Aquí estudiaron personajes como Julián Carrillo, Ricardo Castro, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo y Manuel M. Ponce, entre otros, quienes después formaron a innumerables músicos.
Vamos a recordar algo de su historia. Fue a inicios del siglo XIX cuando comenzó el interés por difundir los conocimientos musicales en nuestro país. Surgieron varias organizaciones como la Escuela Mexicana de Música y la Academia Filarmónica Mexicana, que se inspiró en el Real Conservatorio de Música de Madrid. Fueron el antecedente de la Sociedad Filarmónica Mexicana, que habría de dar paso a la creación del conservatorio.
En 1866 se iniciaron los cursos y 10 años más tarde, por decreto presidencial, se convirtió en escuela nacional. No le fue bien durante la Revolución, ya que fue militarizada. Afortunadamente en 1920 pasó a depender de la Secretaría de Educación Pública, con lo que recobró sus métodos y propósitos educativos. Esto le permitió desarrollarse y se presentó la necesidad de tener una sede con instalaciones adecuadas.
El presidente Pascual Ortiz Rubio había vendido en 1934 unos terrenos que fueron parte de la antigua hacienda de los Morales a la Sociedad Hípica Alemana. En los años 40, por la Segunda Guerra Mundial, aduciendo que era propiedad de alemanes y nosotros parte de los países aliados, el gobierno de Manuel Ávila Camacho expropió el predio con base en la ley relativa a propiedades y negocios del enemigo.
Se decidió construir allí el conservatorio y se contrató al arquitecto Mario Pani, quien no hacia mucho había regresado de formarse como arquitecto en París, entre otros con el afamado Le Corbusier. Llegó con las tendencias arquitectónicas y urbanísticas más novedosas de la primera mitad del siglo XX. Para realizar el Conservatorio, tuvo a su disposición un terreno de 54 mil metros cuadrados, lo que le permitió diseñar un notable conjunto con amplios espacios que integra muchas de las teorías del modernismo y el funcionalismo, con materiales aparentes como el concreto, la piedra brasa, el tabique, la cantera y el vidrio.
El vanguardista proyecto incluye un auditorio cerrado, otro al aire libre, dos salas de conciertos, dos salas de ensayo, una biblioteca y zonas de camerinos.
El auditorio al aire libre se distingue por una concha acústica de forma cilíndrica y un gran escenario en dos niveles. Los especialistas califican de excelente la acústica de ambos recintos. Otra de las características de Pani es que buscaba integrar la plástica en su arquitectura urbana, de esta manera Carlos Mérida, Luis Ortiz Monasterio y José Clemente Orozco realizaron obras en diversos edificios.
Esta construcción, como muchas de Pani, está rodeada de jardines. La salas de estudio están conectadas entre sí por dos galerías y cada una tiene entrada al jardín. Esto permite proyectar el sonido hacia la pared del aula y evitar interferencias. La fachada semicircular, que como todo el edificio tiene amplios ventanales, luce en lo alto la representación de figuras alegóricas que realizó el escultor Armando Quezada.
No es necesario ser alumno del conservatorio para visitarlo, ya que constantemente ofrece recitales de canto, corno, saxofón, flauta, lied, piano, violín y guitarra, entre muchos otros, así como cursos y conferencias. Todo lo realizan los profesores de las cátedras y son gratuitos.
Lamentablemente, como la mayoría de los recintos culturales del país, está deteriorado por falta de mantenimiento, consecuencia de la severa escasez presupuestal del sector. En espera de que vengan tiempos mejores, crucemos Masaryk, donde se encuentra Un lugar de La Mancha, restaurante-librería que ocupa una antigua casona polanqueña con espacios amplios, luminosos y una fresca terraza. Ofrece un menú ecléctico con comida mexicana, española y mediterránea.
¿Cómo ve empezar con unas dobladitas de queso y papa y un carpaccio de alcachofa? De plato fuerte, anímese con la paella de la casa y cierre con la marquise de chocolate y un café.