francesa, hoy tan pertinentes.
En la presentación del Dramatis personae hay una reasignación de tareas simbólicas y discursivas a una serie de personajes que alejan a la obra de cualquier dimensión arqueológica, para someterla a una especie de aquí y ahora que no prescinde del pasado histórico. La confianza y gentileza de Hevia me ha permitido ver su Bühnefassung/la versión escénica, un texto que carece de acotaciones prolijas (salvo algunas provocadoras, como la que alude a Delphine: “Levantándose las enaguas ofreciendo su sexo a Franz”).
Veáse si no lo inquietante desde la presentación de personajes: Robespierre “el incorruptible”; Franz, alter ego de Danton, un idealista que ha calcado los pasos del héroe revolucionario; Simón, ciudadano alcoholizado esposo de Simone y padre de Suzanne. Histrión por naturaleza y desempleado social, Chambelan Batiste, burgués liberal, exayudante de cámara de la Casa Real… desempleado del régimen monárquico y la subversiva Delphine, sirvienta de Madame Olympe de Gouges (autora de la Declaración universal de los derechos de las mujeres), prostituta trastornada que “sufre una transformación”.
Con todo y la tensión que puede significar un montaje tan duro y doloroso, hay una enorme alegría en la representación. Colocarnos como parte de ese claroscuro de la Revolución francesa traído a nuestros días nos mantiene en el mundo de posibilidades transformadoras, tanto de las acciones como de las ideas, y nos coloca más en el territorio de la esperanza que de la acusación y la culpa.
Es conmovedora la distancia y la intimidad de los actores con sus parlamentos y sus pronunciamientos personales y artísticos (“nosotras somos la razón que anima y sostiene la causa”… “si la virtud no negara el placer o ‘el vicio’, como el Incorruptible le llama crimen al sagrado derecho de que las mujeres seamos dichosas”).
El montaje tiene muchas más virtudes de las que se pueden consignar aquí; la música original de Alonso Burgos es una de ellas. Estará en El Milagro los lunes, hasta el 10 de abril (ojalá se extienda) y prácticamente es un deber moral asistir a este pronunciamiento, un poliedro de voces gracias a la sabiduría escénica y confianza que Hevia ha depositado en sus actores, que alcanzan momentos de gran intensidad orquestal y compenetración con el público.