El pescador lo sabe. Busca su música en otra parte, como se busca en esta vida la vida. A las orillas del mar y los ríos, en las casas y los campos del bohío, las plazas y los templos populares, los tablados, los fandangos, los tugurios afrolatinos de alma negra y cadenciosa. Ningún instrumento se le esconde, y las voces cantando acortan cualquier distancia. Plenitud en la barca.
Hace del día un signo y de su eco el inacabable tejido de música que versa, ríe y baila, música telar de flores y lamentos de Santiago de Cuba, Nueva Orleans, Tampico o Puerto Príncipe, a lo largo de Sotavento y Tierra Caliente, de Transilvania la fría a las anchas faldas de las jarochas calurosas. Recala en Veracruz, La Habana, Dakar, se interna rumbo Bamako, Matanzas, Ciudad Valles o Tlacotalpan. Navega lugares inesperados en un mundo donde caben más mundos de los que suponemos.
Allí, acá y hasta allá, el pescador lanza redes con ojo de águila y de albatros. Graba al son que le toquen, siempre y cuando sea son, no importa que lo llamen blues, danzón, palo de mayo, huasteco, wasulu, polka, cante jondo, fiebre romaní, o se arrastre en dulce aguanieve.
Con discreción, a la sombra de un palmar el pescador de sones raspa de sus redes la rumba que se pone buena y nos comparte su inspirada recolección, ganada a los ríos Níger y Papaloapan por ejemplo, o Pánuco, o Danubio. Si recorre valles y espinazos huastecos saca a la luz el sacamandú, el bejuquito, la huasanga, el tepetzintleco y hasta el caimán tamaulipeco.
La Luna espera sonriente con su mágico esplendor la llegada del valiente / del valiente pescador
, que, según cantan en Colombia, habla con la Luna, habla con la playa, no tiene fortuna, sólo su atarraya.
Vaya fortuna entonces que le tocó. Tan sólo en la frondosa familia cubana del son le hace al changüí, actualiza al Cuarteto Patria, recolecta septetos tremendos, le acaba poniendo sazón al Buenavista Social Club de fama mundial y sus hazañas sonoras son recordadas en las provincias orientales y las calles afrocubanas.
Pescador tan constante, conoció la fortuna de no tener sólo su atarraya
, sino también la de una puntual pescadora que nada de que se quedó en la orilla remendándole las redes, también se había lanzado al agua y le enseñó a mejor poner en nuestros oídos los sabores frescos que recolectaba. Ella venía de una gran pescadería melódica en Londres, cuando los europeos de ciertos circuitos lúcidos aprendían en esa música world
un bello concepto de dignidad y originalidad.
Enfrentando piratas, huracanes, tiburones, arrecifes y otros peligros de la navegación atlántica, el pescador y la pescadora han izado sus velas sin descanso para penetrar las líneas enemigas del mercado voraz, el robo, la envidia y el colonialismo compulsivo del hombre blanco, en una incesante travesía entre los muchos Caribes y las costas occidentales de África.
Su recolección, que hoy y siempre celebramos, es épica. Pone baile, historia, pimienta y canto a las fiestas del oído y las piernas, alimentándonos desde el Corasón generoso de su atarraya.
Escrito para celebrar a los músicólogos Eduardo Llerenas y Mary Farquharson, creadores de Discos Corasón, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, el 29 de abril de 2023