Biblioteca fantasma
Evelina Gil
Si algo ha dejado el ataque de Rusia contra Ucrania, es permitirnos descubrir el infinito valor y dignidad del pueblo ucraniano. Lo que pocos sabemos es que este conflicto es muy anterior al gobierno de Putin; que Ucrania ha peleado incansablemente por su autonomía, para perderla y recobrarla. Se ha defendido no sólo de Rusia, en tiempos de Stalin, también de Polonia y de Austria.
Criada en Estados Unidos, residente actualmente en Bélgica, pero nacida en el seno de una tradicional familia ucraniana, la periodista Victoria Frolova, quien adoptó su apellido de casada para firmar sus libros, Victoria Belim, no sólo logró trascender al pequeño y complicado pueblo –Bérih– en el que vio por primera vez la luz; se ha formado como una mujer sumamente culta, cosmopolita, que habla fluidamente dieciocho idiomas, entre ellos, el español, aunque se especializa en traducir literatura persa. Mi Ucrania (Lumen, México, 2022) es el libro con que se da a conocer en nuestra lengua, y es una verdadera delicia que, además de combinar varios géneros –la novela, el reportaje, la autobiografía, el ensayo– nos introduce de lleno en la cultura de este país asediado y masacrado, pero erguido. Nos aclara, en la primera página, que se escribió antes de la invasión rusa, pero para cuando comenzó su promoción a nivel mundial, ésta se efectuó ya en el marco de la guerra. Confiesa que hace tiempo se esperaba una acción de esta naturaleza por parte de Rusia, y que sería brutal y rencorosa: “Aunque el futuro sigue siendo incierto, la resiliencia de Ucrania me da esperanzas de que salga victoriosa de esta guerra.” He ahí la palabra clave para evocar a este país: resiliencia.
Victoria regresa a su Ucrania natal, sí, por nostalgia, pero también en plan de investigadora, resuelta a resolver el misterio de la desaparición de un tío bisabuelo de nombre Nikodim, en la década de los treinta. Observamos que es usual que las familias ucranianas alcancen a conocerse y convivir hasta la cuarta generación, en principio, porque tienden a casarse jóvenes, además de ser muy longevos, lo que le ha permitido a la autora convivir muy cercanamente con sus bisabuelos maternos y conocer, a través de anécdotas y fotografías, a sus tatarabuelos. Me pregunto si es común entre las familias ucranianas, como en la de Victoria, el hábito de conservar, reunir y documentar el material que permita a sus descendientes tener la certeza de sus orígenes. La casa de la abuela Valentina, a quien Victoria dedica este libro, ha sido habitada por cinco generaciones sucesivas de la rama materna de su familia, y el cuarto donde la joven duerme durante su estancia fue dormitorio y biblioteca de su bisabuela Asia, la cual permanece intacta y al alcance de la mano de su descendiente. Con todo y preservar su ruralidad y a sus mujeres chismosas, algunas de las cuales, sin embargo, son artistas tejedoras, así como rastros de la época soviética, Bérih cuenta en sus casas con espacios magníficos conocidos como sarái, vocablo turco que significa “palacio”, convertido, en casa de la abuela Valentina, en cobertizo, que es donde Victoria recupera gran parte de los tesoros con los que reconstruye la memoria de varias generaciones familiares y le permite seguir los pasos del fantasma que ha ido a rescatar. Los habitantes de la región, incluso quienes la conocieron de pequeña, se dirigen a la recién llegada en ruso, pero entre ellos conversan en ucraniano, idiomas no muy diferentes entre sí.
A través de este libro, seguimos a Victoria en su periplo de ganarse la buena fe de sus vecinos que la menosprecian por haberse marchado a Europa, como si se tratara de un planeta lejano, así como su ríspida relación con la abuela, a la que sin embargo adora; su vía crucis burocrático en pos de la memoria del tío Nikodim, entretejiendo tales experiencias con una exposición de las costumbres de este pueblo específico que, sin embargo, es una parte importante de la cultura ucraniana.