Recuerdo de los rasgos esenciales de la personalidad y la obra del gran Ricardo Garibay (1923-1999)

Escribir para seguir viviendo: Ricardo Garibay en su centenario

Ricardo Venegas

 

Una personalidad definitiva y polémica; bromas de sobremesa, inesperadas y espontáneas, la ira fulminante hacia lo que consideraba inadmisible, el notorio alejamiento de sus contemporáneos, son algunos rasgos que, con mucho, no alcanzan el dibujo del “hombre apetito de misterio” que citaba con frecuencia Ricardo Garibay, parafraseando a León Bloy. ¿Quién puede y con qué autoridad y criterio definir o enjuiciar a una persona por lo que fue en vida?

El tiempo, esto sí lo sabemos, vence soberbias y Garibay no fue la excepción. En un homenaje en que se develara un busto con su figura (inmortalizada por Ponzanelli), el escritor hidalguense, conmovido, aseguraba haber encontrado “el amor al final del camino”. También recordó en ese momento que, luego de una conversación sostenida con Alfonso Reyes, él amaba su obra y su trabajo: “Ya llegué a una edad en la que no se espera gloria, sino la íntima satisfacción de estar en la vida encontrando la reunión de las palabras.”

Para Santiago Genovés, Par de Reyes es la novela cumbre del novelista; para José Emilio Pacheco Beber un cáliz “significa para la prosa mexicana lo mismo que Algo sobre la muerte del mayor Sabines para nuestra poesía”. Lo que no es negociable en Garibay es el oído con el cual reproduce el habla de diversas regiones de México. La casa que arde de noche reivindica el habla del norte del país, Las glorias del gran púas se centra en la capital, Acapulco en el sur…

Si leer a Garibay en el centenario de su nacimiento tuviera algún propósito, sería el de mostrar la persona que fue en voz propia. El hidalguense, avecindado en Morelos durante los últimos años de su vida, aspiraba al mito de Unamuno: decía que hablaba como escribía, sentía la literatura en todo momento, creaba sin escribir.

El tiempo, juez implacable, imparte su justicia; Garibay es cada vez más joven y mira envejecer a sus adversarios; leer a un escritor de tal estirpe también es una empresa de resistencia, cuando uno cree que todo está dicho aparece algo nuevo y cambia el curso de la lectura.

Algunos rasgos que describen al púgil de las letras mexicanas podrían ser:

1. El Ogro alardea de sus lecturas en Feria de Letras, Paraderos literarios y Oficio de leer porque sabe que el escritor es una correspondencia de obras, busca el cobijo de su tradición y adopta otras, lo cual no necesariamente ocurre con todo novelista. Hoy, cualquiera que ha vivido un drama cree que al contarlo se convertirá en escritor, en autor de bestseller sin antes haber leído, prácticamente, nada.

2. Estudió a los místicos españoles por encargo de Alfonso Reyes en el Colmex, pero también fue inspector de cabarets en el Departamento del Distrito Federal; ¿se puede estar más cerca de los opuestos?

3. No es un escritor pasivo; eso, la ira que lo caracterizó y su forma tan directa de abordar los temas, molestó –muchísimo– a sus contemporáneos.

4. Garibay es muy parecido al Milusos: es un hombre buscando en los empleos una manera de ser en el mundo, de incorporarse a la vida desde la lucidez de la búsqueda. Fiera infancia, Cómo se gana la vida y Cómo se pasa la vida (títulos que hacen referencia al poema de Jorge Manrique) nos dan una idea de los oficios que tuvo que desempeñar para ganarse la vida y llegar al escritor que fue.

5. Beber un cáliz es uno de los escasos homenajes que hay hacia la figura paterna en la literatura mexicana, hoy tan devaluada y difamada por
la memoria colectiva que parece congelada en la figura de Pedro Páramo (el padre desentendido de sus hijos), ¿o será que desde el siglo XIX en México –parafraseando a Margo Glanz– la literatura mexicana es de los huérfanos?

6. Negarle los premios literarios a un escritor como Garibay acredita que en este país no basta escribir un buen libro para llegar al reconocimiento, también hay que hacerle la corte a los grupillos, algo que él no hizo, y le tocó pagar el precio.

7. Escribía y actuaba (recordemos la lista infinita de guiones que escribió para el cine de oro mexicano); él mismo decía que todo lo que escribió era autobiográfico y que él, oh paradoja, “no estaba en ninguna parte”. Fue un actor frustrado, un escritor de tiempo completo.

8. Alguna vez le llamaron por teléfono a Garibay y le ofrecieron 5 mil pesos por dar una conferencia, el iracundo narrador les gritoneó: “¡Miserables, acepto!”

 

El “samurai de la literatura” (la frase es de Héctor Anaya), nunca dejó de leer y escribir, impartía un curso sobre “El cantar de los cantares”, el gran poema incluido en la Biblia atribuido a Salomón; fumó hasta los últimos días y conversó con jóvenes escritores, a quienes, casi siempre, sugería leer diariamente una página en voz alta. Víctima del cáncer, luchó durante varios años contra la enfermedad, convencido de que se escribe, antes y después, “para seguir viviendo”. La moneda y el hombre suelen coincidir por sus facetas.

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