Al recibir este premio pienso en mi padre, el historiador y sociólogo Sergio Buarque de Holanda, de quien heredé algunos libros y el amor por la lengua portuguesa. Recuerdo con qué frecuencia interrumpía sus estudios para presentarle mis escritos juveniles, que él juzgaba sin complacencia ni excesiva dureza, y luego me recomendaba lecturas que podrían ayudarme en una eventual carrera literaria.
Más tarde, cuando me incliné por la música popular, no se molestó, ni mucho menos, porque le gustaba la samba, tocaba un poco el piano y era íntimo amigo de Vinicius de Moraes, para quien la palabra cantada era tal vez simplemente una forma más sensual de hablar nuestro idioma. Imagino a mi padre al punto de llanto al verme hoy aquí, aunque si pudiéramos encontrarnos en esta sala, yo estaría entre el público y él aquí, en mi puesto, recibiendo el Premio Camões con mucha más propiedad. También contribuyó a mi formación política mi padre, que durante la dictadura del Estado Novo militó en la Izquierda Democrática, el futuro Partido Socialista Brasileño. A finales de los años 60, se retiró de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de Sao Paulo en solidaridad con los colegas expulsados por la dictadura militar. Hacia el final de su vida, participó en la fundación del Partido de los Trabajadores, sin ver nunca la restauración de la democracia en nuestro país, ni mucho menos asumir que un día caeríamos en una zanja más profunda en muchos aspectos.
Mi padre era de Sao Paulo, mi abuelo de Pernambuco, mi bisabuelo de Minas Gerais, mi tatarabuelo de Bahía. Tengo antepasados negros e indígenas, cuyos nombres mis antepasados blancos intentaron eliminar de la historia familiar. Como la inmensa mayoría de los brasileños, llevo en las venas la sangre de los flagelados y de los flageladores, lo que ayuda a explicarlo un poco. Retrocediendo en el tiempo en busca de mis orígenes, hace poco supe que mis tatarabuelos paternos fueron la pareja Shemtov ben Abraham, bautizado como Diogo Pires, y Orovida Fidalgo, originaria de la comunidad de Barcelona. Como tantos neocristianos portugueses, sus descendientes se exiliaron al nordeste brasileño en el siglo XVI. Así pues, como descendiente de judíos sefardíes perseguidos por la Inquisición, puede que algún día yo también alcance el derecho a la ciudadanía portuguesa como reparación histórica. Ya he vivido fuera de Brasil y no pretendo repetir la experiencia, pero siempre es bueno saber que tengo una puerta entreabierta en Portugal, donde me siento más o menos como en casa y destaco en la colocación de pronombres. Visité Lisboa, Coimbra y Oporto en 1966, junto a João Cabral de Melo Neto, cuando se representó aquí su poema Morte e Vida Severina con mis canciones, él, poeta consagrado y yo, audaz estudiante de arquitectura. Al gran João Cabral, primer brasileño galardonado con el Premio Camões, reconozco que no le gustaba la música, y no sé si llegó a leer alguno de mis libros.
Escribí mi primera novela, Estorvo, en 1990, y publicarla fue para mí como aventurarme una vez más en el despacho de mi padre en busca de su aprobación. Esta vez tuve padrinos como Rubem Fonseca, Raduan Nassar y José Saramago, hoy mis colegas del Premio Camões. Me he hecho amigo de varios autores premiados aquí, y soy lector y admirador de otros, de Brasil, Portugal, Angola, Mozambique y Cabo Verde. Pero por mucho que lea y hable de literatura, por mucho que publique novelas y cuentos, por muchos premios literarios que reciba, disfruto siendo reconocido en Brasil como un compositor popular y, en Portugal, como el tipo que un día pidió que le enviaran un clavel y un olor a alecrim (romero).
Valió la pena esperar a esta ceremonia, programada no por casualidad para la víspera del paseo de los portugueses por la avenida da Liberdade para celebrar la Revolución de los Claveles. Han pasado cuatro años desde que se anunció mi premio y ya me preguntaba si se habían olvidado de mí o, quién sabe, si los premios también son perecederos, tienen fecha de caducidad. Cuatro años, con una pandemia de por medio, daban a veces la impresión de que había pasado mucho más tiempo. En lo que respecta a mi país, cuatro años de un gobierno desastroso duraron una eternidad, porque fue una época en la que el tiempo parecía retroceder. Ese gobierno fue derrotado en las urnas, pero no podemos distraernos con eso, porque la amenaza fascista persiste, en Brasil como en todas partes. Hoy, sin embargo, en esta tarde de celebración, me reconforta recordar que el ex presidente tuvo la rara cortesía de no ensuciar el diploma de mi Premio Camões, dejando su espacio en blanco para la firma de nuestro Presidente Lula. Recibo este premio menos como un honor personal,y más como una retribución a tantos autores y artistas brasileños humillados y ofendidos en estos últimos años de estupidez y oscurantismo.
Muchas gracias.
Discurso íntegro del escritor Chico Buarque de Holanda al recibir el Premio Camões 2019, tomado del periódico portugués Público.