«La última cinta de Krapp», de Samuel Beckett (1906-1989

Escribir para la voz: La última cinta de Krapp

José María Espinasa

 

Cuando vi anunciada la puesta en escena de esta pieza del Premio Nobel irlandés, en una breve temporada en el teatro La Gruta del Centro Cultural Helénico, pensé de inmediato en ir a verla para escribir algo sobre Beckett, como si se necesitara un pretexto. El autor de Esperando a Godot sigue siendo, a
más de treinta años de su muerte y a pesar del Premio de la Academia sueca, un desconocido a la vez que un clásico y, podría agregar, una asignatura pendiente para el teatro mexicano. Diversas razones me impidieron ver la obra en su momento, pero una breve –brevísima temporada: dos funciones– en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris me permitieron al final verla. Pero uno propone y Dios o el azar dispone. Una de las particularidades de la obra es que está actuada por Luis de Tavira, uno de los grandes directores de escena mexicanos, así que en lugar de Beckett terminé escribiendo sobre él.

Tavira (1948) pertenece a una generación dorada de directores teatrales, que incluye a Héctor Mendoza (1932), Juan José Gurrola (1935), Ludwig Margules (1933), Julio Castillo (1944) y Hugo Hiriart (1942), y representa el momento en que el autor del texto deja su lugar al director de escena como “creador” de la obra teatral. A Tavira debemos puestas en escena memorables tanto de autores mexicanos –Leñero y su Morelos– como extranjeros –Bertolt Brecht y La honesta persona de Sechwan–, y también polémicas, pero nunca (al menos que yo recuerde) se había ocupado de Beckett. Tal vez la razón es su condición poco espectacular y muy especular. Pero, además, en la puesta en escena de La última cinta de Krapp hay un detalle muy importante: no dirige, actúa. La directora es Sandra Félix, que asume el reto no sólo de un texto muy difícil sino, además, dirigir a un monstruo escénico como es Tavira.

El texto, pensado en principio como un monólogo (1959), anticipa ya los experimentos radiofónicos posteriores del autor, es una meditación sobre la creación, la vejez, la muerte y el espacio escénico. Un texto nada complaciente y fundamentalmente pensado para la voz; por eso no es menor mérito de la pareja Félix/Tavira crear un “espectáculo” claramente teatral. El personaje central es la voz, y en realidad se debe considerar –creo que así lo hacen Félix/Tavira– un diálogo entre un actor y una grabadora. La puesta en escena, un escenario desnudo, un escritorio con una grabadora y una silla, algunos libros –un diccionario–, una leve rampa por la que el protagonista sale un par de veces del escenario, nos hace pensar en un Beckett que no escribe en una máquina de escribir sino en una grabadora, una “máquina de decir”.

Sabemos que la pieza fue inspirada al oír Beckett grabaciones del actor Pat Magee, leyendo obras anteriores del autor, y le impresionó el juego de voces en distintos momentos –edades– del actor. En español el término “cascada” define muy bien esa voz envejecida. Si buscamos la definición en el diccionario no resolvemos el profundo efecto que nos comunica la palabra y que Tavira transforma en algo que podemos llamar un cuerpo cascado. Es, sin duda, el efecto del tiempo, del envejecimiento. La desnudez del escenario sugiere una reflexión: el tiempo nos va vaciando de salud y la voz, necesariamente, envejece, pero ese envejecimiento no le quita su contenido sonoro o musical, en todo caso la vuelve atonal. Tavira sabe modular ese efecto de la voz que contrasta con la voz grabada –voz de joven– y sin necesidad de recurrir a implementos electrónicos llena el escenario –el del Teatro de la Ciudad es grande– con un diálogo con la figura sonora en el espejo auditivo de la grabadora.

Sabemos que en el final de su vida Beckett hizo muchos textos para radio, y podemos pensar que es ya un escritor que escribe en una grabadora, una máquina de oír, no de escribir. A la sensación de vacío la actuación suma una cierta condición persecutoria, el actor no deja de mirar a su alrededor, como si el vacío estuviera habitado por fantasmas que son ruidos, no sombras sino ruidos que en su no estar se escuchan más fuertes, de la misma manera que la voz cascada se impone con más fuerza que la voz de la juventud. Llevar un diario sonoro es una idea muy beckettiana. Sus textos-textos ya tienen la intención de escapar de la fijeza que la escritura les otorga.

Me imagino que el trabajo de Sandra Félix fue sobre todo contener la posibilidad de que el actor se desbocara en su histrionismo. Y lo consigue: es una actuación medida que nos revela un Tavira diferente. También refleja la enorme inteligencia de Luis de Tavira, como dije antes, o lo sugerí: un animal teatral. Es decir, no un hombre de teatro, sino algo más fuerte, en lo que instinto e intuición se conjugan con la inteligencia para acechar la presa. El dramaturgo frente a la voz nos señala la oralidad inherente al teatro, y que es evidente en la contraposición escritura/puesta en escena. Luis de Tavira está cumpliendo setenta y cinco años en este 2023. Vaya esta nota como un breve homenaje.

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