Biblioteca fantasma
Evelina Gil
A veces, responder una pregunta tan compleja, ¿de dónde vengo?, puede dar origen a una respuesta tan extraordinariamente luminosa, que dé lugar, a su vez, a un libro del calibre de León de lidia, de Myriam Moscona (Tusquets, México, 2022). Aunque se presenta como novela, se trata de una suerte de collage elaborado mediante fotografías y memorias, elementos que juegan un papel preponderante al momento de indagar en ese misterio que llega a ser más trascendente que “¿quién soy?” Porque para comprender quiénes somos, la lógica dicta que habría que empezar por asuntos más concretos como estudiar a nuestros padres, y, de ser posible, a los ancestros. En el caso concreto de nuestra autora/narradora, cuyos antepasados estan enraizados en una cultura que tiene muy pocos puntos en común con la de acogida, se vuelve especialmente ardua la tarea.
Myriam, junto con su hermano menor, son los primeros de una familia de inmigrantes búlgaros en nacer en el que sería país de acogida de sus padres, León y Lidia, judíos sefardíes. Guerrillero del Frente de la Patria contra los nazis, León. Nacida el 11 de marzo de 1958, en Ciudad de México, es, además de luminiscente narradora, una de las más destacadas poetas mexicanas, ganadora del Premio Aguascalientes en 1988, y ha ejercido el periodismo cultural durante muchos años. Y si bien integrarse a la comunidad judía mexicana no debió entrañar mayor dificultad para Myriam, tener sus raíces en un país que pareciera remotísimo en todo sentido, como Bulgaria, ha representado para ella una aventura, justo la que reproduce en León de lidia, entreverada con risa, llanto y algún escollo burocrático narrado con deleitable amenidad no exenta de poesía, la de la propia Myriam y, entre otros, la de Ekaterina Yosifova (1941-2022): “Aquí todo es amplio y sereno, nadie altera su vida/ La nube pasará. Nada hay en el horizonte, salvo la noche que se cierne.”
Esta suerte de álbum fotográfico, traducido no sólo de imagen a palabra, sino también de una cultura a otra; de dos lenguas (búlgaro y ladino) a otra; parte de una exhaustiva recuperación de documentos que nos brindan acceso a una serie de pintorescos personajes de otro tiempo, como la tía adúltera, suerte de Madame Bovary, a quien igual criticaban por leer demasiado, ganándose el apelativo de la Meldadora. En el caso concreto de Myriam, la Tante Blanche representa valentía y liberación femeninas en un tiempo y circunstancia en extremo desventajosas para las mujeres; tía que tejía no mientras aguardaba fielmente al amado, sino “para calmar las ansias”; pasando por una infancia entre divertida y ardua en la que se ve sometida a un autodescubrimiento más complejo que el de la mayoría de las niñas debido al referente cultural y a los secretos familiares: “La niñez tiene oídos en los ojos y mira doble allí donde la oreja espía.” Cuando intenta tramitar la doble nacionalidad, es recibida en la embajada de Bulgaria con bombo y platillo por parte de quienes parecen haberla esperado una eternidad, aunque, justo a causa de esta prolongada vela, en medio del vino, bocadillos típicos y una fuente apagada que se enciende en honor de la distinguida visitante, no saben cómo proceder con el mentado trámite. Las múltiples historias, sustentadas varias de ellas en documentos o dibujos que atestiguan su veracidad, involucran también a gente entrañable que forma parte de su judeidad y sus afectos más profundos.
Por aquí desfila un apasionante elenco de amigos suicidas por amor, nadadores de aguas disolutas, viajeros de ocasión, coleccionistas de plumas de pájaros, mujeres castas por convicción que viven pasiones descarnadas y una protagonista que se desdobla en niña a la mínima provocación. Y una mujer convencida de haber heredado un triste pero fascinante gen que la mantiene en un estado suspendido entre el enamoramiento y la huida: “Al morir mi padre he buscado protección a toda costa y a cualquier edad. Parece que otro gong me despertaba del engaño.”