Día mundial del libro me tocará pasarlo en el lugar de su natalicio: Barcelona.

El Día del Libro en Barcelona
José M. Murià
Esta vez el Día mundial del libro me tocará pasarlo en el lugar de su natalicio: Barcelona. Se espera que en esta ocasión, habiendo quedado la pandemia atrás y que cayera en domingo, resulte mucho más lucido que en otros años. La gente se muere de ganas de festejar, comprar y leer.

Vale decir que será también una jornada de cohesión social, pues aunque sean muchas las calles donde habrá tenderetes bibliográficos, no son tantas como para que la gente que se conoce no se encuentre.

El 23 de abril es el día de San Jorge que, aun habiéndose discontinuado, sigue siendo el patrono de los catalanes sin que les importe mayor cosa la decisión de aquel Papa franquista. Por eso es el día que se decidió celebrar al libro, arquetipo de la cultura, digan lo que digan los ciberfanáticos.

Oficialmente, en la era de Franco, era una fiesta apolítica, con la única pretensión de favorecer a la industria editorial, mas por el solo hecho de que la gente se encontrara y hablara, se tornaría subversiva, máxime que, entre el alud de libros que la poderosa industria editorial de Barcelona sacaba cada año, se hallaban ejemplares prohibidos e incendiarios que la poco lúcida policía española era incapaz de identificar.

Pero cuando Franco y el mundo como se conocía pasaron a mejor vida la inercia era ya incontenible y la intensidad de la feria subió sobremanera. Pronto los títulos en catalán prácticamente igualaron a los de otros idiomas y los editores y libreros hacían su agosto.

No es raro pues que otros países se hayan contaminado con la epidemia y en el día de hoy en una cauda de ciudades del mundo, días más días menos que el 23 de abril, de acuerdo con la conveniencia de cada lugar, se desarrollan actividades tendentes a vender libros: desde los tianguis convencionales, hasta la realización de presentaciones, conferencias y mesas redondas en torno a las novedades editoriales o los temas más atractivos del momento.

México no es la excepción y, gracias a la UNAM la feria del libro y de la rosa se lleva a cabo en su espacioso recinto. Hasta en Guadalajara, también por cuenta de la Universidad oficial, que es la única universidad verdadera, se lleva a cabo un modesto tianguis bibliográfico.

¿De dónde viene ligar el libro y la rosa? Pues en sus orígenes la feria de Barcelona implicaba que el varón obsequiara una rosa a quien correspondiera, y ésta, a cambio le obsequiaba un libro. Dicen que al principio se vendía el mismo número de rosas que de libros, pero ahora que las mujeres también leen tanto o más que los varones y reclaman que también tienen todo el derecho de recibir libros, el número de ejemplares que se vende es mayor que el de flores… aunque el olor de ellas no deja de llamar la atención cuando se circula por las calles de Barcelona.

De un tiempo acá, las editoriales suelen ofrecer un desayuno a sus autores, antes de que estos salgan a trotar las calles, a comparar y a dedicar ejemplares de su autoría en lugares determinados o donde los pesque un lector. Los más famosos, claro, anuncian dónde estarán y a qué hora y no es raro ver largas filas de personas de todas las edades que libro en ristre esperan que el autor se los dedique.

Déjenme presumir que este año, la editorial Pagès, que tiene mucho que ver con nuestra Guadalajara, me honra pidiéndome que haga yo el discurso en el desayuno que organiza. Sólo que su taller está en la ciudad de Lleida, a 180 kilómetros de Barcelona. Por fortuna hay unos buenos trenes que hacen el viaje en una hora y salen con mucha frecuencia, de manera que mañana, después de desayunar, correré a la estación para regresar a Barcelona y seguir ahí la fiesta .

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